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El caballero de los siete reinos. George R. R. Martin. Gigamesh

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(288 páginas. 15€. Año de edición: 2015)
El caballero errante, La espada leal (ambas ya leídas y reseñadas por mí) y El caballero misterioso son las tres novelitas cortas encuadradas en el universo de Poniente que tienen lugar varios años antes de lo narrado en la saga Canción de Hielo y Fuego. La fuerza de sus protagonistas, Sir Duncan el Alto y Egg, caballero errante salido de Lecho de Pulgas y heredero (lejano en principio en cuanto a posibilidades de reinar) de Targaryen respectivamente, dota a los relatos de una profundidad y realismo que a veces aparece más difuminada en la gran saga.

Últimamente se ha hablado mucho de spin-offs o precuelas para Juego de Tronos, y uno inevitablemente piensa que en estos tres libros hay material suficiente para ello: justas caballerescas, prolegómenos a todo cuanto sucede años después, caballeros errantes, antepasados de nuestros héroes e incluso algún personaje que perdura varios años después, como Aemon Targaryen, hermano de Egg, al que visitan en la Ciudadela, en la que está para llegar a ser Maestre (por desgracia, es simplemente un personaje aludido); ser Brynden Ríos, el llamado lord Cuervo o el de los mil y un ojos, un bastardo mitad Targaryen que es la Mano de Aerys, un hombre de pelo blanco y un solo ojo del color de la sangre (el otro lo perdió en la I Guerra Fuegoscuro), al que se le vincula con hechicerías y aspectos demoniacos (por si queda la duda, estamos hablando del Cuervo de Tres Ojos, "maestro" de Bran bajo el Arciano sagrado); y lord Frey, aunque me queda la duda de si es el traidor del padre de la última novela o, si por el contrario, es el bebé que este lleva encima todo el rato.

En general, el tono está alejado de la grandilocuencia del poder (aunque con el recordatorio de que Egg llegará a convertirse en Aegon V el Improbable, lo que nos lleva a leer estas aventuras como los prolegómenos de un futuro buen gobernante), toca tangencialmente las controversias dinásticas y se centra sobre todo en personajes más comunes, Casas menores y sus disputas diarias, sus pequeñas confrontaciones, sus dispares maneras de sobrevivir. Sobre todo la cámara enfoca a ese caballero errante que se busca la vida, regido por un código del honor que nos recuerda a Brienne de Tarth.

Ungido caballero por ser Arlan del Árbol de la Moneda, muerto al iniciar el relato, al no contar Dunk (un joven que roza los veinte años y ha escapado de su sino de ladrón en Lecho de Pulgas) con testigos, su primera lucha será que le reconozcan para poder justar en Vado Ceniza, donde pide a los Siete Dioses una victoria para poder ganar dinero y consagrar su vida a la caballería. Para alguien que cuenta con un caballo viejo y trotón (pero fiable y recio), Trueno, y que acaba de encontrarse con un chiquillo rapado de once años descarado y resulto al que finalmente adopta como escudero, es más que suficiente. 

El instinto de supervivencia de Dunk ("seso de corcho") se limita a lo inmediato y apenas se concede libertades para soñar, ni siquiera de cara a una titiritera alta que le hace tilín. Su corpulencia le da cierto crédito, pero se considera demasiado tonto como para destacar. La sonrisa de la titiritera Tanselle (la Titana) es su principal fantasía, y apenas concede crédito al hecho de que el mismísimo príncipe Baelor Targaryen sea quien finalmente le avale. La amistad con Raymun Fossoway, escudero de su primo Steffon (bravucón y traicionero), es a lo máximo que puede aspirar, más allá de admirar a Lyonel Baratheon, el de la risa franca (¿padre o abuelo de Robert, Stannis y Renly?) y otros caballeros principales.

Sin embargo, su honor se antepone a otras cuestiones cuando el enajenado de Daemon Targaryen golpea a Tanselle y la acusa de conspirar contra la corona. Duncan no piensa en nada más cuando se interpone y golpea al Targaryen. Por suerte para él, Egg resulta ser Aegon, y Baelor le procura una defensa justa en un juicio por combate que al final resulta a siete. El relato pasa de un tono más bien intimista a otro más épico en cuestión de pocas páginas y los tres muertos que depara el combate será una losa para la conciencia de Dunk, algo desproporcionado para él en comparación a haber perdido su pie.

El segundo relato se aleja de los derroteros de El caballero errante. No hay rastro de nombres conocidos y estandartes reputados. Asistimos a una mediación de nuestra espada leal (y su escudero, refugiado en el anonimato para que se aleje del estilo de educación de sus hermanos arrogantes y pendencieros) entre Ser Eustace Osgrey, a quien ha entrado a servir, y lady Rohanne, actual señora de Fosaría, apodada la viuda roja, que en vez de la señora decrépita que esperaba conocer tras cuatro maridos muertos, resulta ser una atractiva, bajita, pecosa y atrevida veinteañera. La diferencia de estatus (y una mayor osadía en Dunk) impiden que vaya a más la atracción entre ambos.

El descubrimiento de que su señor no ha sido honesto y ha batallado a favor del Dragón Negro (primera referencia a la rebelión Fuegoscuro) es el revulsivo de la historia, con un duelo entre el castellano de lady Rohanne, ser Lucas el Alto, y el propio Dunk, que pese a todo se mantiene fiel a Osgrey. Cuando despierta y se entera de que al final los dos contendientes se han casado por interés, cualquiera se habría hundido o desesperado, pero no a Duncan "el Tocho", como le llamaba ser Bennis (el apestoso), también caballero de Osgrey.

Al último relato, El caballero misterioso, también le pasa que va a más conforme pasan las páginas y lo que parecían cabos sueltos van atándose. Y es que Duncan y Egg se meten sin saberlo de lleno en los prolegómenos de una segunda rebelión Claroscuro. John el Violinista no es quien dice ser (como la mayoría, Duncan incluido, que justa con el sobrenombre del Ahogado) y la trama conspirativa es de gran calado, dejando la derrota en la justa contra el Caballero del Caracol en mera anécdota. Tendrán que venir "refuerzos" desde fuera, con lord Cuervo a la cabeza.

Aunque no tan a gran escala como en Canción de Hielo y Fuego, vemos los mismos presupuestos y esos juegos tan R.R. Martin de guardarse sorpresas para ir descubriéndolas conforme le interesa, que suele ser el momento más oportuno para dar un giro a la trama. El estilo es fluido y el tono de las tres narraciones es similar, con lo que te deja con ganas de leer más aventuras de esta peculiar pareja que recorre los Siete Reinos. Por ejemplo, cuando Egg haya crecido más y esté a punto de ser el sucesor en la Corona (¿lord Ríos porfiará por ella como se rumorea?), y Duncan se convierta en su espada juramentada. 

Sigo pensando que no sólo gustaría a los fanáticos de Juego de Tronos, e incluso no vería descabellado que se convirtiera en lectura para la ESO, pues la calidad de su prosa es notable y por ejemplo valdría a modo de sucedáneo de novela de caballerías, pues estamos en un tiempo paralelo al de la Edad Media.

Mindhunter. Temporada 1

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(Netflix. 10 episodios: 13 octubre)
Contiene spoilers

Aunque posiblemente a esta serie se le puedan computar algunos errores, como un cierto desequilibrio en la estructura de la temporada, personalmente me ha fascinado, pues estamos ante una recreación fabulosa de los últimos años 70 del siglo pasado (1977), cuando la criminología estaba en pañales y los crímenes empezaban una escalada demoledora y alcanzaban cuotas cada vez más espeluznantes, por lo que era lícito empezar a estudiar las mentes de los asesinos. 

Además, la caracterización de los personajes ha sido todo un acierto: hemos ido incrementando un equipo que no existía de inicio, la Unidad de Análisis de Conducta, empezando por el un tanto asocial y vehemente Holden Ford (extraordinario el para mí desconocido Jonathan Groff), al que vemos en un inicio marcado por la espectacularidad, cuando Holden intenta mediar en un asalto con una rehén y la cosa acaba en lo que será el pistoletazo (nunca mejor dicho) de salida.

Holden, que está centrado en aspectos psicológicos y da clases en el FBI, conoce a un agente más veterano, Bill Tench (también estupendo Holt McCallany), que da charlas abordando temas similares, y allí nace una de las parejas más versátiles y curiosas de la tele, una especie de Quijote y Sancho que cabalgan contra molinos de viento, que no es otra cosa que los prejuicios y la mentalidad de la época, en la que se prefería pensar que con quitarse de en medio al psicópata se acabarían los problemas y la violencia.

Esa pareja fundamenta los primeros episodios, y la química entre ellos es uno de los grandes descubrimientos. Hay una estupenda escena con música de fondo en la que los vemos peregrinando por muchos estados, en coche, en avión, en hoteles de mala muerte. A pesar de las incomodidades, ellos perseveran porque creen en lo que hacen, y eso que son dos tipos dispares y de métodos muy diferentes que se embarcan en una cruzada que en principio los mantiene fuera de los círculos principales. Son recibidos con cierto recelo, y sus charlas conjuntas no calan demasiado entre los policías, aunque algunos de ellos vayan a requerir su ayuda, casi secretamente, como si fuera una salida deshonrosa.


Ese podría haber sido el eje de casi cualquier serie. Había un filón impresionante en esas consultas, en esas ayudas puntuales para resolver asesinatos. Mindhunter podría haber sido un procedimental (con mucho estilo), pero David Fincher (director de cuatro episodios: los dos primeros y los dos últimos) tiene otros planes y arriesga. No nos vamos a detener en resolver sin más crímenes, sino que se nos va a contar algo diferente. Y ahí entra un tercer pilar, la doctora Wendy Carr (ni más ni menos que Anna Torv, Fringe, una de las voces más sensuales de la televisión), a la que consultan sobre si la línea que están siguiendo va a alguna parte.


Una línea arriesgada que les lleva a entrevistarse con famosos psicópatas entre rejas, empezando por Edmund Kemper (
espectacular Cameron Britton, que da vida a un asesino muy locuaz y muy educado, y que le hace merecedor de algún premio), para saber qué pasa por esas atormentadas y enfermizas mentes. Durante las entrevistas muchas veces se mueven por impulsos o intuiciones, otras muchas se dan contra mentiras y manipulaciones, pero incluso ahí encuentran material del que tirar. Wendy les dará un importante impulso, instándoles a dedicarle a esa actividad tiempo completo. Y ella misma al final se embarcará en el proyecto, dejando a un lado sus aspiraciones para entrar en la universidad. La escena en la que deja a su amante y los dos pedantes amigos gays suyos con la palabra en la boca al ver que se sentía de más, es suficiente como para dejar claro cuál es su posición. 

Más adelante, el personaje de Wendy alterna entre las fricciones con Holden y su pequeña "aventura" con el gato oculto en el lavadero del sótano (inquietante y lóbrego espacio, por otra parte, sobre todo en la escena en la que acude allí simplemente vestida con una larga camisa, con las piernas al aire), al que irá dejando latas de atún, hasta que un día el gato parece haberse ido (¿alguna interpretación al respecto?, ¿hace referencia al estado de la relación con Holden, o al de la propia unidad de análisis de la conducta?). 


Estas pequeñas escenas, un tanto paralelas con respecto a la trama principal, es otra seña de identidad de la serie, como las aparentemente casi siempre inocuas que nos irán mostrando,  antes de los títulos de crédito (excepto un par), de un tío con bigote que da un mal rollo que te pasas, un trabajador de ADT (empresa de alarmas), que por lo visto es Dennis Rader (Sonny Valicenti), conocido como el asesino BTK ('Bind, Torture and Kill', 'atar, torturar y matar'), un psicópata que no fue capturado hasta el año 2005, algo que habla del modus operandi de esta serie: ¿por qué elegir un criminal que no será capturado por nuestros protagonistas?

Mindhunter también podría haberse quedado con la recreación de las entrevistas a psicópatas. Además de Ed Kemper, aparece en un par de capítulos Jerry Brudos (Happy Anderson también borda al fetichista de zapatos) y en otro Richard Speck (Jack Erdie sigue en la línea de una recreación muy realista y estupenda de estos asesinos, en este caso menos cerebral y más afectado por las drogas y su vehemencia). Se habla incluso de entrevistar a Charles Manson. Pero tampoco nos quedamos ahí.

Porque lo que importa es la evolución de los personajes, en especial de Holden, que será el que más evolucione, pasando de un chico tímido que apenas sabe entrar a Debbie Mitford (Hannah Gross), una universitaria estudiosa la par que receptiva a tomar drogas o ser liberal con el sexo, a ser un engreído al que se le suben a la cabeza los logros obtenidos. En muchos momentos nos queda la duda de si el propio Holden es un psicópata y no solo un sociópata, pues no en vano no solo se muestra entusiasta en interrogatorios, ni parece que le afecte menos de lo que lo hace a su compañero Bill, sino que incluso se advierte en él una considerable cuota de admiración por los asesinos a quienes entrevista.

Así como Bill tiene un mayor equilibrio, quizás porque bastante tiene con conciliar su trabajo con su vida personal (casado con Nancy, tiene con ella un hijo adoptado que muestra indicios de autismo, algo que en aquella época no estaría diagnosticado y que le complica la existencia), Holden, que estará entre los 20 y los 30 años, por momentos parece estar en una tardía adolescencia, enfadándose  cuando le llevan la contraria o no alaban sus éxitos. Cuesta digerir algunas extravagancias suyas, como ciertas licencias en interrogatorios, o ciertas actitudes con Debbie, desde perdonar su infidelidad (algo de lo que la pareja no hablará) hasta menospreciarla después de una compra en el supermercado. Si en la investigación de un director de una escuela dudamos de si se ha extralimitado o no, más adelante parece desbocado cuesta abajo.

Es difícil predecir cuál será el camino de la segunda temporada, pero si el riesgo es el mismo, la profundidad y complejidad de los personajes sigue a la misma altura y la factura tan impecable, puede que se sitúe entre una de las series más interesantes no ya de este año, sino de los últimos años, y eso que no estoy especializado en psicología. Una serie en la que descubrimos dónde y cuándo se acuñó el término "serial killer (asesino en serie)" no es cualquier cosa.


Pizzería Kamikaze. Etgar Keret. Siruela

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(128 páginas. 15,90€. Año de edición: 2008)
Este breve libro de relatos breves estaba encaminándose a ser el peor libro con diferencia de los que le había leído. La historia del conductor de autobús que quería ser Dios, que más bien es la de Adi, un ayudante de cocina que llega a sus citas siempre tarde porque duerme diez minutos más de la cuenta, no pasa de ser mera anécdota; La chaladura de Nimrod no pasa de ser una chaladura sin más trascendencia ni calado, lejos de ese punto tan ácido o corrosivo o divertido de muchos relatos suyos; y si bien El cóctel del Infierno o Útero al menos tienen ese punto de originalidad "made in" Keret, no alcanzan a tener el suficiente vuelo.

En El cóctel"Hay un pueblo en Uzbekistán que fue construido justo a las puertas del Infierno" que sobrevive a base de turismo interior, tan interior que en concreto se trata de las personas que salen del Infierno. La tienda de ultramarinos donde trabaja Ana es un ejemplo. De  curioso no pasa, eso sí, no hay mayor desarrollo.

Y Útero, narrado en primera persona, habla del útero precioso de su madre, tan precioso que lo donó a un museo. Si la idea es delirante, el resto de la historia no deja de serlo, con organización ecologista incluida encargándose de liberar el útero. 

Pero llega Pizzería Kamikaze y todo cambia. Creo que es el relato más extenso que he leído al autor, con 26 capítulos (todos ellos, como no podía ser de otra manera, de breve extensión), en los que Haim, de quien no sabemos por qué se ha suicidado (aunque podemos imaginarnos que es a causa de su novia Ergá, un amor que no resulta demasiado redondo), lleva la voz cantante.

Todas las personas que se han suicidado acaban en una especie de realidad alternativa que es similar a la nuestra, pero más gris, destartalada y sucia. Una realidad sin esperanzas y sin excesivas perspectivas de cara al futuro. Allí encuentra un trabajo en una pizzería y en los ratos libres va al mejor pub de allí, el Fiambre Bar, aunque las chicas no suelen hacerle caso ni a él ni a su amigo Ari Galfend, un hombre algo mayor que él y calvo que se quitó la vida pegándose un tiro en la sien. Su familia entera está allí y uno de los chistes más graciosos del relato es que tiene un amigo llamado Kurt que es un pelmazo porque "Cualquier cosa de la que se habla le recuerda siempre a alguna canción que escribió". Kurt Cobain, vaya.

Cada capítulo viene a ser como una anécdota: que si va a cenar con la familia de Ari; que si frustra un intento de robo en el súper; que si sueña con Ergá... El avance de la ligera trama (porque sobre todo lo que importa es plasmar esa realidad deprimente) llega cuando Haim se entera de que Ergá acabó suicidándose después, algo que le otorga un propósito, y no es otro que el de buscarla. Su amigo Ari acabará acompañándole, pese a que él mismo le diga lo complicado que será encontrarla. Es genial el argumento que utiliza Haim para convencerle: "¿Tienes algo mejor que hacer?".

No podía faltar el momento de crítica o de burla hacia la situación entre judíos y árabes ("¿Y si se dan cuenta de que somos israelíes?""Pues nos volverán a matar. ¿No te das cuenta de que les importa un carajo? Están muertos, nosotros estamos muertos"). El caso es que emprenden camino con el coche y acaban recogiendo a Lihi, una tía buena que hace autoestop. 

Poco a poco, Lihi y Haim van llevándose cada vez mejor, y ella se sincera con Haim diciéndole que ella está por error allí porque no se suicidó, sino que tuvo una sobredosis la primera vez que se drogó, así que está buscando a algún encargado para que la lleven donde le corresponde; llegan a la casa de Kneller, donde viven más huéspedes. Kneller está buscando a su perro Fredi (que sabe hablar) y en ese lugar Ari se enamora de una esquimal y ocurren pequeños milagros, como que en vez de salir agua de un grifo salga gaseosa. Esos milagros ocurren solamente si se los ignora.

En fin, que la sucesión de sucesos chocantes o lunáticos prosigue su curso hasta la mansión de un tal Gib'on, que tiene un proyecto que es una extensión de lo que ya intentó estando vivo. "Gibson opinaba que todos estábamos atrapados en el mundo de los vivos y que había un mundo superior al que se podía llegar". Los acontecimientos se precipitan cuando pone en práctica el milagro que pretende y al final todo vuelve a la "normalidad" con un cierre lógico dentro de todo ese ilogismo. 

Solamente por esta mininovelita estrambótica delirante merece la pena. Keret en estado de gracia, hablando de algo que remite a otro algo, con una concatenación de absurdeces que revelan un sentido extraño dentro de tantas paradojas. Eso habla del talento del autor, que nos lleva de la mano en un camino distinto y muy original.


The Deuce. Temporada 1

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(HBO. 8 episodios: 25/08/2017 - 29/10/2017)
Contiene spoilers

Puede que The Deuce (Las Crónicas de Times Square) no sea la serie más accesible o más fácil del mundo, pero no creo que le importe. Al equipo creador de The Wire (George Pelecanos y David Simon) no le hace falta dar muchas concesiones, si esas concesiones no les lleva por los derroteros de acercarnos una época (años 70) en las que la industria sexual no se parecía en nada a la de hoy en día.

Sobre todo se aleja de cualquier otra serie porque aunque tiene dos protagonistas principales pivotando sobre el resto, en realidad es una historia coral, donde más que personajes se trata de darnos una ambientación global. El barrio de Deuce es un personaje más, quizás el más destacado de todos, un barrio decadente en el que se mezclan prostitutas, chulos, drogas y mucha basura sin recoger (como por ejemplo la de una policía corrupta).

Aunque creo que aún le falta poner una marcha más para situarse en ese top ten histórico de mejores series, cuenta con elementos para ello o, por lo menos, puede marcar época, y no por la facilidad a la hora de mostrarnos el sexo de la forma más explícita que se puede cuando lo que se va a contar es la evolución de la prostitución a finales de los años 70. La calidad en todos los sentidos es evidente, empezando por el excelente registro interpretativo, con ese enfoque coral que favorece a todo el reparto, encabezado por James Franco, que se desdobla para dar vida a los hermanos Martino:

Vincent es el responsable. Trabajador infatigable, se trata de un barman que disfruta con su trabajo. De trato fácil, sabe ganarse a gente de todo tipo. Aunque su matrimonio a naufragado, no entrega la toalla a las primeras de cambio. Su falta de cultura e inteligencia se equilibran con otras virtudes: responsable y juicioso, no le falta ambición y por eso quiere tener su propio negocio. Cuando le llega la oportunidad, la aprovechará, aunque sabe que juega con fuego porque entra digamos que en la nómina del mafioso Rudy Pipilo (Michael Rispoli). Vince es de los pocos hombres honrados que conoce Rudy y por eso piensa en él cuando quiere ampliar sus negocios con un prostíbulo.

Su otra cara de la moneda es el gemelo Frankie: un calavera, irresponsable, jugador casi empedernido, mujeriego... Por más que en el fondo es un buen tipo, en más de una ocasión su hermano le saca las castañas del fuego. La mayor pega a este desdoblamiento la podemos poner en el primer episodio, en el que cuesta mucho distinguir cuál es cuál de los dos.

Por otra parte, tenemos a Maggie Gyllenhaal, cuyo trabajo con Eileen es no menos loable aunque Candy sea la misma persona. Simplemente se trata del nombre "artístico" para la calle. En realidad es que poco a poco va necesitando cada vez más urgentemente salir de la prostitución, a la que parece que ha llegado empujada por un padre indeseable, como vemos en el encuentro con su hermano homosexual, internado en una clínica para ser enderezado, y con claros signos de tener el VIH. 

Ella es la única prostituta que se niega a repartir sus ganancias con un chulo, aunque eso le costará una buena paliza. Antes de eso ya había dado muestras de querer salir de ese mundo. Poder ser una madre normal, no recibir pullazos de la que parece su suegra o tener una relación sentimental son algunos de los motivos para querer dejarlo. Y parece encontrar una salida en el incipiente mundo del porno, aún en pañales, sobre todo porque encuentra la comprensión y la ayuda (y parece que algo más) del director de pelis guarras Harvey Wasserman (David Krumholtz sabe exprimir un personaje que rompe con el prototipo de persona con aspecto dejado que se dedica a lo que se dedica).

Después de estos dos actores, podríamos distinguir dos mundos diferenciados: el de las prostitutas y el de los policías. En este último, destacan dos sobre todo: la pareja formada por Chris (Lawrence Gilliard Jr., cuyo paso no muy boyante en The Walking Dead contrasta con el trabajazo con este papel) y su compañero menos despierto y más apático Danny (Don Harvey), más conforme o resignado con la corrupción del cuerpo policial. Y si bien Chris no dará el paso adelante completo a la hora de denunciarlo a su novia periodista Sandra (Natalie Paul), es comprensible.

Entre las prostitutas, podemos mencionar a Darlene (Dominique Fishback podría ser el gran descubrimiento de esta serie), que en un principio parece una incauta, tierna e indefensa muchacha, pero que luego veremos que es de las más convencidas de su trabajo, bien sea por no ver otra salida, bien por amor hacia su chulo; dentro de las más jóvenes o las más nuevas, Lori (Emily Meade, The Leftovers) es la de mayor potencial debido a su cara de muñequita y su mente de escasos vuelos, que le lleva a no poner reparos cuando se deja convencer por C.C. para trabajar para él.

Barbara (Kayla Foster) se mueve entre el cumplimiento para con Larry y su amor por Melissa (Olivia Luccardi), por lo que ambas roban a sus clientes para justificar el tiempo que pasan las dos; Ruby, "Thunder Thighs" (Pernell Walker) aporta la nota compasiva hacia Candy, además de concretar esa amenaza que late en cada escena en la que la puta hace un servicio; Shay (Kim Director) es una yonki; Ashley (Jamie Neumann) representa la salvación que no quiso Darlene tras el vejatorio trato de C.C.; Bernice (Andrea-Rachel Parker) es la camarera reclutada por Darlene en su pueblo; y Tifanny (Danielle Burgess) es de la que se encapricha Bobby (Chris Bauer, True Blood), el cuñado de Vince y Frankie, que por problemas de  corazón dejará la construcción para meterse de encargado del prostíbulo cuando Vince renuncia a ese negocio.

Más sorprendente resulta el sector "chuleril", con una conjunción de fantoches trasnochados, horteras y aprovechados que se creen de verdad su papel de guardianes de las chicas, adoptando todo tipo de papeles: más protectores, más despóticos, más amenazantes, más seductores... Larry (Gbenga Akinnagbe), el que parecía más bruto por su pinta, es el menos malo, el que parece replantearse su futuro como proxeneta con el giro dado cuando la policía empuja a las prostitutas a los burdeles; C.C. (Gary Carr, Dawton Abbey) es el más representativo: extravagante en el vestir, "elegante" al máximo con su bastón, no duda en recurrir a la violencia con Ashley (cortándole la axila con una navaja), aunque tiende a tratar de convencerlas con la labia, como le enseñó su mentor, un tipo acabado que está a merced de una blanca, algo que le deja bastante tocado; Rodney (Method Man) es el negro del pelo largo planchado; y Reggie Love (Tariq Trotter) es otro que adopta poses chulescas y vejatorias con frecuencia, algo que no soportara uno de los secundarios más curiosos y carismáticos pese a su escasa participación: el cocinero de un bar de mala muerte, el tipo más respetuoso con las chicas al margen de Chris.

Me falta por mencionar a los hombres contratados por Vince en el bar: el camarero gay  Paul (Chris Coy) o Big Mike (Mustafa Shakir), que sería el precedente de los porteros en los garitos; y, cómo no, el personaje que menos pega en ese suburbio, al haberse criado en una buena familia y tener sus estudios: Abby Parker (Margarita Levieva me recuerda a Shakira, pero en sexy), una rebelde adelantada a su tiempo que se pone a trabajar para no  depender de su estirada familia rica.

Puede que falte un poco de profundización en algún personaje o situación, o que dé la sensación de que lo mejor esté por llegar, pero es innegable el gusto por cada detalle en todas las escenas y es muy interesante ver el auge del mundo del porno, un poco como si fuera el revés de Master of Sex.

Tocqueville. Hacia un nuevo mundo. Kévin Bazot. Ponent Mon

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(104 páginas. 21,85€. Año de edición: 2017)
Siempre que una obra remite a otra, tienes la ventaja añadida de que puedes aprender algo que no conocías. Me ha pasado con el autor retratado en esta novela gráfica, Alexis de Tocqueville, un filósofo político francés, autor de Quince días en el desierto americano, obra en la que narra sus aventuras junto a su amigo Gustave de Beaumont en 1831, partiendo de Nueva York. Apenas de oídas me sonaba este personaje.

Estamos hablando de plena expansión por Norteamérica, justo en la época en que se esquilmó a la población indígena. La defensa por esta figura será uno de los temas clave de la obra, así como un canto a la naturaleza, que en este caso coincide con esa contraposición con la civilización, la cual es inevitable, pero no deja de producir una honda tristeza, que es la sensación que se extrapola de las últimas (y muy bellas) páginas.

El mérito de Kévin Bazot es haber conseguido unas ilustraciones tan conseguidas. Gracias a la edición de este libro, de tapa dura y papel duro, el resultado es espectacular. Por ejemplo, en las páginas 32 y 33, se sustituye la habitual disposición en viñetas para mostrarnos el paisaje virgen de las tierras que recorren estos dos aventureros, algo que volverá a repetirse en la página 98, la última si no contamos las últimas, que junta esbozos con fragmentos de la obra original de Tocqueville.

Si bien la acción no va más allá de lo que estos jóvenes aventureros se encuentran, y la linealidad es evidente, merece la pena embarcarse en este viaje que les irá llevando de la vorágine en la ciudad a la quietud y la paz que encuentran cuando por fin consiguen encontrar un remanso de naturaleza virgen, a la que el hombre blanco aún no ha llegado.

Podríamos dividir, pues, este libro en tres partes: el inicio o introducción, que nos llevará desde Nueva York a Buffalo y luego a Detroit, para allí, poco a poco, irse alejando de la civilización europea. La mayor pega que le pondría a este cómic radica aquí, al haber obviado un poco de descripción de los protagonistas. Sabemos que quieren aventuras y conocer un nuevo mundo, pero no se explora en las motivaciones. Lo hacen y punto.

Más lograda está la decepción que sienten cuando ven la situación real de los indígenas en las ciudades, por ejemplo lo que queda de los iroqueses: marginados, repudiados, alcoholizados. También nos llegan las reflexiones de Tocqueville respecto a cómo está organizada la sociedad en estos lugares en los que se están creando ciudades de la nada: "La civilización extrema y la naturaleza más salvaje se enfrentan y conviven por todas partes". De hecho, la única manera para recibir ayuda es mentir: solamente les darán instrucciones para adentrarse en territorios más salvajes cuando dicen que su intención es mercantil.

En esta segunda parte, cada vez con menos personas y casas y más vegetación, los chascos llegan con el trato de las gentes. Decir que quieren ir a Saginaw, el último lugar habitado del noroeste del país, es poco menos que parecer que están locos. Pontiac será la última ciudad por la que pasan, y a partir de ahí la tensión narrativa pasará a la manera de convivir con los indígenas, estos ya por fin más como los que habían imaginado que encontrarían, libres, fuertes, nobles. Richard Williams, por ejemplo, representa a quienes conviven con ellos mejor que con los blancos; otros simplemente se aprovechan de su inocencia para enriquecerse; y alguno directamente los odia y desea su exterminio.

Con la ayuda de dos guías indígenas, los hermanos Sagan-Ruiscó y su hermano Onitú, se adentran en lo que sería la tercera parte (no indicadas, no hay ninguna división ni siquiera en episodios), en la cual se trata del hombre en la naturaleza, con las reflexiones acerca de lo poco que va a durar así visto el implacable avance que se está produciendo. Exceptuando los mosquitos y una vez que la corriente del río se lleva a uno, los peligros están ausentes, así como alguna subtrama, algún amorío o algún conflicto ajeno a los avatares del viaje.

The Sinner. Temporada 1

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(USA Network. 8 episodios: 02/08/2017 - 20/09/2017) 
Contiene spoilers

¿Puede una serie de 8 episodios parecerte larga? Es lo que me ha ocurrido con The Sinner, que hubiera conseguido una mayor perfección de haber sido una miniserie (no quiero ni pensar si es verdad que hay una segunda temporada).

Tras un fulgurante primer episodio, en el que consiguen transmitirte un considerable mal rollo, una atmósfera inquietante, poco a poco ha ido perdiendo fuerza para pasar de un planteamiento original a un pastiche psicológico mal llevado. Es uno de los problemas que tienen los proyectos televisivos orientados al lucimiento de un actor o actriz, que suelen derivar en una cierta descompensación argumental, como pasa en este caso con Jessica Biel, cuyas lágrimas por momento importan más que cerrar mejor la historia en conjunto.

Su Cora Tanetti resulta un gran logro a primera instancia: una ejemplar esposa y madre de golpe y porrazo se lía a asestar puñaladas con un cuchillo de cortar naranjas a un chico que estaba en la playa con su novia y amigos. Se nos entremezclan fragmentos de su pasado y resultan perturbadores, sobre todo en lo referente a su madre fanática ultrarreligiosa (Enid Graham) y su padre permisivo (C.J. Wilson), con quien incluso tiene que dormir para que Phoebe, la hermana pequeña de Cora, aquejada de una grave enfermedad, salga adelante.

Al impacto de lo que resulta una acción desconcertante e inesperada, completamente inexplicable, de la que de inmediato la propia Cora se arrepiente y culpabiliza, hay que sumarle un detective que es de todo menos convencional, sobre todo en su vida privada, en la que digamos que siente una irremisible atracción por una mujer que cuanto más daño le infringe, mejor para él, aunque luego sienta remordimiento y trate de convencer a su esposa para que no siga adelante con la separación.

Si Jessica Biel sí nos convence de inmediato, en cambio Bill Pullman no llega nunca a convencer con su incluso más interesante Harry Ambrose, que le queda infinitamente grande. O no termina de creérselo o no da más de sí o simplemente no consigue hacerlo suyo. Será esa voz aguda de chufla, o será que no viene a cuento esa tendencia suya a ser un erudito en botánica, por lo que ese punto extravagante o antisocial no es el eje de este personaje atormentado, tan en la línea con Cora.

Ahí empieza a cojearme esta aclamada serie, y tal vez por esa grieta se me ha empezado a tambalear todo el entramado de la investigación del caso, que a su vez se conectaba con la aparición de un cadáver en medio del bosque, justo al lado de un autobús escolar abandonado. El rompecabezas va sumando misterios y va aclarando poca cosa, porque no se deciden del todo a apostar por una línea: ¿ir solucionando algún aspecto, o incidir en ese componente de culpa impuesto por la madre? El retrato de Cora estaba plasmado casi por completo en los dos primeros episodios, pero por medio de flashbacks se nos moldea un poco más, hasta dar con una joven ingenua y manipulable, ávida por experimentar, tendente a rebelarse contra la tiranía materna, aunque a su vez apegada a la también manipuladora Phoebe, que vive vicariamente, a través de su hermana mayor, las experiencias que ella no puede disfrutar por culpa de su condición (o de las restricciones asociadas a ella que impone la madre).

Tampoco ayuda mucho que el resto de personajes no aporte demasiado, exceptuando al pavisoso marido de Cora, Mason Tanetti (Christopher Abbott, el también abúlico Charlie en Girls, reducido aquí a ser una versión pobre y flaca de Kit Harrington), un hombre que delega casi toda la educación en su madre a expensas de su propia esposa, a quien relega en alguna ocasión o directamente cuestiona, aunque es cierto que de ser un capullo al principio, luego le muestra su apoyo.

Otro personaje importante es J.D. (Jacob Pitts), un ex de Cora que está metido en trapicheos de droga y siempre se muestra bastante turbio, cuando no repulsivo o asesinable. Y el asesinado, Frankie Belmont (Eric Todd), de quien iremos conociendo más, sobre todo en el penúltimo episodio, en el que se abren las compuertas de los recuerdos de Cora, y casi todas las piezas encajan, aunque ese encaje no me termine de convencer del todo, y esté basado en una trampa argumental, o una mentira inexplicable de la madre de Cora.

En fin, más allá de que ese bloqueo mental de la protagonista sea más o menos creíble, y de que se superponen demasiados aspectos extraños y la mayor parte sean recursos de guión, a casi todo el mundo le va a gustar y no se va a poner a ponerle pegas como yo. Porque es así como hay que ver The Sinner, como un caso extraño y difícil de solucionar, que da pie a una investigación en la que las piezas van encajando poco a poco.

El hombre del labio torcido. El carbunclo azul. Arthur Conan Doyle. Cucaña

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(111 páginas. 9,85€. Año de edición: 2016)
Cada vez cuesta más encontrar obras literarias que sean referente de algún tipo para nuestros alumnos, cada vez más desenganchados a todo aquello que no forme parte del contexto audiovisual que les rodea, a poder ser el que le muestran sus pequeñas (o no tan pequeñas) pantallas del móvil. Todo aquello que se aleje de su reducido siglo XXI supone algo así como una visita a catacumbas paleolíticas, y por supuesto, salvo contadas y honradas excepciones, se aleja mucho de su también reducido círculo de preferencias y motivaciones. El ejercicio de contextualización es cada vez más arduo e insatisfactorio, y los resultados muy poco esperanzadores.

Si hay alguna figura capaz de romper con esa barrera, ese no es otro que Sherlock Holmes (deducción, por otra parte, elemental), aunque solo sea por las recientes versiones cinematográficas (que a mí me repelen un poco por esa tendencia al vértigo y al manierismo visual) y seriéfilas (que prefiero, y solo hay que aducir dos nombres: Benedict Cumberbatch y Martin Freeman).

El punto motivacional está ganado desde el reconocimiento inmediato de una de las recreaciones literarias más famosas y carismáticas, y luego hay que añadir que leer a Arthur Conan Doyle es adentrarte en las pesquisas detectivescas, que siempre resultan atractivas y adictivas. Lástima que no haya que descubrir a ningún asesino o que los casos presentados en este ejemplar sean tan menores. Aunque, por otra parte, eso puede ser una contrapartida  favorable si hablamos de que es una lectura ideal para cursos bajos, hasta 2º de la ESO.

El tercer motivo para recomendar esta lectura en el aula es la labor de Vicens Vives y, en concreto, de Cucaña: su edición viene acompañada de ilustraciones (vale que las de Tha no sean las más logradas, pero siempre un dibujo ayuda mucho a nuestros jóvenes lectores), numerosas notas a pie de página, tanto para aclaraciones de léxico como para aclaraciones más genéricas, y un suficiente e interesante número de actividades (de comprensión lectora, sobre personajes y temas, estructura y estilo), además de una pequeña nota biográfica del autor. 

En El hombre del labio torcidoWatson se encuentra por casualidad con Sherlock, inmerso en una de sus habituales pesquisas, las cuales le empujan a disfrazarse. El caso parece sencillo, pero al mismo tiempo irresoluble: un hombre de 37 años, Neville Saint Clair, que desaparece delante de su señora esposa, en un encuentro casual (y a cierta distancia) en Londres, cuando él, desde la habitación de un antro dirigido por un marino malayo enemistado con Homes. Al subir acompañada de policías, no parece quedar rastro de él, salvo la ropa de Saint Clair. 

El principal sospechoso es un mendigo llamado Hugh Boone, caracterizado por una cicatriz que le levanta el labio superior y una prominente cojera. Como se encontró en la orilla del río la chaqueta de Neville, que no ha arrastrado la corriente por acarrear en sus bolsillos cuatrocientos veintiún peniques y doscientos setenta medio peniques, todo parece indicar que no está vivo, aunque la carta recibida da esperanzas para lo contrario. 

La resolución de este caso es más espectacular que la de El carbunclo azul, en el que lo que está desaparecido es un diamante azul de incalculable valor, joya que aparece en el interior de un ganso de corral, encontrado por el portero Peterson, que el día de Navidad se encontró al intentar mediar en un altercado entre un hombre y un grupo de maleantes. Aquí vamos a ser testigos de las pesquisas que son tan características de este personaje, y que salvarán a John Horner, un fontanero acusado de robar a la condesa de Morcar en el hotel Cosmopolitan, en el que también estará implicado James Ryder, el encargado del hotel.

Alejado, pues, de las pretensiones de otros casos más sonados, difíciles e importantes, puede ser un buen prólogo para iniciarse en los casos que el doctor Watson escribe acerca de unos detectives más célebres de la historia. Y una lectura óptima para cursos bajos, como digo.


The Crown. Temporada 2

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(Netflix. 10 episodios: 08/12/2017)
Contiene spoilers

Si en la primera temporada de la muy recomendable The Crown el plato fuerte consistía en la interpretación de John Lithgow como Churchill, parecía que iba a ser complicado llegar a las altas cotas de los diez primeros episodios. Craso error. El mérito de esta segunda temporada es que supera esa figura central y se elevan otras tres: Philip, Margaret y, claro está, larga vida a la reina Elizabeth.

Estamos situados entre la crisis del Canal de Suez (1956), que supone el adiós del Primer Ministro Anthony Eden (cuya despedida no podía ser más patética, sobre todo por las palabras que le dedica la Reina, dejándole como el betún con la comparación hacia su predecesor), hasta el escándalo del hombre invisible, que precipita el adiós de Harold MacMilland (Anton Lesser cambia su personaje de Qyburn por otro más marcado por la infamia que soporta por parte de su mujer), a quien también le dedicará otras contundentes palabras, donde la principal es 'cobardía'.

Los tres primeros capítulos vendrían a ser la introducción de esta segunda temporada. Empezamos con una bronca entre Elizabeth y Philip a bordo de un barco anclado en Lisboa, y proseguimos con un flashback que nos lleva unos meses antes y nos explica cómo se ha pasado de una relación bastante consolidada a rumores de actividades ilícitas del duque por parte de la prensa.

Uno de los méritos de esta serie es cómo nos cuentan (los cuernos) sin contarlo del todo. La sugerencia es más que suficiente para dar por sentadas las infidelidades del duque, un hombre machista, apasionado, enérgico, por momentos infantil (le pedirá a su esposa que Michael se afeite el bigote) y quejica. Al menos eso último le recrimina su esposa, harta ya de los lloriqueos por el papel secundario y subordinado que le ha tocado interpretar. La gira por la Commonwealth que le habían buscado para revitalizar su protagonismo no obtiene los frutos esperados, sobre todo porque la camadería con su secretario Mike Parker (Daniel Ings) incurre en infidelidades y escándalos varios que no pueden seguir adelante. El concurso de barbas a bordo del barco que recorre distintos puntos del planeta se verá por eso interrumpido, sobre todo cuando la esposa de Mike, Eileen (Chloe Pirrie) no vacile en pedir el divorcio, pese a todas las presiones recibidas (esa sociedad entre los 50 y 60 no veía bien la terminación de un matrimonio, y menos por parte de la mujer).

No será el único momento en que se valgan de esta técnica, y también intercalarán algunas escenas del pasado de Philip para componer un retrato exhaustivo de este polémico personaje, como ocurre sobre todo en el penúltimo episodio, Paterfamilias (dirigido por Stephen Daldry: Las horas, El lector, Billy Elliot...), que contrapone las infancias del pequeño Charles (estupendamente interpretado por Julian Baring: ¿le habrán elegido por sus orejas?), al que manda su padre al mismo internado escocés en el que estuvo él, y donde tuvo que digerir la muerte de su hermana favorita en un accidente aéreo. Pese a las dificultades sufridas de adolescente (gran trabajo el de Finn Elliot, tanto en la escuela como en ese escalofriante desfile nazi en el que incluso los asomados a las ventanas alzan el brazo con pleitesía y adocenamiento), el hombre que también fue niño desdeña las dificultades y, sobre todo, ignora que el carácter de su hijo es mucho más endeble. Su egoísmo es la última palada a las simpatías que en otros muchos momentos nos despierta, sobre todo cuando le abronca en el avión y cuando se mantiene en sus treces de mantenerle en ese infierno de escuela escocesa. Es genial cómo Matt Smith nos lleva de una postura a otra con tanta facilidad.

¿Y qué hace mientras su madre? Mirar para otro lado, intentar hacerle cambiar de opinión, pero sobre todo la técnica del avestruz: aguardar con la cabeza escondida, intentar hacerse invisible, incluso con su propio hijo. Su forma de ser y de comportarse es un gran contraste en comparación a su hermana y a un personaje episódico de gran fortaleza, el de Jackie Kennedy (no me convenció del todo Jodi Balfour, pero hizo más evidente el esfuerzo de la caracterización de nuestros protagonistas ingleses). El retrato comparativo se completa con John F. Kennedy (ni más ni menos que Michael C. Hall, Dexter, y a pesar de las bastantes diferencias físicas, es increíble cómo hasta cambia la voz para parecerse a JFK), a quien muestran de una manera más polémica (manipulador, megalómano, mujeriego, infiel e incluso drogadicto).

Ni siquiera ese episodio en el que la Reina se compara con la rutilante estrella de Jackie (y que propicia un movimiento audaz en Ghana para alejar a sus dirigentes de los cantos de sirena comunistas) lo consideraría el mejor. Los dos dedicados a Margaret casi podrían considerarse autónomos, de una gran belleza y delicadeza. La historia de amor con el fotógrafo Tony Armstrong-Jones (Matthew Goode cambia de registro para desarrollar a un hombre de ideas avanzadas, estigmatizado por el nulo caso que le presta su madre, para convertirse en la kriptonita de esa mujer moderna y contradictoria que es la princesa) tiene de todo, desde unas fotografías sensuales a una boda por todo lo alto. Vanessa Kirby se sale, dejando en cada escena un aroma elegante y una sensación de imprevisibilidad: puede llorar, reír, insultar o encogerse y cualquier opción parece posible. Una lección interpretativa en toda regla.

Claro que el trabajo de Claire Foy va varios pasos por delante. Si en la primera temporada me parecieron exagerados los elogios y los premios, ahora está gigantesca. Es muy difícil dar vida a una mujer como la Reina, tan apegada a su papel secundario aprendido por su padre, a la vez que tan convencida de su responsabilidad. Le mueven movimientos antagónicos: el deber para la corona y el amor hacia su marido, que no se mitiga ni cuando le tiene que "comprar" un título de príncipe para contentarlo. Es todo tan sutil, que se magnifica su papel hasta encumbrarla. El mayor mérito de Foy es hacer de la reina una figura humana, no tan alejada del común de los mortales, distante y altiva o viviendo en su burbuja. El episodio Marionettes es, en este sentido, la joya de esta temporada, otro episodio que es casi una película autónoma, con un desarrollo cronológico que juega con las expectativas del espectador, que inicia odiando al tal lord Altrincham (John Heffernan) y jaleando el puñetazo de un abuelete, para acabar dándole la razón en sus críticas hacia la reina, anclada en el pasado. No falta sentido del humor en este capítulo.

Y aún me faltaría otra obra maestra: Vergangenhit, que además nos llevará a una escena de Churchill y George VI. En este episodio se nos vuelve a aparecer el duque de Windsor (Alex Jennings está colosal), quien pretende regresar a Londres o, al menos, tener un papel no tan marginal, un papel que le lleva a hacer de bufón en no pocas ocasiones, al lado de su impasible esposa Wallis. Ese flashback contiene algo que impedirá las pretensiones de David, a pesar de las intenciones cristianas de perdonar por parte de su sobrina.

No he nombrado a la Reina Madre, al jubilado Tommy Lascelles, a lord Mountbatten...; no he dicho nada de la calidad y la factura de la producción, de la música, de esos fastuosos escenarios (por ejemplo Balmoral, un refugio cada vez más socorrido por la Reina); y me quedo muy lejos de profundizar en las ambigüedades o las sutilezas que se superponen en muchos personajes. Por eso no incidiré tampoco en la pena de que a partir de la próxima temporada el elenco cambiará para darnos una década posterior, aunque será difícil hacernos olvidar de Claire Foy, Vanessa Kirby y Matt Smith.



Atrapados en las leyendas de Madrid. Carmen García-Romeu, Marisol Perales. Verbum

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(104 páginas. 11,50€. Año de edición: 2014)
En muchas ocasiones te encuentras tan identificado con tu profesión de docente que buscas finalidades didácticas a cosas muy peregrinas, como si con un enfoque diferente pudieras sacarle provecho a cualquier absurdez, que acaba convertida en recurso. No esperas que a un libro enfocado primordialmente al aula tengas que buscarle dicho provecho, porque se presupone que una lectura lo tendrá. Pero en este caso me ha costado, y mucho.

A estas alturas dudo de si soy demasiado exigente con lo que debería ser una edición de un libro, o simplemente voy cumpliendo años y voy sumando malhumores, convertido en un cascarrabias anticipado. Uno espera encontrarse un mínimo de respeto a la hora de pasar a la imprenta un trabajo, y este no me ha parecido que lo tenga. No me vale como atenuante que el destinatario sea el público joven. Al contrario, habría que ser más exigente con nuestros próximos lectores habituales.

Puede que la idea de mezclar leyendas de Madrid y una trama pseudofuturista en la que unos "protinucios" han sido liberados porque alguien ha estado viajando en el tiempo no sea tan disparatada, inverosímil o chorra como parece. Si a mí me ha costado seguir la pista en esas primeras páginas que mezclan datos de todo tipo e ideas peregrinas, ¿con qué se quedará el alumno?

Pero bueno, vamos a ponernos laxos. Vamos a decir que incluso esa mezcla de bien y de mal, de ficción y realidad, de literatura y verdad, podría ser una buena idea para una novela juvenil, y no vamos a fijarnos en que debería estar mejor escrita. Vamos a olvidar que desde el principio se nos cuentan las cosas atropelladamente, que los personajes son una mancha borrosa y que los distintos acertijos son tan confusos como ripiosos. 

Imagino que las autoras han sacrificado la trama porque su objetivo era contarnos anécdotas referidas a Madrid (el arreglo del reloj de la Puerta del Sol, el decapitado de la iglesia de San Ginés, las estatuas del palacio de Oriente, los huesos de gorrión en la Plaza Mayor...), aunque al menos podrían haberlo disfrazado un poco más para que no se notase que el enfoque histórico va a ser el realmente importante.

Claro que no se podía esperar demasiado con el siguiente inicio: "Artemio Preciados, un niño de doce años experto en informática interplanetaria, recibía un mensaje en su ordenador intergaláctico". El mensaje proviene del profesor Soporte y los dos personajes de la nave espacial no son los únicos que podrían intercambiarse sin que nada pasase, por más que uno es un científico adulto y el otro un niño. 

Nos quedan Bustan, un conserje (¿?) del Instituto de Investigaciones Científicas, el que lo ha liado todo; y nos quedan nuestros protagonistas, los que tienen que seguirlo por el libro de Leyendas de Madrid. Ni más ni menos que Cenicienta (Cinta para los amigos) y los hermanos Pablo y Pilar (el primero se encuentra por casualidad a la princesa de cuento en las campanadas, justo cuando la han sacado de su cuento: ideas que podrían ser ejes potenciales de un buen relato acaban siendo burdamente desarrolladas).

En fin, todo está mezclado sin pies ni cabeza, porque los tres "héroes" pasan de una leyenda a otra a través de claves cifradas en acertijos en verso (que, por cierto, para provenir de una letrita de canciones como es Marisol Perales dejan bastante que desear) y hay que dejarse llevar y no hacer mucho caso al confuso y arbitrario argumento. Incluso hay que obviar el final, precipitado y abrupto, un digno colofón al sinsentido que se nos presenta. 

Y todo ello podría tener un pase si no fuera porque para colmo, en la edición aparecen algunos errores ortográficos  y de redacción (por ejemplo: "Aunque pidió clemencia a Mª Cristina de Borbon, pero le fue denegada"). Antes he hablado de respeto a la hora de editar un libro, o de presentárselo a un colegio o instituto. Ahora cabría hablar de vergüenza torera. No hay por dónde cogerlo.

Los alumnos de 1º de la ESO no deberían tener problemas, aunque dudo que se enganchen si no entienden nada, aunque a alguno puede que le parezca alguna parte divertida. Quizás en los últimos cursos de Primaria lo digieran mejor. Para lo único que podría dar este libro es para ser leído en clase e ir comentando esos personajes o anécdotas que aparecen, sin hacer mucho hincapié a la historia, ya que es lo de menos para las propias autoras.

En fin, que muy buena tiene que ser la excursión que la editorial ofrece como recurso asociado al libro para pensar que esta lectura pueda merecer la pena.

Gunpowder

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(BBC one. 3 episodios: 21/10/2017 - 04/11/2017)

A priori, ves una miniserie con Jon Snow de protagonista, en la que figura Liv Tyler y te cuenta la trama que tanta fama alcanzó, la del intento de explotar el Parlamento inglés por parte de Guy Fawkes, y las imágenes sueltas parecen tener la suficiente calidad como para embarcarte en estos tres episodios que no parece que vayan a decepcionarte.

Pero vaya si lo hace, pese a la aceptable ambientación (1603, muerta Isabel I hace nada). Difícil de digerir como mínimo, la historia ideada por y para que Kit Harington se luzca se queda en agua de borrajas. No hay pegas para su Robert Catesby, aunque tampoco hay explicación (¿su primer apellido real tendrá filiación con este personaje se supone que histórico, Christopher Catesby Harrington? Sería una posible razón para este extraño proyecto) porque a la postre es un personaje absurdo. 

Estamos ante una historia lenta, plomiza, con personajes demasiado polarizados, y un par de ideas base flotando pesadamente sobre todo lo demás: la principal, que los católicos ingleses estaban perseguidos y casi exterminados por el protestantismo encabezado por el rey James (Jacobo) I (Derek Riddell, irrelevante) y su maquiavélico consejero lord Robert Cecil (Mark Gatiss, Sherlock Holmes, de lo poco salvable, aunque te pone de los nervios que su cabeza esté pegada a su cuello ladeada), cuya mano ejecutora es sir William Wade (Shaun Dooley), la tercera pata de este grupo de personajes malos malísimos.

Solo queda huir a Bélgica, porque los católicos no suelen ofrecer resistencia, amparados en su ideario de ofrecer la otra mejilla, como es la tesis del padre Henry Garnet (Peter Mullan) y de Anne Vaux (Liv Tyler, muy desaprovechada en todos los sentidos); hasta que a Robert Catesby, el primo de esta última, se le hinchan las narices al ver cómo su hacienda y su fama se ven mermadas y ultrajadas por su religión y se lía en una trama conspiratoria para acabar con tanta vejación.

Primero trata de conseguir el favor de los españoles, que en ese momento están en guerra con los ingleses. Choca la escena que comparten Kit Harington (al cual no dejas de ver como Jon Snow en ningún momento) y Pedro Casablanc (Amar es para siempre), que hace del condestablede Castilla (¡en el siglo XVI hubo un español que hablaba bien inglés!). En algún momento me debí de dormir, porque hay un momento en que esta negociación falla y Catesby ya está en el bando de Guy Fawkes (Tom Cullen), con hombres, armas y, sobre todo, pólvora ('gunpowder') para liarla parda.

Si tú ves el primer episodio, ves cómo se evitan los ritos católicos, la situación persecutoria que sufren, los extremos a los que se llega contra ellos. Que se lo digan a lady Dorothy Dibdale (Sian Webber), a quien desnudan y aplastan con pesos mientras una piedra destroza su columna vertebral. Parece imposible que de ahí haya alguna relación con ese hecho histórico que V de Vendeta hizo tan famoso. Ni siquiera cuando la conspiración se está ejecutando y Hawkes está a punto de volar por los aires el Parlamento y llevarse por delante al rey y toda su corte, el ritmo cambia demasiado.

Tampoco cuando Catesby, su primo Thomas Wintour (de lo peor Edward Holcroft) y los suyos se pertrechan en una casa y se lían a tiros. La cámara lenta, lejos de dignificar la escena, la hace risible. Al final, los malos ganan y los buenos pierden, aunque el pacto entre Inglaterra y España hace suponer que los católicos dejarían de ser estigmatizados. Anne se lleva al hijo de Robert y poco más.

Lo único que te queda claro, más allá de que la historia de Guy Fawkes, Robert Catesby y cía daría para mucho, es cómo se las gastaban cuando te apresaban. Vemos todo tipo de torturas, desde estiramientos de músculos a uñas arrancadas, pasando por ejecuciones en las que si tenías suerte te ahorcaban sin más, para acabar con tu cabeza embreada en una pica. Superagradable de ver. Para que luego digan que Game of Thrones es dura, como si la realidad de la época fuera un cuento de Disney... 

Vamos, que una historia muy navideña no es. Ni tampoco una serie que merezca la pena ser vista. Un bodrio en toda regla. No perdáis el tiempo con ella.

Berta Isla. Javier Marías. Alfaguara

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(552 páginas. 20,81€. Año de edición: 2017)
Con Javier Marías quizá haya que hacer el esfuerzo de separar su obra de su persona, cada vez más relacionada con su desabrida tendencia a quejarse. Cuando se efectúa esa disociación, no cuesta nada admirar su prosa, su estilo personal, su tendencia a la pedantería (sobre todo en esos inverosímiles o literaturizados diálogos) y su manejo discursivo del tempo narrativo.

Posiblemente, estemos lejos de las cotas más altas de Marías, pero incluso una obra no tan redonda como algunas anteriores ofrece una riqueza al alcance de pocas plumas. Tampoco llega a lo que para mí es el punto más bajo, Los enamoramientos (pese a que comparta un final un tanto desinflado y no tenga uno de esos inicios tan excelentes, las primeras frases suyas suelen poseer un gancho especial) y es indudable que tiene suficientes aspectos positivos como para resultar una lectura entretenida.

Dividida en 10 partes (estructura que parece más aleatoria que otra cosa), cada una de ellas está secuenciada en escenas casi siempre no muy extensas (quizá la única concesión al lector, al que dispone de descansos para que el ojo respire ante tanta trabajosa densidad), alterna tres puntos de vista diferentes: uno en tercera persona, el clásico omnisciente, con el que abre el libro y presenta a los personajes y la situación, hasta la segunda parte; y luego, las narraciones de Berta Isla y de Tomás Nevinson (este en menor medida).

Si la distribución narrativa es bastante dispar (y que en cualquier otro autor habríamos hablado de debilidad o, al menos, de dudosa heterogeneidad), la línea argumental es bastante escasa, sobre todo porque se nos sustrae en su mayor parte: Tomás, de padre inglés, Jack, y madre española, Mercedes, no solo es bilingüe, sino que tiene una facilidad asombrosa para hablar cualquier idioma e imitar cualquier acento. Esa cualidad llama mucho la atención en Oxford, en cuya universidad estudia. Peter Wheeler (ya aparecido en otras novelas de Marías, esa recurrencia es marca de la casa) intenta reclutarlo para el servicio de inteligencia británica, pero Tomás prefiere volver a España para casarse con Berta.


Entonces ocurre algo: Janet Jefferys, el 'rollo' oxoniense de Tomás (todavía había erotismo en la inauguración de Berta, con esa escena de persecución de un gris a caballo, y la intervención salvadora de un banderillero con quien se acaba acostando, a Tomás poco le falta para que su pérdida de virginidad sea prostibularia), aparece muerta justo después de haber pasado la noche con él, por lo que queda señalado como principal sospechoso.  Para salir del embrollo, Wheeler le pone en contacto con Bertram Tupra, un jefazo de los servicios secretos (MI5 o MI6). Turra (o Ted Reresby, o Dundas, o Ure), otro personaje ya  aparecido en Tu rostro mañana, le recluta a cambio de quitarle los cargos.


En cualquier otra novela, las actividades de espionaje serían el motivo fundamental. En cambio, el foco pasa a Berta y a su actitud de espera o resignación ante el paulatino y progresivo cambio de su ya marido, cada vez más manchado (término muy de Javier Marías) por los casos de suplantación, engaño, ocultación o similares. No le cuadra en exceso que trabaje para la embajada o para la Foreign Office. Los dos niños (Guillermo y Elisa) que tienen tampoco frena esas ausencias de las que apenas habla a su mujer, aunque la aparición de Miguel Ruiz Kindelán y su esposa Mary Kate, que incluso amenazarán con quemar a Guillermo, el hijo de Berta y Tomás, por lo menos aclara un poco el panorama.

Me dedico a esto, le dice Tomás a Berta, pero no puedo contarte nada en concreto porque no puedo. Y no solo ella lo acepta, sino que tras la guerra de las Maldivas (Falklands para los british people), su marido ya no regresa y pasan doce años e incluso se le da por muerto, pero ella no rehace su vida. Si estuviésemos ante cualquier otro autor, diría que el personaje de Berta es inverosímil y que está mal construido (como ya pasara en Los enamoramientos). Su inteligencia o perspicacia es casi exactamente la misma que la de Tomás, ambos recitando versos de Elliot o recordando una escena de Enrique V de Shakespeare. Da clases en la universidad y es madre, pero esto último es casi un apósito. Javier Marías es exhaustivo y hasta evocador a la hora de hablar de marcas de cigarrillos, pero los niños apenas aparecen más que nombrados, y una de las escenas cumbres, la de Kindelán y el mechero, podría haber sido más aterradora si los niños se hubieran definido como algo más que un añadido.

Pero ocurre igual con los diálogos. Da igual el personaje que tome la palabra, siempre es Marías quien lo está haciendo. Apenas el discurso cambia con respecto al narrador: los mismos periodos largos, la misma amplitud oracional, la misma impecable erudición, la misma tendencia a la pedantería. Y no pasa nada, porque cuando lees una novela suya hay que aprestarse a ese juego porque es uno de esos peajes necesarios. Cuentan las meditaciones, las reflexiones, las disquisiciones, las interrupciones, los circunloquios, las repeticiones (no solo las primeras frases, sino los versos de Elliot y algunas expresiones más), las digresiones, las descripciones, que elevan el tono del relato:
Entonces todo iba más rápido y adelantado que ahora, en contra de lo que se  cree, y los jóvenes se sentían adultos desde muy pronto (...). No había motivo para esperar ni remolonear, y tratar de prolongar la adolescencia o la niñez, con sus plácidas indefiniciones, parecía propio de pusilánimes y medrosos, de los que la tierra está hoy tan llena que ya nadie los ve como tales. 
Ni siquiera pensó en lo raro que ha de ser dejar de existir, en la incredulidad que debe de producir en quien aún tiene conciencia, hasta que ésta se apaga, por así decir. 
qué fácil ser engañado y no digamos mentir, algo sin mérito y al alcance de cualquier tonto, es curioso que los embusteros se crean listos y hábiles, cuando para eso no hace falta la menor habilidad. 
Hay muchas mujeres desesperadas por tener un hombre, el que sea. Tantas como hombres desesperados por tener una mujer, la que sea. Suelen acabar juntándose unos con otros, y así sale el mundo insatisfecho
Como digo, me ha resultado una novela interesante, que no me ha costado leer, que consigue atrapar la atención porque Marías es un maestro en eso, aunque en otras ocasiones su falta de miga argumentativa estaba mejor conseguida, aquí es casi fastidioso no saber nada de las operaciones secretas de Tomás (Berta lo acepta, pero este lector no, vaya), con una sorpresa argumental en el último tercio de la novela que no me cambia mucho la opinión ni el resultado, y con un inicio menos contundente que en otros títulos (títulos que últimamente no son de los más atractivos, por otra parte), por lo que no me parece una novela redonda.


                         

Manhunt: Unabomber

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(Discovery Channel. 8 episodios: 01/08/2017 - 12/09/2017)
Esta serie que ha pasado bastante de puntillas debería tener más resonancia. Gracias a Netflix la está teniendo y va a dar bastante que hablar. A medio camino entre Mindhunter (investigación del FBI en la que se prueba algo novedoso, un investigador un tanto "rarito") y American Crime Story (O.J. Simpson, cuyo juez incluso es nombrado, además de eso comparten una documentación rigurosa), tiene suficientes elementos como para no hablar de un simple procedimental tipo CSI o los mil millones de series que buscan y encuentran asesinos. 

Empezando por la recreación histórica exhaustiva y acabando en la presentación de dos personajes que tienen mucha miga, quizá le falta el vuelo que es presumible que tendrá Mindhunter, a la que se le vislumbra cuerda para mucho rato, pero cumple el cometido de ir más allá de la simple investigación. 

Contiene spoilers

Como digo, Manhunt le debe mucho a su dúo protagonista: el criminal buscado es el enigmático y misterioso Unabomber, Ted Katzynski (nombre que conoceremos avanzada la trama), que manda bombas y mensajes para acabar con el avance tecnológico, porque supone un retroceso para la libertad individual (menos mal que el tal Ted no saldrá en la vida de prisión, porque si no le daría algo con el avance o la deriva en este sentido).

Tras varios años de investigaciones estériles, será la intervención de Jim Fitzgerald, 'Fitz' (Sam Worthington) la que dé un vuelco, por medio del análisis del lenguaje de los manifiestos y las cartas del terrorista y asesino (tres muertos y decenas de heridos). Alternaremos dos tiempos principales, el que sería el presente de 1997, a punto de celebrarse el juicio, y 1995, año en que la investigación del FBI por fin obtuvo un nombre fiable en la pizarra de Don Ackerman (Chris Noth, Sexo en Nueva York y Peter Florrick, con unos considerables lupos) gracias a la tenacidad de Fitz.

La gracia de Manhunt es hacer interesante lo que en realidad parece tedioso incluso para un filólogo: cómo la redacción, la ortografía e incluso el empleo de frases hechas obtuvo la trascendencia que la potencia del procesador de datos no había logrado. Además de eso, nos expone cómo el "bueno" en realidad hace cualquier cosa por atrapar al "malo", y para ello se lleva por delante todo lo que pilla por medio: ya sea su compañera Tabby (Keisha Castle-Hughes, la intrascendente Obara Sand en Game of Thrones), que se juega el puesto por él a cambio de no obtener correspondencia; ya sea su (sexy) compañera lingüista, Natalie (Lynn Collins); ya sea incluso su esposa, Ellie (Elizabeth Reaser) y, por ende, su familia.

La obsesión de Fitz llega a extremos delirantes, como olvidarse de sus hijos en el cine o comportarse como un psicópata, demostrando una nula empatía, con lo que es normal que acabase adoptando el estilo de vida ermitaño de Ted. Lástima que la interpretación de Worthington deje bastante que desear, porque por momentos vemos a un lelo más que a una persona con dificultades a la hora de las relaciones sociales. Algo que no le pasa a su némesis, Ted, interpretado con mucha soltura y muchos matices por Paul Bettanny, que le da mil vueltas.

Incluso sin llegar al maravilloso sexto episodio (Ted), en el que incluso retrocedemos a los años 50 para ver la infancia y juventud del asesino, vemos infinidad de registros en la interpretación de este asesino en serie obsesionado con sus ideas anti progresos técnicos. Que su propio hermano David (Mark Duplass) sea quien apuntille a Ted no deja de ser algo lógico si el propio hermano mayor siente que siempre le han traicionado. La paradoja de esta serie es que nos compadecemos de un tío que se dedica a poner bombas, aunque viendo que era una persona que define sus relaciones con los demás como un constante observarles a través de una ventana, era hasta normal que su ira se canalizase de manera paranoica. 

Casi lo consigue a través de Theresa (Trieste Kelly Dunn, Banshee) y su superdotado hijo Timmy, pero al final vuelve a quedarse a las afueras, con el consiguiente castigo de no tener más remedio de no poder cambiar de vida. Hay que hacer una mención especial a las interpretaciones del infante Ted (Grady Port) y del adolescente Ted (John Bechtold), sobre todo de este último, quien tiene que soportar las torturas de su profesor de universidad, el doctor Henry (que sí se merecía como mínimo una cadena perpetua por sus investigaciones).

Aunque sabemos casi desde el principio cómo va a acabar la historia, nos interesa conocer los detalles de la investigación, en la que también tiene un relevante papel el repelente Stan Cole (Jeremy Bobb, mayúsculo en The Knick). Incluso el juicio, en el que volverá a ser necesaria la participación de Fitz.

Cuando al final el "bueno" acaba casi solo (no se entiende cómo Natalie sigue apoyándole en 1997 después de comprobar que era casi accesoria para él), le llueven broncas por parte de Don y le niegan los méritos (se los atribuye Andy Genelli (Ben Weber), casi te alegras visto cómo se  comporta. Y cuando el "malo" debería haber ido a un centro psiquiátrico más que otra cosa, la escala de grises casi completa su total inversión. Solo un enfermo pudo cazar a otro enfermo.

1984. George Orwell. DeBolsillo

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(352 páginas. 7,55€. Año de edición: 2014)
No creo que existan muchas novelas que produzcan la sensación de terror de 1984. El germen de las hoy muy de moda distopías no me cabe duda de que es este libro. Pero es que, además, no creo que existan muchas novelas más redondas: tanto por el universo plasmado, plenamente explicado hasta parecer una iluminada radiografía, como por la historia individual de su protagonista, Wilson Smith, que además de sufrir las consecuencias del gobierno que les rige, vive una historia de amor con Julia, en la que ríete tú de Romeo y Julieta.

Dividida en tres partes, responde al esquema clásico de presentación, nudo y desenlace, correspondientes a cada una de dichas partes: en la primera prima sobre todo la explicación de que en lo que era para el autor un futuro lejano, 1984; se vive en Oceanía (todas las islas, tanto América como las Británicas, forman parte de esa especie de continente-estado), con un gobierno represor centralizado en la figura gigante de los carteles del Gran Hermano, el padre y salvador de la patria por así decirlo.

En la segunda, una vez explicadas las ocupaciones del protagonista, sus antecedentes prerrevolucionarios y su germen de rebeldía (a través de la escritura de un diario, algo subversivo y prohibido, como la lectura y, en general, la cultura), se desarrolla la única parte luminosa de un libro sombrío y pesaroso, la parte del idilio amoroso, que debe superar todas las trabas que este gobierno opresor impone.

Por último, llega un largo y aterrador clímax final, que ocupa toda esa tercera parte: una vez descubiertos, llega el arresto y la tortura, o, como se diría en términos de la nuevalengua, la reeducación. Si ya el ambiente asfixiante y gris había sido una nota predominante a lo largo de la lectura, ahora solo queda leer las páginas restantes como si te estuvieran asfixiando con una soga, compartiendo las torturas físicas y mentales a las que es sometido Wilson.

Si ya simplemente por haber erigido un mundo tan lóbrego y realista podríamos calificar de genio a George Orwell, añadimos que el argumento te atrapa como si fuéramos unos proles de esta Oceanía dirigida con mano de hierro por el Partido Interior, y aún nos faltaría alabar el ingenio lingüístico para dar pie a la llamada nuevalengua, con términos como el doblepiensa, el socing, el hablascribe o el crimental, por no hablar de ese sesudo y cuasi filólogo apéndice, en el que a modo de tratado se nos explica, con una perspectiva de documento histórico (se podría hablar de la única nota de optimismo del libro, ya que parece registrar lo sucedido en ese régimen como algo ya pretérito), cómo se había diseñado el nuevo vocabulario, diseñado para reducir hasta el mínimo el pensamiento humano (y, por ende, su capacidad de crítica o de resistencia).

Winston, un hombre de 39 años, cuyo tobillo derecho es varicoso y con un recuerdo incrustado que no llega a cristalizar (acerca de su madre y de su hermana pequeña, y del hambre que pasaron durante la guerra), siente que todos los logros de los que se jacta el gobierno no son tales, por más que no pase hambre porque trabaja en el Ministerio de la Verdad (el que se dedica a tergiversar la verdad para acabar falseándola a conveniencia del partido) y por más que no termine de concretar que el control casi absoluto hacia las personas es castrador. 

¿Los lemas aprendidos y proclamados?

LA GUERRA ES LA PAZ
LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD

LA IGNORANCIA ES LA FUERZA

Aparte de los aciertos con ese vocabulario reduccionista, los nombres eufemísticos de los Ministerios dicen mucho del mundo de 1984: el Ministerio de la Verdad transmite mentiras (se ocupa de las noticias, los espectáculos, la educación y las bellas artes), el Ministerio de la Paz se encarga de todos los asuntos de la guerra; el Ministerio del Amor se ocupa de mantener la ley y el orden (el encargado de torturar); y el Ministerio de la Abundancia, el responsable de los asuntos económicos (favoreciendo el hambre). Si te paras a pensar que hoy en día existen en España los ministerios de Justicia (ja), de Igualdad y Servicios Sociales (je), de Defensa o de Educación (ji), ves que la terminología adulterada va por el mismo camino.

Pese a que la calidad de vida es muy reducida, la gente no se rebela. A excepción del hombre más odiado, Emmanuel Goldstein, de quien se dice que lidera una Hermandad que busca derrocar al Hermano Mayor, el sistema está demasiado bien establecido como para sacudirse de su casi omnímodo yugo. La Policía del Pensamiento, las telepantallas y los Dos Minutos de Odio contribuyen a ello. Las permanentes e intercambiables guerras con los otros dos superestados, Eurasia y Esteasia, favorecen la constante precariedad.

Aunque se nos explican muchas cosas y el tono podría acercarse a una especie de ensayo, la parte narrativa prevalece en todo momento, y al mismo tiempo que nos adentramos en conceptos intrínsecos a la situación política actual, vemos que todos los personajes ayudan a que la doble dirección (comprender la ideología de la nuevalengua y saber cómo acaba el protagonista): sus compañeros el indolente y abducido Parsons, el casi heterodoxo Syme, el elegante y aristocrático O'Brien, a quien reconoce como un posible contacto de la Hermandad, el viejo Charrington, que proporciona a Julia y a Winston una habitación... 

Winston desea realmente que se produzca un cambio: "¿Por qué nunca gritaban así por algo que tuviese verdadera importancia? (...) Hasta que no tomen conciencia no se rebelarán, y sin rebelarse no podrán tomar conciencia", pero hasta que Julia (un personaje importante pero más puente que otra cosa) no se le declara y empiezan su relación, no se anima a hacer algo, a ponerse en contacto con O'Brien, que le entregará el libro de Goldstein, del que leerá un par de capítulos (en tipografía más reducida, con un estilo más como de manual instructivo) y que explica las mentiras del Partido, cuyo único fin es perpetuarse:
La rebelión física, o cualquier movimiento preliminar que pudiera favorecerla, son imposibles en la actualidad. Los proletarios no constituyen ninguna amenaza. Si se les deja en paz, seguirán trabajando, reproduciéndose y muriendo generación tras generación y siglo tras siglo, no solo sin sentir el impulso de rebelarse, sino sin llegar a entender que el mundo podría ser diferente. Solo podrían llegar a ser peligrosos si el avance de la técnica industrial hiciese necesario proporcionarles una educación mejor.El poder no es un medio, sino un fin. Nadie instaura una dictadura para salvaguardar una revolución, sino que la revolución se hace para instaurar una dictadura.¿Empiezas a ver ahora el mundo que estamos creando? (...) En nuestro mundo no habrá mas emociones que el miedo, la rabia, el triunfo y la degradación. (...) Hemos cortado los vínculos entre hijos y padres, entre los hombres y entre los hombres y las mujeres. (...) El instinto sexual será erradicado. (...) Aboliremos el orgasmo. (...) No habrá más amor que el que se siente por el Hermano Mayor.
No voy a extenderme más aunque apenas haya hablado de la última parte, la más desesperanzada. Por momentos me preguntaba por qué Winston no elegía una posibilidad que ni se le pasa por la cabeza: el suicidio; el estado mental estaba tan coaccionado por las campañas manipuladoras del Partido que era imposible ni planteárselo, pese a las torturas, pese a las delaciones, pese a no retener ningún aspecto de su alma a salvo de sus torturadores. 

Una novela muy dura, pero necesaria. Ahora que estoy viendo Black Mirror, por dar una referencia, sin duda se trata de su referente primordial. Como ocurre con The Handmaid's Tale, un recordatorio que no pertenece tanto a la ciencia-ficción como podría parecer.

Black Mirror. Temporada 4

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(Netflix. 6 episodios: 29/12/2017)
La nueva tanda de episodios de Black Mirror (BM) está caracterizada por una acusada irregularidad, aunque eso no quiere decir que haya capítulos que no tengan calidad suficiente como para merecer a esta serie. Pero sí es cierto que hay tres episodios que destacan sobre el resto: USS Callister, Hang the DJ y Black Museum. Y de entre los tres más flojos, el que se lleva la palma es el penúltimo, Metalhead. Pero vayamos desgranándolos poco a poco:

Empieza fuerte Black Mirror con USS Callister, que dura una hora y cuarto y se podría considerar casi como una minipelícula, al mismo tiempo que un especial de Navidad (en las fechas futuristas del capítulo están en Nochebuena). Se necesitaba ese tiempo para desarrollar dos universos paralelos:

En la vida real, tenemos una empresa de videojuegos a lo Google ("aquí queremos que te diviertas, que estés guay y te prepares el café que quieras") en la que uno de los cofundadores, Robert Daly (Jesse Plemons está inmenso, pocos actores te pueden ofrecer personajes como el Todd de Breaking Bad o el Ed de Fargo, llenos de ambigüedad, también maldad, y en versión un poco engordada de Matt Damon) está prácticamente arrinconado y ninguneado, pese a ser el cerebro pensante de Infinity, un videojuego en línea de realidad virtual que rinde un evidente homenaje a Star Trek

Y es que su socio, Walton (Jimmi Simpson, Westworld, House of Cards) se ha aprovechado de su genio para lucrarse y para que siga expandiendo actualizaciones, a cambio de tratarle con un desprecio increíble. Solo la llegada de una nueva informática parece cambiar su sino vilipendiado y marginado. Nanette Cole (Cristin Milioti, la mamá de How I met your mother, también aparecida en Fargo, cuesta saber quién gusta más, si ella o si Robert, ambos están espectaculares) siente una gran admiración por Robert, aunque los compañeros le aconsejan que no se relacione mucho con él porque es un rarito al que le gusta demasiado mirar e incluso acosar.

En esta vida real, el mérito es lo bien caracterizado que está ese futuro no muy lejano, con móviles más desarrollados, con casas domóticas y un videojuego que se carga con una especie de chip instalado en la sien (un poco similar al artilugio que salía en el episodio 3 de la primera temporada). Muchas películas futuristas no tienen la misma cintura a la hora de caracterizar aspectos tecnológicos avanzados. En BM lo que cuesta es no creer que esos avances sean lógicos.

En la vida artificial, Robert se refugia en la nave espacial USS Callister, de la que es el capitán. Aquí tiene más pelo, es más rubio, no necesita gafas, está en mejor forma física, pero, sobre todo, es un líder carismático, capaz de tomar decisiones arriesgadas y siempre acertadas. Su tripulación lo tiene como a un dios. 

Su tripulación que son sus compañeros de trabajo: Walton, su segundo de a bordo, un llorón que pierde la compostura cuando las cosas pintan feas; Shania (Michaela Coel, ya aparecida en el episodio 3 de la 3ª temporada, aunque muy secundariamente, yo creo que la cogieron por su inquietante sonrisa mandibular); la recepcionista Elena (Milanka Brooks), que en la nave tiene la piel azul (se queja por ello de racismo); el informático Kabir Dudani (Paul G. Raymond); e incluso el becario Nate (Osy Ikhile), por no hablar del malvado Baldak (Billy Magnussen).

Todos ellos están esclavizados en esta otra realidad. Clonados digitalmente, están bajo el yugo de quien califican como dios cabrón. El que parecía que no había roto un plato resulta ser uno de los personajes más enfermos y retorcidos que se han visto en mucho tiempo, capaz de cualquier cosa para que le bailen el agua en su nave espacial, incluso asesinar al hijo de Walton, también clocado.

La recién llegada Nanette no tarda mucho en integrar las filas del USS Callister, y como es nueva, no acepta esa situación de esclavitud, por lo que pondrá a prueba la maldad de Robert, capaz de cualquier cosa por mantener su superioridad allí. Cuanto peor lo pasa en la realidad, más se desahoga con su juego, del que tiene una versión que no está conectada en línea. Nanette buscará contactar con su versión no clonada provocando un muy interesante juego de realidades y de Nanettes.


Algunos han apuntado a que rompe con la dinámica de BM por ese final feliz (feliz relativamente, al menos lo es para los clones, por más que estén atrapados en la virtualidad del universo) que parece atenuar el mensaje de advertencia hacia la tecnología, pero digo relativamente porque no deja de hablar del peligro de aislarte en entornos virtuales, creando un alter ego que pasa a ser más real que la propia vida real. No por dejar de ser aterrador atenta contra el espíritu retorcido de la serie y de hecho yo pondría este episodio entre mi top 3 de BM, que tiene una especie de bonus track con la voz de un jugador de Infinity. Esa voz no es otra que la de Aaron Paul (Breaking Bad), bitches.


Arkangel muestra un entorno más característico de BM: más claustrofóbico (apenas hay dos personajes principales, a los que cabría añadir el abuelo y Trick, el ligue de Sara), más desasosiego, más visos de acabar de manera funesta: tenemos a Marie (Rosemarie DeWitt), madre soltera (no se nos dice nada en ningún momento de un posible padre) que enfoca todas sus necesidades vitales en su hija Sara. Un incidente en el parque con un gato y un despiste desatan los terrores de Marie y harán que pruebe una tecnología de la empresa Arkangel, que monitoriza y controla a su hija.


Lo más aterrador del episodio es que esta sobreprotección ya está aquí hoy en día. Nuestros hijos son la generación más consentida y acomodada de la historia y las consecuencias directas como mínimo son esa tendencia a exigir derechos sin la consabida contraprestación de los deberes. No hace falta que les injerten un chip porque para eso tenemos los móviles: niños muy pequeños ya con él para que sus padres controlen que está todo bien o que el niño pueda llamar si pasa algo. Móviles que tienen GPS incorporado, para más señas.


Este capítulo dirigido por Jodie Foster cumple perfectamente los cánones de BM, pero sin embargo para mí baja enteros con respecto al primer episodio, por más que las actuaciones sean muy buenas, tanto de esa abrumada e histérica Marie, como esa Sara adolescente (Brenna Harding) que en realidad no deja de ser una adolescente normal, con sus rebeldías puntuales y su necesidad de probar cosas nuevas, y más si de pequeña ha tenido un filtro anti estrés que pixelaba su entorno si contenía alguna amenaza.


De nuevo, contiene algunas autorreferencias marca de la casa, como la escena para probar el aparato para el control parental, en la que aparece una escena de Men against fire (E05S03), se ve un peluche de Waldo (E02S03) en el carrito de Marie, la tecnología del dispositivo de control es muy parecido al de The entire history of you (E03S01) e incluso la posibilidad abierta de que el camión que para a Sara después de que esta abandone por segunda vez a su madre (esta vez definitivamente) sea el conducido por Susan en Nosedive (E01S03). 


No levantamos el vuelo con Crocodile (el título parece aludir a las lágrimas de cocodrilo), de nuevo un episodio con pocos personajes, al que se le añade una ambientación nevada a lo Fargo, con quien también tiene ciertos parecidos en el abuso de la violencia y la sangre. Partimos de un accidente de coche ocurrido hace quince años, en el que un ciclista muerte atropellado por dos fiesteros desfasados, Rob y Mia. Después de la controvertida decisión de no avisar a la policía, tiran al mar el cadáver y no se vuelve a saber nada de aquel hombre, algo que atormenta a Rob, que se pone en contacto varios años después con Mia para intentar convencerla de que confiesen. 


Sin embargo, Mia Nolan (Andrea Riseborough está lejos de convencer con esta asesina llorona) ahora es una arquitecta de prestigio, casada y con un hijo, y al ver que no puede convencer a su antiguo compañero de que se quite esa idea, le asesina. Si rechina que una mujer tirando a endeble sea capaz de estrangular por delante a un tipo tan pesado, el resto de decisiones equivocadas no mejoran demasiado esa tendencia a la inverosimilitud, y menos cuando se cruza con ella Shazia Akhland (Kiran Sonia Sawar), una agente de seguros que le pregunta por el atropello de un chico ocurrido al poco de matar a Rob.


La referencia tecnológica en este caso parece una nota a pie de página: Shazia viene acompañada de una máquina que parece una televisión pequeña de las de antes, aunque esta es capaz de visualizar recuerdos (y además el vehículo que atropella al muchacho investigado es una máquina expendedora de pizzas motorizada). Lo mejor de este episodio es cuando el espectador anticipa el momento en que Mia vaya a ser requerida por esta máquina de visualizar recuerdos. Lo peor es la retahíla violenta de después para intentar cubrir las huellas, que va desde el marido de Shazia hasta su propio hijo (ciego para más inri). Ya se riza el rizo cuando se produce la paradoja de que tanto asesinato no vale para nada por culpa de los recuerdos de una cobaya. Sí, no me he equivocado de palabra, he dicho cobaya.


Por suerte levantamos vuelo con Hang the DJ, el San Junípero de la cuarta temporada. Para calibrar su alcance la duda estriba en valorar cuál de los dos episodios gusta más, teniendo en cuenta que ambas mezclan nuevas tecnologías y una historia de amor. ¿Cuál es más romántica? 


En Hang the DJ encontramos una crítica más concreta: Tinder y todas las apps o webs de emparejamientos. Una especie de programa se encarga de buscar la pareja ideal y se jacta de tener un 99,8% de aciertos. No obstante, ni Amy (estupenda Georgina Campbell) ni John Shelby -perdón, Frank (Joe Cole, Peaky Blinders)-, parecen muy convencidos porque la conexión entre ellos no la vuelven a sentir con ninguna de sus otras citas (que van desde las 12 horas al año entero en que él tiene que soportar a una tal Nicola).


Yo de todas formas me sigo quedando con San Junípero a pesar de que no contenía tanta crítica; tuvo el mérito de ser la primera que nos robó la "virginidad" en BM al hacernos ver que no todo iba a ser apocalíptico y que las geniales sorpresas finales podrían depararnos finales felices. Aquí las dudas que nos depara es si Frank y Amy existen o son datos de una especie de supercomputadora (todo el entorno, se ve cuando escalan el muro, es virtual o informático) y si el título es alguna expresión inglesa o simplemente viene a colación de la canción del final. Sea como sea, es un episodio que te deja muy buen sabor de boca.


Varios peldaños debajo nos situamos con Metalhead, que nos propone una especie de relato apocalíptico en el que los pocos seres humanos que quedan con vida están bajo el yugo de una especie de perros metálicos. Con una estética en blanco y negro que parece un homenaje a las películas de serie B, si hasta ahora nos habíamos concentrado en pocos personajes, ahora reducimos el  círculo prácticamente a Bella (Maxine Peake se pasa el capítulo siendo perseguida, llorando y pronunciando 'mierda' casi todo el tiempo).


La falta de explicación argumental es la premisa base, junto con el ritmo trepidante y la tensión en todo momento, ya que esos perros metálicos son implacables y casi infalibles. Al final descubriremos el objetivo de Bella y de sus dos compañeros, que buscaban algo en una caja y ese algo no era sino un conjunto de osos (o monos) de peluche. Parece ser que un niño enfermo había motivado esa búsqueda casi suicida, pero ni eso ni la postal que encuentra en la casa en la que Bella se refugia con la referencia a San Junípero libra a este episodio de la consideración del más endeble.


Por fortuna, acabamos con mucho mejor sabor de boca con Black Museum, un compendio de lo que es BM y de sus señas de identidad: lo tecnológico son todas esas piezas de museo, que no dejan de ser todos los chismes y cachivaches que han ido apareciendo a lo largo de todas las temporadas de esta serie (la autorreferencialidad llevada al extremo). Por si fuera poco, vuelve a aparecer esa estructura a lo muñecas rusas en la que el relato principal conlleva tres historias más pequeñas, como ocurriera en White Christmas.

Nish (Letitia Wright tiene el mérito de adoptar una pose irrelevante que le va muy bien a su personaje) va de  camino a no se sabe muy bien dónde, pero esa carretera 66 por medio del desierto parece que no está muy concurrida, con lo que la población o se concentra en reducidas ciudades gigantescas o está en vías de extinción (como ocurre en Metalhead). Cuando para a repostar su coche (eléctrico, con una tecnología muy a lo Nosedive), se percata del museo sobre que tiene cerca. Para hacer tiempo, decide entrar.

Su dueño, Rolo Haynes (Douglas Hodge, Penny Dreadful), la recibe y le va explicando. Cada vez que explica un artilugio de su museo cuenta la historia de cómo lo consiguió, y cada historia (de terror, claro) es un miniepisodio fantástico: parte de la del doctor Dawson (Daniel Lapaine, ya aparecido en The entire history of you), un médico de escaso éxito al que Rolo, en calidad de consejero de una empresa tecnológica asociada al hospital, le propone un implante asociado a una especie de casco o cabellera con rastas para sentir lo que sienten los pacientes. Lo que empieza genial para su trabajo e incluso para la cama, con la enfermera Madge (Emily Vere Nicoll) termina en plan truculento después de que uno de sus pacientes la palmara. Y es que siente una necesidad de sentir dolor que se le va de las manos hasta extremos de automutilarse.

En la siguiente, aunque no hay asesinatos literalmente, el monito de peluche (de nuevo, clara alusión a Metalhead, mejorando su alcance) es un crimen en sí mismo: Carrie (Alexandra Roach) es atropellada por un coche justo al poco de tener un hijo con Jack (Aldis Hodge) y la solución que le proporciona Rolo es una especie de dispositivo que conecta la mente de Carrie con la suya propia, en un rincón del cerebro poco utilizado. De nuevo, con el tiempo lo que parece una solución se convierte en problema, ya que el pobre hombre no puede ni mirar el culo a nadie sin que Carrie sea su Pepito Grillo, por lo que la solución temporal es desactivarla a conveniencia. El problema es que Jack descansa incluso meses de Carrie e incluso eso no vale cuando conoce a Emily (Yasha Jackson), de ahí que la nueva solución sea transferir la conciencia de Carrie a un monito de peluche.

Por último, tenemos el holograma de Clayton (Babs Olusanmokun, The Defenders), acusado parece ser injustamente y que está condenado a sufrir eternamente así. Aquí es cuando se revela la verdad de Nish, y el alcance de su venganza porque Clayton no es otro que su padre. Muchos fans se han dedicado a buscar los guiños (huevos de pascua por lo visto les llaman) a otros episodios, tratando de demostrar que los episodios no son tan independientes entre sí como a simple vista parece (aquí vienen recopilados). La canción Anyone Who Knows What Love Is es el principal ejemplo, puesto que aparece en 15 millones de méritos, Blanca Navidad, La ciencia de matar y Crocodile.

Solo por este intrincado juego de relacionar episodios se puede perdonar que haya capítulos que bajen un poco. Y los tres mejores episodios están a una altura comparable a cualquier gran episodio de BM. Más que suficiente como para dar el visto bueno a la cuarta temporada.

Peaky Blinders. Temporada 4

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(BBC 2. 6 episodios: 15/11/2017 - 20/12/2017)
Abran paso. Vienen the fucking Peaky Blinders, señores. Qué estilazo, qué manera de pasear el palmito por las calles de Birmingham, qué porte y qué ganas de que volvieran. Si bien es cierto que se hacen muy largas las esperas entre temporadas (la 5ª está prevista para 2019, qué año más nefasto el 18: ni Game of Thrones, ni Stranger Things, ahora esta...), luego es verdad que se nota que no hay prisas ni precipitación, con guiones elaborados, tramas bien imbricadas, personajes que crecen o evolucionan de manera incontestable. Gracias, Netflix, por traérnosla tan pronto.

Contiene spoilers

Además de que ha dejado un personaje icónico y que va derechito a la nómina de clásicos en la que, a bote pronto, se me ocurren Don Draper, Walter White o Daenerys de la Tormenta, ese Tommy Shelby que siempre se guarda un as bajo la manga (o bajo esa almohada en la que apenas duerme), hay una serie de recurrentes que no desmerecen, aunque es cierto que el único imprescindible es él. Perdón. Él.

Esta temporada quizás ha tirado menos que otras de esa rutilante banda sonora (igual que  de la canción Red Right Hand, que, si no me falla la memoria, no consta en dos episodios, y en los dos últimos se versiona, una por parte de Iggy Pop y Jarvis Cocker y otra, más afortunada para mi gusto, de Laura Marling, que tiene otra pedazo de canción en este episodio: A hard rain's a-gonna fall), aunque no han faltado nombres y temazos (Heart of a dog, The Kills; Snake oil, The Foals; Stagger Lee, Nick Cave; Devil inside me, Frank Carter; o Pyramid song, Radiohead, entre otros) e incluso esa estética de videoclip con algún Shelby andando en plan fucker a cámara semilenta no aparece tanto. Es como si el tiempo pasara y nuestros héroes (¿para qué vamos a ser hipócritas de llamarlos antihéroes?) maduraran. De ahí las gafillas redondas de Thomas.

Otro acierto de la serie es agigantar las figuras de los antagonistas: el rencoroso y amargado inspector Campbell, el angustioso y repelente padre Hughes y ahora el vengativo mafioso Luca Changretta, un papel hecho a la medida del excesivo Adrien Brody. La sobreactuación puede ser un arte, como bien ejemplifica Tom Hardy y su histriónico y divertido Alfie Solomons. Las escenas que Luca comparte con Tommy y con el propio Alfie son oro puro.

Partimos donde lo dejamos con un inicio rutilante en The Noose, uno de los mejores episodios no ya empezando una temporada, sino uno de los mejores de la serie: si nos acordamos (casi ya no), Tommy había entregado a casi toda la familia a las autoridades. Y aunque había dejado garantías para que no les pasara nada, están a punto de ajusticiar a Arthur, a John, a Michael y a Polly, que están, nunca mejor dicho, con la soga al cuello."In the bleak midwinter" (un villancico basado en un poema de Christina Rossetti, muy popular entre los soldados ingleses en la I Guerra Mundial), murmuran ellos a modo de salmodia de despedida cuando creen que les ha llegado la hora.

No es así. La prórroga sigue un poco más. Aunque una nueva amenaza se cierne sobre los Shelby un año después, cuando todos reciben una postal navideña con una mano negra. Los Changretta quieren vendetta (rima) tras el asesinato del padre (un acierto que haya tanta recurrencia con hechos del pasado, que no sea como esa típica serie en la que hay una especie de vacío existencial sobre algún personaje que no aparece pero que fue importante). Hay que recordar que John y Arthur tuvieron piedad de la mamma, su antigua maestra. Y debieron ser implacables.

La llegada de los italianos que gobiernan Nueva York vuelca la situación familiar. Desde lo de la cárcel, cada Shelby vive apartado los unos de los otros: Arthur con un estilo de vida muy al gusto de Linda, más familiar y católico; John a las afueras, con la cabra loca de Esme; la tía Polly dándose a las pastillas y a la bebida, hablando con espíritus; y Tommy a lo suyo, haciendo negocios y haciéndose el duro, alternando con prostitutas y dedicándose a su hijo. Si quieren sobrevivir, tendrán que volver a Small Heath, a ese olor familiar de estiércol, el corazón de las apuestas. Y tendrán que contratar más seguridad, hombres de otra familia gitana, encabezados por Aberama Gold (señores, señoras, dejen paso a Aiden Gillen, recién degollado por Arya, se ha dejado crecer la melena y Littlefinger ha tomado otra cara del Dios de los Muchos Rostros), un tipo sin escrúpulos (un animal para Johny Dogs) cuyo hijo, Bonnie (Jack Rowan), resulta un talento boxeístico, un nuevo frente para los Peaky Blinders: el ring será el escenario protagonista del penúltimo episodio.

Antes de eso, llega el final del primer episodio, con el primer zarpazo de los espagueti, que atacan sin piedad, escondidos en un carro lleno de balas de paja, justo cuando Michael estaba avisando a John para que se resguardase de la amenaza italiana. Les acribillan a balazos y la que podría haber recibido unas cuantas balas (y no precisamente de paja), Esme, es la que sale indemne. Por lo menos, cuando su marido muere decide darse a la vida nómada y no le volvemos a  ver el pelo.

Michael sobrevive, pero John no. El más tocado por la noticia será, cómo no, Arthur, el hermano más sensible por más que sea el más desbocado en ocasiones. Sobre Arthur, lastrado por la manipuladora (y cada vez más transgresora) Linda, parece recaer una especie de fatalismo que hace pensar que será el siguiente Peaky Blinder en caer, algo que ronda en varias ocasiones. Parece en todo momento que su promesa de poner la bala sobre Changretta caerá en vacío.

Durante la temporada veremos el ascenso del protagonismo de Finn, a quien quieren equiparar con el hermano muerto. El problema es que el pequeño de los Shelby no tiene el mismo instinto callejero que los mayores. Podría aprender de Ada (sublime Sophie Rundle), la única consecuente y congruente con Tommy. Todos los demás miembros de la familia tienen quejas constantes contra él, al mismo tiempo que maman de la leche que les proporciona (sus lujosas casas, su tren de vida, su relevancia en la ciudad). Ada, en cambio, ha aprendido a evolucionar de su juvenil comunismo al pragmatismo consecuente de cobijarse bajo la protectora ala del hermano inteligente. Y está más guapa y contundente que nunca.

Polly, en cambio, transita como un alma en pena al principio para ir rehaciéndose, aunque a bandazos. Su fortaleza hacia el final no la redime por completo, ni siquiera sabiendo que cuando parece negociar con Luca le está tendiendo una trampa orquestada por ella y por el propio Tommy (que protagoniza una espectacular escena en una corrala de vecinos contra los sicarios, espectacular a la vez que un poco ridícula, porque sabiendo que irían a por él podría haber armado un ejército contra el enemigo).

Michael, convaleciente desde el ataque del primer episodio, a pesar de ser el heredero de Tommy en cuanto a inteligencia, queda en un segundo plano y hasta fuera de juego, cuando parece ser relevado de la gracia del jefe y es trasladado o degradado a Nueva York en el último episodio. Un sino similar al de May (Charlotte Riley), un rostro destacado de la segunda temporada que vuelve a asomar para entrenar a Dangerous, un nuevo caballo para Tommy, aunque esta vez será una trama que no tendrá desarrollo. La que podría haber sido candidata más apropiada para él, la que no eligió porque estaba Grace, tampoco esta vez concretará nada más con Tommy.

De entre los nuevos personajes, cabe destacar a la sindicalista Jessie Eden (Charlie Murphy), la amenaza para Tommy de cara a sus fábricas, con las huelgas y los piquetes socialistas. Y la amenaza para Lizzie (Natasha O'Keeffe), que se ha quedado embarazada del boss. Quizás lo que más le trastoca de ella a Thomas es la referencia a su primera novia, antes de que la guerra le marcara, algo que veremos con más desarrollo en ese extenso epílogo después de la monumental vuelta de tuerca que da Thomas Shelby para quitarle la victoria a Luca Changretta, mención incluida para un tal Alphonso Capone, al que no le importaría ampliar su monopolio de Chicago en dirección a Nueva York.

El final de la cuarta temporada podría ser un broche de oro a la ascensión de un hampón surgido del lodazal del barrio más marginal de Birmingham. Ni más ni menos que elegido para el Congreso por parte de los laboristas. Aunque podría ser un contundente final para esta serie, está confirmada quinta temporada, y nadie puede decir que no se puede contar nada más o que no hay confianza en estos guionistas. La cuarta temporada ha sido una de las mejores, sin duda. Larga vida a los Peaky Blinders.

(Bonus track: la versión de Laura Marling no aparece en Spotify, aquí está en el inicio del último episodio: https://youtu.be/tWqfwrFgbd0)

Sandman: obertura. ECC Ediciones

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(224 páginas. 30€. Año de edición: 2017)
Se me agotaron hace tiempo los calificativos para esta serie, saga u obra maestra en cómic que es Sandman. Leída y reseñada la colección entera (en la penúltima edición sacada, que ahora resulta que hay una "deluxe", a la que pertenece este nuevo tomo), parecía imposible añadir nada que no resultara superfluo o un añadido innecesario. 

Pero veinticinco años después, resulta que no todo estaba dicho. Y entonces se le hace un hueco a este volumen, que vendría a ocupar un puesto cero. El prolegómeno al punto de partida. La explicación a uno de los puntos más inexplicables, la captura de Sandman, ni más ni menos que un Eterno, por parte de Roderick Burguess, ni menos ni más que un simple mortal.


En seis capítulos se nos explica una de las historias más grandiosas de todas las que Neil Gaiman nos haya contado. Y lo que parecía una obra de arte inmejorable, termina de redondearse. Y parece mentira que en toda la saga no hubiera participado antes J. H. Williams III, cuyos dibujos pueden ser los mejores de todos los vistos hasta el momento. Si no en cuanto a la polimórfica fisonomía de Morfeo, sí indiscutiblemente en la manera de acercarse a su universo onírico.

Como siempre ocurre, varios son los frentes que se nos abren y estás perdido durante unas cuantas páginas. Al terminar cada capítulo, habrá que retroceder para releer y darle mayor sentido a lo leído. Algo que habrá que volver a efectuar al terminar el maravilloso conjunto. Y como siempre ocurre, no habrá nada que falte o sobre, que no ejecute a las mil maravillas un plan orquestado que hace que el principio de la causa y efecto palidezca y se mire al espejo abochornado por pensar que era la única explicación plausible para los acontecimientos.

Antes de desentrañar un poco más el volumen cero, hay que hablar de la esmerada edición que nos ofrece ECC. Cuidada hasta el más mínimo detalle, partimos de un prefacio del propio autor y contamos con unas cincuenta páginas de "Acompañamientos": diseños de portadas alternativas, entrevistas a los artistas, explicaciones de algunas escenas y viñetas (como la de Padre Tiempo o la Ciudad de las Estrellas), una especie de introducción a la técnica del coloreado por parte de Dave Stewart y de la rotulación por parte de Todd Klein, así como la construcción de la portada de Dave McKean, además de varios bocetos más. Si añadimos el tacto satinado de las hojas, pocos placeres pueden existir mejores a tener entre tus manos un libro así. Una delicatessen, vaya, que quiero casi diseccionar:

[Si no lo has leído, conviene pasar directamente al último párrafo]

 En el capítulo 1, Una flor arde, partimos del sueño (como no podía ser de otra manera) de Quorian, una planta carnívora de un pequeño planeta, al que se le aparece el Dios de los sueños y le comenta que algo va muy mal, "Algo está sufriendo. Algo se está despertando. Algo está dañado". Justo después aparece en su mente el fuego, la muerte. Después de haber leído el resto, imagino que es la prefiguración de la destrucción asociada a la estrella que se vuelve loca.

Acto seguido, pasamos a septiembre de 1915, en Londres (un año antes de que Burguess secuestre a Sueño). El Corintio reaparece, quedando con un joven muchacho, Ian Stuart. Vemos la escena como si fuéramos Destino leyendo su Libro. El Corintio luego no tendrá mayor desarrollo, así que la escena podría ser una conexión con la historia ya publicada, la parte en la que aprovecha la desaparición de su Creador para infiltrarse en el mundo real (algo que Sueño tendrá que deshacer).

Destino llama a Muerte, que aún no es la misma que enamorará a todos sus lectores, sino todavía un Eterno altivo con poco apego por los seres a los que socorre. De manera críptica, hablan de su hermano Sueño. "Supongo que pronto lo descubrirá, ¿no? Pobre Sueño", rematará la bella y pálida Muerte.

Tras esa especie de paréntesis, regresamos a Londres. George Rastrillo, un personaje cuya cara es una especie de enrejado, sueña que gestiona una oficina. Sueño le avisa de la llegada de un invitado, que no es otro que Corintio, el cual se sorprende porque estaba entrando en El asno soez, la taberna donde había quedado con Stuart. Simplemente le recuerda las reglas establecidas: las creaciones de Sueño permanecen en el sueño, no vagan por el mundo despierto ni matan a mortales por placer.

La advertencia de Sueño de los Eternos se interrumpe por una llamada que aleja a Sueño. Lucien y Mervyn harán una aparición fugaz. Sueño avisa a su bibliotecario que se ausentará. Al verle ataviado con el casco, su presentimiento y la preocupación parecen tomar forma. Y eso que no ve lo que el lector hará en las siguientes páginas desplegables: una reunión multitudinaria de variantes suyas.

Pasamos al capítulo 2, Tiene lugar una reunión, y nos teletransportamos al presente. Sueño ya ha muerto, por lo que su sucesor, Daniel, visita a Henrietta, Hettie la loca, y juntos visitan una especie de casa de los horrores, un lugar en el que nació y perdió a su hijo hace 272 años. Allí Daniel-Sueño recoge un objeto que Hettie escondió hace tiempo, una especie de reloj fundido, a lo Dalí.

Volvemos a continuación a 1915, al otro lado del universo, donde los distintos y dispares Sueños, un compendio de distintas representaciones de su identidad, conversan entre ellos, más bien metafísicamente. El Sueño de las primeras cosas creadas explica el motivo de tan bizarra reunión: el universo ha llegado a su fin. Poco a poco, empiezan a desaparecer todos (¿son asesinados?), menos Sueño de los Eternos y su forma gatuna. El primero consulta su piedra preciosa para hablar con alguien con responsabilidad. Se mete en el rubí y habla con Gloria, del Primer Círculo, también llamado Shekinah, un anciano con largas patillas con aspecto de oficinista. Este le cuenta que una especie de cáncer se está propagando por el universo y eso ha motivado que estallen cruentas guerras. 

"Pronto, la mente que es el universo dejará de pensar, y todas las cosas dejarán de ser". Pese a esas palabras, Sueño parece indiferente, sabedor que existen unas reglas y que incluso los Eternos algún día llegarán a su fin. Claro que la cosa cambia cuando también le dice que la culpa de que llegue el fin del universo es suya. Y sus últimas palabras son crípticas: "Estás aquí porque una niña vivió y un mundo murió hace mucho tiempo".

Cambiamos de tercio de pronto, con una especie de interludio, pasamos a una figura femenina, que es informada de que el mundo acaba. Dentro de un tiempo, todo lo que era suyo volverá a serlo. Y, mientras tanto, sigue cantando. Más adelante descubriremos que esta figura femenina es ni más ni menos que la Madre de Sueño. Lo siguiente es el reconocimiento de Sueño de que dejó vivir un vórtice. Para reparar el daño, y acompañado del Sueño del Gato ("No me gusta que nadie me diga qué hacer, ni siquiera el universo"), emprenden un camino prohibido a los Eternos. Van a visitar a su Padre.

El inicio del Capítulo 3, Una niña aprende, o más bien su introducción, empieza con un recuento de criaturas embarcados en la llamada de la guerra, desde cabalgaolas y devoradores de planetas (tributo a los cómics de siempre), hasta un enjambre de escarabajos metálicos. En algo así como un desierto, se encuentran con las Benévolas, personajes ya aparecidos en otras ocasiones, que le indicarán (sin casi pretenderlo) que ha de ir a la Ciudad de las Estrellas.

En el puente de paso, tras sumir en el sueño a unos asaltantes, una niña llamada Esperanza (Esperanza Preciosa Nebulosa Perdida para ser más exactos), escondida bajo la cama mientras veía como mataban a su padre, se une a los dos Sueños. Uno de los mejores momentos del capítulo (y del cómic) es cuando le contestan las numerosas preguntas que le surgen a la niña. Están explicándole lo que hacen las estrellas en la ciudad y hay que ver la cara que ponen los dos Sueños cuando Esperanza pregunta qué son relaciones sexuales.

Algo que se me escapa de la comprensión es que Sueño alude como mínimo hasta en tres ocasiones a que ha muerto hace unos días. ¿Puede ser un adelanto a esa parte en la que la cronología se va a alterar, y los distintos planos temporales se mezclarán? Sea como sea, al mismo tiempo que prosigue el camino, Esperanza inicia un monólogo interior que es en realidad una carta a su 'Pa'. Aunque llegamos a un inciso en forma de una historia narrada por el Príncipe de las Historias a petición de la niña. "Érase una vez, hace mucho, había dos dioses que abandonaron su tierra natal...", empieza una de las historias dentro de otra historia más esclarecedora de la saga.

Esos dioses pillaron desprevenido a Sueño y le encarcelaron. Pidió ayuda a sus hermanos, pero todos declinaron su petición. Deleite acude, pero en ese momento está cambiando (transformándose en Delirio) y, pese a su historia de rencillas personales, llama a Deseo, que le entrega una amante, obviando las quejas del Eterno, ni más ni menos que Alianora, con cuyo toque disuelve sus cadenas y quema los muros que contienen a su amante. Ella es una criatura de la luz y aporta un toque de humor y de inversión de sexos muy ocurrente: "Es como en todas las historias, ¿no? Una valiente princesa rescata a un bello príncipe de una mazmorra y de los ogros malvados".

Nos enteramos de que las puertas del Reino de los Sueños están hechas con los cuernos de uno de los dioses que le habían atrapado, y que el yelmo proviene de los huesos del otro dios. Sueño no le cuenta el final de la historia con Alianora, que se nos aparece en un desgarrador blanco y negro. Ella no puede con su frialdad y Sueño le construye un mundo para ella; "y juré que mientras existiera, también lo harían el islote y ella". Al final del capítulo, Sueño de los Gatos le dice que aproveche que la niña duerme para hablar con su Padre. En ese momento salen las estrellas.

No obstante, en el Capítulo 4, Abandonan a una estrella, puede que el mejor número no de esta Obertura, sino de toda la serie, primero se produce la visita al Padre. Si ya hasta el momento habíamos asistido a una explosión de diseños distintos y de versatilidad imaginativa con las viñetas, llegamos a la culminación: una explosión de colores fuertes y variantes cuasi surrealistas, una sucesión de figuras reconocibles como el Padre con diferentes edades, además de una ruptura total con la cronología. El Padre le reprocha que la última vez que le ayudó, perdió su Saeculum. Se muestra nada receptivo a Sueño, aunque, a punto de desmaterializarse en el plano del Padre, le pregunta si ha hablado con madre, algo que da la impresión de trastocarle.

Si espectaculares son las dos páginas con el Padre, la Ciudad de las estrellas no se queda atrás, con un uso de colores casi translúcidos. Quien parece el guardián, Fomalhaut u Ojo del Solitario, no parece partidario de dejarle pasar, y así otras estrellas con formas humanoides. Esperanza le da la mano a Sueño ofreciéndole consuelo. "Sostengo la mano de una niña e intento recordar la última vez que otra mano tocó la mía".

Sueño accede a una especie de mazmorra y habla con la Estrella loca, a quien le cuenta una historia, en la que hace mucho tiempo, en un pequeño mundo azul, conoció a un Vórtice, una anomalía. Su deber era matarla, pero nunca lo había hecho hasta entonces, por lo que infringe las reglas al querer conocerla. Sus hermanos Muerte y Destrucción(con fisiología a lo Avatar, pero sin el color de los pitufos) le instan a que cumpla su deber. E incluso así, en vez de matarla, en vez de apagar ese sol destructor, lo apartó de su mente.

Cuando por fin va a cumplir su cometido, las viñetas parecen dar la vuelta, en una compleja sucesión de giros que culminan en una doble página en la que las estrellas han volteado la situación, tendiendo una trampa a Sueño. Amenazan a Esperanza con borrarla, aunque la niña se rebela. "No, no soy nada. Soy... Esperanza".

De pronto, de nuevo hace acto de presencia su Padre, interrumpiendo ese momento, impidiendo que Sueño pueda proteger a la niña, algo que a su Padre, jugando a las cartas, le trae sin cuidado. "Siempre hay un tiempo en el que ella habrá estado viva, y siempre un tiempo en el que ella no existe. Esa es la naturaleza de la existencia".

En la página siguiente, una nueva genialidad: vemos el tapete delante del cual está Padre revisando las cartas y en cada una de ellas vemos imágenes relativas a lo leído en Obertura (y números posteriores; cada imagen daría para un análisis más profundo). Vemos que el Saeculum no es otra cosa que el reloj derretido que había recuperado Daniel, un objeto que marca un cambio de actitud del Padre, dispuesto a ayudar, sobre todo cuando Sueño le dice que podría hablar con su Madre.

Por desgracia, Esperanza es borrada por las Estrellas, que no matan a Sueño porque saben que, si eso ocurriera, otro aspecto suyo ocuparía su lugar. Por eso le encierran en una estrella oscura, una cárcel de la que nada sale jamás de allí.

Partimos de una superposición de recuadros con fondo negro en el Capítulo 5, Cuando regresa la noche. Del pesimismo que desprenden las palabras suyas en ese encierro, nos saca Anochecer, la sirviente de su madre. Se nos deja ver que todo estaba planeado por nuestro circunspecto Eterno.

Notas de humor intercalan esta visita del hijo a su madre “¿Cómo has estado? ¿Te portas bien? Nunca llamas”, como escenas del exterminio que está provocando la guerra (en tonos rojos). Viñetas multiformes en tonos oscuros, violetas y azules (la madre, oronda, tiene este color, al igual que sus bocadillos) para que la Madre pase revista a sus hijos y deduzca el plan de su hijo: unirla a su Padre (llamado Tiempo por ella) para que el Universo se recupere.

Pasamos a Destino, en cuyo libro aparece un navío varado, algo que le provoca lo inaudito: una tremenda sorpresa. Mientras, Sueño Gatuno está intentando salvar seres vivos, como a Derla Lann. Y mientras tanto, Madre intenta engatusar a Sueño, ofreciéndole un mundo de sueños junto a una amada (que no es sino Esperanza crecida). Al declinar su oferta, le sume de nuevo en la oscuridad, de la que parece imposible poder salir, aunque Destino le llama desde su galería, pidiéndole una explicación por el barco suyo aparecido en su jardín.

Por su parte, Sueño Gato ha accedido al más allá de la especie de Esperanza. “¿Cómo has entrado?”, le pregunta ella. “¿Alguna vez has intentado dejar a un gato fuera de algún sitio en el que quisiera estar?”, le responde él. A continuación, le pide que le acompañe y ella accede. Sueño de los Eternos sube al barco a instancias de su hermano y se encuentra con su otro yo, que ha hecho de Noé entre tanto, salvando unas cuantas vidas (entre ellos una especie de Optimus Prime y un ser que me recuerda a Majin Boo, la cosa rosa que sucedía a Célula en Bola de Dragón Z) de entre los trillones muertos desde que Sueño se fue.

Y llegamos al Capítulo 6, Viejos mundos se despiertan, en el que se inicia con un recuento de seres rescatados en ese barco onírico. Esperanza, que no recuerda su nombre y que quiere regresar de donde vino, ahora no quiere ayudar a Sueño porque está muy confundida. Vemos un par de imágenes de Muerte asistiendo a los seres de los mundos que acaban. Sueño-Gato le recuerda que “la naturaleza de los Sueños es definir la realidad. Destino está ligado a la existencia. Muerte está limitada por lo que aceptará o no”. Y le recuerda que un miembro de la familia está interesado en todo ese asunto: Deleite, ya a medio camino de Delirio.

De nuevo otra demostración de talento de Williams III contraponiendo los tonos negros y serios de Sueño con la profusión de formas caóticas de su Hermana, que ha obligado a las estrellas a ser amigas suyas. Como siempre, los diálogos entre ambos no llevan a ningún sitio, aunque las últimas palabras suyas descolocan al lector: “Pobre Sueño. Eres muy divertido y estás muy triste. De todos modos, ni siquiera eres el gato”.

Sueño regresa al barco y al recordarle su nombre a Esperanza, esta accede a hacerle caso. Su trabajo es decirle a los demás, esos mil seres recogidos en el barco, que sueñen con el universo, pero sin incluir a la estrella loca. Entonces Sueño abre su bolsa y sopla su arena. Habla con el Gato, que efectivamente no es él mismo. Concentra su poder en el rubí y el Gato (¿Deseo?) reconoce haber robado el Saeculum, ocultado para que dentro de 100 años lo encuentre y lo devuelva. 

De nuevo, más páginas dibujadas con maestría (incluso esas rayas que se convierten en una línea horizontal que es como la de la muerte, y las varias páginas en negro hasta que hay otras desplegables y Gloria le felicita por el trabajo), acompañadas de texto que parece poesía: “Meto el barco en la realidad a la fuerza. Es tan fácil como cambiar de opinión, tan difícil como mover una galaxia”.

Para acabar con la ejecución de lo que parece una sinfonía redonda, las últimas páginas están como enmarcadas en círculos. Sueño trata de regresar a casa, pero está muy debilitado y no puede evitar escuchar unas palabras resonando. “No es más que un poco de magia menor” -Te doy una moneda que hice de piedra, te doy una canción que robé de la tierra, te doy un cuchillo de debajo de las montañas, y un bastón con el que le atravesé un ojo a un muerto. Te doy una garra que arranqué a una rata, te doy un nombre y el nombre es perdido. Te doy la sangre de mis venas y una pluma que arranqué del ala de un ángel. Te llaman desde las tinieblas, hacia las tinieblas te llaman…-, pero le atrapan. Cuando cae en ese círculo, lo último que se le ocurre es una palabra: “Empieza”.

La confirmación de quién ha sido ese Gato que ayuda a Sueño llega en el Epílogo, Mientras tanto. Desesperación conversa con su gemela Deseo, que está cambiando de forma de gato a humana. Un precioso dibujo en tonos ocres que termina con algo muy gaimaniano: ninguna de las dos hermanas recuerda de qué estaban hablando.


En fin, como decía al principio, se acaban los calificativos para ponderar esta obra maestra que redondea lo que ya era un clásico literario. Sé que ha proliferado un sinfín de comentarios acerca de si era necesario esta añadidura o si responde a intereses mercantiles sin más. Por mi parte, bienvenidos sean estos seis maravillosos episodios que por fortuna he leído seguidos. Solo me queda por decir que pese a que se trata de una precuela de lo leído, yo recomendaría al afortunado futuro lector de Sandmanque dejase este número cero, esta obertura, para cuando hayas disfrutado los diez tomos anteriores, a modo de epílogo o guinda del pastel.

… ¿Y colorín, colorado, esta maravilla ha terminado? (De momento, en este enlace de zona negativa tienes la posibilidad de ver algunas páginas del cómic)


The Punisher. Temporada 1

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(Netflix. 13 capítulos: 17/11/2017)
Contiene spoilers


Algo pasa cuando la que debería ser la obra maestra de Marvel en cuanto a series, según lo visto en la segunda temporada de Daredevil, en la que lo mejor fue este personaje que ahora contaba con su propia serie, no te termina de satisfacer. No digo que sea mala ni que no me haya gustado, pero sí que esperaba más, que viene a ser una manera eufemística de decir que ha sido un poco decepcionante.

Y no tiene nada que ver el ritmo tan lento con que empieza, con un Frank Castle en modo Sísifo, ataviado con una barba de hipster (se bromea con esto incluso) y un mazo con el que se ensaña contra todas las paredes que encuentra. Aprovechando que ha muerto para el mundo, adopta la identidad de un tal Pete, que casi vegeta en la construcción, sin apenas contacto con sus compañeros, teniendo recurrentes pesadillas en las que su esposa Maria (Kelli Barrett es casi testimonial) y sus hijos son asesinados.

Sin embargo, no puede evitar involucrarse en la defensa de uno de los nuevos, a quien han metido en un lío de cuidado unos matones que trampean por ahí aparte de trabajar en la obra. Ese es el punto de partida de esta historia, junto con la llegada de alguien que parece saber la verdad sobre quién es, alguien que le está observando y que quiere ponerse en contacto con él, un tal Micro (estupendo Ebon Moss-Bachrach, el atontado de Desi en Girls).

No me parece mala idea explicar con detalle la tortura que significa vivir para Castle, el grado de tormento interior que padece, ni había que empezar a tiros de inmediato. Partimos de que Jon Bernthal es el Castigador idóneo, con un trabajo elogiable, con momentos para transmitir dolor, rabia y sentimiento de culpa. El problema viene cuando le hubiera sentado mejor a la serie una duración de diez capítulos. Me han sobrado bastantes cosas.

No en lo referente a Micro, David Lieberman, un informático al que también se le da por muerto tras querer dar a conocer un vídeo que demuestra como mínimo torturas por parte de los soldados estadounidenses en Afganistán. Su única salida es convencer a Castle para poner las cosas en su sitio. Y no hay mejor manera de hacerse respetar por Frank que mostrar valentía e ingenio, cualidades que hacen perdonar una cierta tendencia a ser un bocazas. Lo mejor de la temporada ha sido cómo nace y crece la amistad entre dos hombres que están en las Antípodas. 

David lleva un año dado por muerto y su esposa Sarah (Jaime Ray Newman) bastante tiene con cuidar de sus dos hijos, el mayor, Zach, y la pequeña, Leo (mejor Ripley Sobo que Kobi Frumer). Aunque la llegada de Pete a sus vidas tras atropellarlo le dará algún aliciente más, para tortura de David, que será testigo mudo de esa tensión no resuelta sobre todo por parte de su esposa de cara al hosco y duro de Pete. Los paralelismos entre la familia de David y la suya propia ayudan a que Frank se identifique en la causa de David.

Ayuda también que el cerebro detrás de las operaciones en Kandahar sea Rawlins (excesivamente polarizado Paul Schulze), un jefazo de la CIA que oculta las vinculaciones con el tráfico de heroína en Afganistán. Los malos son tan malos que no cabe otra cosa que darles una merecida tunda. La única condición para ponerse manos a la obra junto con David es que él pueda matar a todos esos malos.

En el bando contrario, aunque también en la CIA, está la agente Dinah Madani (Amber Rose Revah entra dentro de lo más destacado), que pronto se convertirá en una aliada, como Karen Page, y más tras el asesinato de su compañero de Sam Stein (Michael Nathanson, The Knick), el único que se había ganado su confianza, algo elogiable si tenemos en cuenta que Madani es algo así como la versión sexy y suavizada de Frank.

Y para de contar. El resto de la serie, por desgracia, ha sido un cúmulo de tópicos y de paja que han convertido a The Punisher en algo muy previsible. Por ejemplo, Curtis (cumple al menos Jason R. Moore), el único amigo que conoce que Frank no está muerto. Un veterano de guerra, con una pierna ortopédica, con más moral que el alcoyano, que promueve charlas para los ex militares. Una especie de Foggy que además sirve de nexo para introducir la trama más chapucera y peor conjuntada desde hace mucho, la del tocado Lewis Walcott (Daniel Webber hace lo que puede con un personaje planísimo), que vendría a plantear el tema de si la cruzada violenta de Castle podría ser extensible a cualquier castigador con nociones de injusticias.

Aunque el premio gordo para la previsibilidad es para Billy Russo (Ben Barnes), el "bro" de Frank, el único que compartió con él todo el marrón de Kandahar. Si ya huele que haya prosperado tanto en los últimos años con esa empresa de seguridad que incluso tiene contratos con la CIA, que sea tan abnegado y casi un hermano para Frank, no puede significar sino que va a ser el Judas de turno, algo que se ve venir casi desde que aparece en pantalla.

Es verdad que al final se endereza algo el rumbo, que tenemos un muy buen décimo episodio con varios puntos de vista a lo The Affair y una cronología alterada que le da un toque especial, y es verdad se nos ofrece el recital de violencia, balas, explosiones, muertes y sangre que se le presuponía a The Punisher, pero aun así no compensa que sepamos casi con certeza lo que viene a continuación. Si a este semi fiasco le sumamos el truño de The Defenders, todo apunta a una dirección: tantos frentes abiertos para Marvel en televisión le están pasando factura en acartonamiento, frescura y originalidad. 

Origen. Dan Brown. Planeta

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(640 páginas. 22,50€. Año de edición: 2017)
Siempre hay que tratar de buscar un lado positivo a cualquier cosa, como por ejemplo una hospitalización. O, como dice el refrán, no hay mal que por bien no venga. A las vicisitudes de una operación, bienvenidas sean las horas de lectura casi ininterrumpidas que te esperan. Al mal tiempo de la permanencia en reposo, buena cara por poder dedicarle tanto tiempo a leer. De otro modo, sería imposible leer un tocho de estas características en apenas cinco días. 

El siempre polémico Dan Brown da vida a una trama apasionante ambientada en España. ¿Qué mejor lugar para representar las fuertes tensiones entre modernidad y tradiciones que nuestro país? De modo que traslada al profesor Robert Langdon y su memoria eidética (fotográfica, vaya) a Bilbao, en concreto al Museo Guggenheim, donde su ex alumno y amigo Edmond Kirsch (y además multimillonario y genio) va a anunciar algo que cambiará la faz de la tierra para siempre.

Langdon se ha ganado un respetable sitio a medio camino entre los investigadores más famosos, Poirot o Pepe Carvalho se me ocurren a bote pronto, y los aventureros más intrépidos, Indiana Jones o Lara Croft, y su personaje se vale por sí solo para granjearse el beneplácito de sus lectores. El mérito del autor es rodearlo de aventuras que estén a la altura de su criatura de ficción, algo que ya había conseguido en otras entregas como El código da Vinci, probablemente su obra más famosa.

Teniendo pendiente Inferno por leer y con el referente de las adaptaciones cinematográficas que nos obligan a ponerle la bobalicona cara de Tom Hanks, puedo decir que Origen me ha gustado más que la tempestuosa de El código, a la que para mi gusto le sobraba casi la mitad del libro.

Aquí tenemos 107 capítulos muy dinámicos que consiguen el objetivo de tenerte entretenido y querer saber qué va a pasar después. Tirando del eficaz manual de estilo de un escritor de éxito, nos enfrentamos con un narrador omnisciente (aunque restrictivo, como mandan los cánones de la intriga), linealidad cronológica y sencillez estructural. Los méritos de este autor de Best Sellers residen fundamentalmente en trasladarte a lo que te cuenta con eficientes (pero no numerosas) descripciones y darle la suficiente personalidad a casi todos sus personajes, gracias sobre todo a sus ágiles diálogos.

Empezamos la aventura en el monasterio de Montserrat, donde Kirsch les va a exponer en primicia el vídeo de su descubrimiento a figuras representativas del cristianismo (el obispo español Antonio Valdespino), judaísmo (el rabino Yehuda Köves) y el mundo musulmán (el ulema Syed al-Fadl), antes de que se celebre el parlamento de las Religiones del Mundo, un gesto que los tres religiosos no saben cómo interpretar, pues el ateísmo del extravagante multimillonario y futurólogo Kirsch es sobradamente conocido. Su objetivo es ver cómo recibirán la noticia aquellos a quienes más afecta, los creyentes. Aunque en su fuero interno hay una especie de revanchismo porque sabe que las enseñanzas de las religiones están equivocadas.

En realidad les miente al decirles que el anuncio lo hará en un mes, pues en realidad tiene preparado retransmitirlo a todo el mundo dentro de tres días, desde el museo Guggenheimen, donde las principales personalidades acuden, atraídos por el carisma y el aura casi mística de las acertadas predicciones de este genio en diferentes campos, como por ejemplo el informático. 

En el  capítulo 2 pasamos a conocer al principal antagonista, el almirante de la Armada Luis Ávila, de sesenta y tres años, pero en plena forma, como demuestra en una disputa en un bar. Letal y decidido, regresa del desierto por una misión. Acuden a él fantasmas provenientes de la catedral de Sevilla, donde perdió a su familia por un atentado terrorista que nadie reclamó. Un tatuaje en su palma de la mano, un símbolo del siglo XIV, lo vincula a figuras importantes de la España más ultraconservadora. Su objetivo, fijado por un tal Regente, será impedir que se produzca el anuncio de Kirsch.

Y en el capítulo siguiente aparecerá el personaje más importante y sorprendente de esta novela: Winston, que empieza siendo la voz del audio-guía del museo y acaba descubriéndose que es una creación de Edmond, ni más ni menos que una computadora de inteligencia artificial, mucho más desarrollado que cualquier otro modelo existente en la tierra.

Entre medias de algunos capítulos, noticias intercaladas de una web, ConspiracyNet.com, un recurso que a mí me ha sobrado, aunque representa ese sector sensacionalista de prensa que se dedica más a polemizar que a informar. Pronto veremos que los religiosos a quienes Kirsch anunció su descubrimiento están en peligro: el ulema desaparece (es quien iba a intentar filtrar la noticia para tomar la iniciativa; en el capítulo 13 aparecerá su cadáver de hecho) y el rabino tiene que atrincherarse en casa a instancias de Valdespino, quien parece uno de los principales promotores de ese sector que representa al inmovilismo religioso.

Valdespino nos lleva a Madrid, a la catedral de la Almudena. Justo al lado, el anciano rey está casi agonizando. El paso a una generación que ya no conoció el franquismo es inminente, y toma la forma del príncipe Julián, hijo único y huérfano de madre, fallecida durante su parto. Si bien el obispo había sido el principal consejero del rey, se espera que su hijo sea más aperturista, aunque veremos que hay señales ambiguas. Se trata de un hombre refinado y educado, pero también un poco chapado a la antigua, como demuestra con el cortejo a Ambra Vidal, directora del Guggenheim y presentadora del evento.

Ambra (vaya nombrecito más hispánico) Vidal, de casi 40 años, es una mujer hermosa, alta, esbelta, de pelo negro, y dará comienzo a la fastuosa presentación, que contiene los elementos que tanto le gustan al amigo de Robert: espectacularidad, efectismo, una búsqueda de la mayor resonancia posible. Al darle paso, un amplio prolegómeno será la introducción para luego dar respuesta a dos de las preguntas más formuladas por la humanidad: ¿de dónde venimos? ¿Adónde vamos? En esa presentación casi cobra la misma importancia la dicotomía entre ciencia y religión, uno de los temas fundamentales de la novela.

A pesar del aviso de Winston y un desesperado intento de alarmar a Edmund por parte de Robert, no será posible salvarlo. Ahí empezará la contrarreloj del propio Robert y de Ambra, que de inmediato sospecha de sus protectores de la Guardia Real, Díaz y Fonseca, pues el asesino es alguien que ella incluyó a última hora a requerimiento del propio Julián, su prometido, de quien desconfía Ambra dolorosamente. Ayudados por Winston, pondrán rumbo a Barcelona, a la casa de Pedralbes, donde Edmond llevaba viviendo los últimos dos años, para poder publicar el vídeo que el asesinato había impedido. Para eso tendrán que introducir una contraseña de 47 caracteres que antes tendrán que encontrar.

Otros personajes secundarios tendrán su cuota de protagonismo: de entre las fuerzas de seguridad, Diego Garza, supervisor de la Guardia Real, que chocará pronto con la influencia y el poder en Palacio de Valdespino, que además se llevará en un momento determinado al Príncipe, sin móviles y por una puerta trasera; Mónica Martín, coordinadora de comunicaciones de la Casa Real, será la única que trate de reaccionar a los acontecimientos de Bilbao, aunque tome decisiones polémicas; y por último nombraría al padre Joaquim Beña, el párroco de la Sagrada Familia, lugar donde se encuentra el libro de poemas de William Blake, la principal pista para desentrañar la clave que dé acceso a la tablet de Edmund. Blake, un hombre adelantado a su tiempo, como el mismo Antoni Gaudí, al que se le rinde un sincero homenaje en esta novela.

En fin, entretenimiento y acción a raudales, así como las suficientes dosis de intriga, sobre todo por saber quién está detrás de ese Regente, del que conoceremos que está relacionado con la iglesia palmariana, una especie de secta con su propio papa alternativo. Uno de los méritos de Dan Brown es haberse sabido documentar tan bien. Gracias a él conoces más sobre el Palmar de Troya, una localidad utrerana que esconde una joya arquitectónica, una basílica en medio de un pueblo abandonado. O conoces al biofísico Jeremy England, que nos habla de la entropía y del caos de una manera muy accesible. En el reverso de la moneda, las explicaciones a la situación política española deja bastante que desear, con una visión muy simplista del estado monárquico español, dejando a las claras su preferencia por otro tipo de estado.

Las respuestas irán llegando, algunas más fáciles de predecir que otras, pero todas explicadas y bien engarzadas (el asesinato de los religiosos, el Regente, el secreto del Rey, el oscurantismo de Valdespino...). Incluso las que plantea en el vídeo Kirsch, el momento más climático de la obra, y otro de los grandes aciertos del novelista, que transmite la visión de que una nueva raza conquistará la tierra: la de las máquinas.

De lo que más me ha gustado de esta novela es que al menos te hace reflexionar, con temas muy polémicos y polarizados. Por ejemplo, cuando Köves piensa: "Lo que antaño eran meros momentos de reflexión solitaria (unos pocos minutos a solas en el bus, o mientras íbamos caminando al trabajo, o esperábamos a una cita) nos resultaban ahora intervalos insoportables e, incapaces de resistirnos a la adictiva atracción de la tecnología, recurríamos de forma impulsiva a nuestros teléfonos móviles, o a unos auriculares, o a una consola de videojuegos".

Al final, siempre quedará la duda: las leyes de la física, ¿refutan la existencia de una Mano detrás creándolas, o todo lo contrario?

PD: hoy es un día muy especial de alguien todavía más especial, así que aquí va mi felicitación por otra vía más:

¡¡¡ Feliz Cumpleaños, IRENE mía !!!

Lucifer. Temporada 2

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(FOX. 18 capítulos: 19/09/2016 - 29/05/2017)
Dejada a medio camino el año pasado ante tanta avalancha de series (pon Netflix en tu vida, a ver cuánto te queda de ella después), a pesar de tenerlo más fácil al estar dentro del catálogo de HBO, es de estas series que no te rompen la cabeza pero te dejan un buen sabor de boca con bien poca cosa que pase. De hecho, apenas encontramos cambios en la segunda temporada con respecto a la primera:

Seguimos con un peso abrumador en cuanto al protagonismo y la cuota de pantalla: Lucifer es por y para él, y la gracia está en conseguir que nunca nos parezca poco. Los demás personajes completan la propuesta y, pese a que su importancia siempre está varios peldaños por debajo, consiguen hacerse imprescindibles o, cuanto menos, entrañables.

Ni siquiera se han molestado en cambiar la fórmula que más chirriaba, la que le conectaba con un procedimental al uso: asesinato al canto e investigación sui generis a la vista, con ese tándem tan heterodoxo y diferente. ¿Para qué cambiar?, debieron de pensar ante el gran éxito de la primera temporada. Y, de hecho, cada vez molesta menos, es la excusa para plantearnos ese desafío celestial que lleva a cabo Lucifer hacia su omnímodo Padre.

Así que el único cambio efectivo fue ampliar la duración de la temporada (aunque no tanto como se preveía al principio, ya que iba a tener 22 episodios). Lucifer puede ser de las pocas series en las que si no ocurre nada importante en cuanto a la trama de fondo (los tan temidos episodios de relleno de cualquier serie que abarca todo el curso televisivo), tampoco nos rasgamos las vestiduras.

Añadimos al plato principal, eso sí, un par de personajes nuevos, que además han encajado de forma ideal con los Amenadiel (cada vez más atormentado por su pérdida de poderes, algo que no entiende), Mazikeen (en su castigadora línea, incrementados los contrastes por su traslado de domicilio, ni más ni menos que al de Chloe, completando una pareja de estupendos frutos con Trixie), Linda (la amiga fiel ideal), Dan Spinoza (cada vez con un rol más tontuno) y la propia detective Chloe Decker, uno de los elementos más misteriosos de la trama y sin embargo uno de los personajes más sosos y planos, algo que me parece que hay que incluir en el debe de Lauren German (a la cual hasta ahora mismo había confundido con Margot Robbie al ver fragmentos de Escuadrón suicida).

Dichos nuevos personajes son Ella López (Aimee Garcia, la hermana pequeña de Batista en Dexter), la nueva forense, una chica pizpireta y alocada, muy buena en lo suyo, pero que además es como un cachorrito tierno, abnegada amiga, muy locuaz y muy rarita. Y Charlotte Richards (Tricia Helfer, tragamos saliva...), que resulta ser la Madre de Amenadiel y Lucifer, recién escapada del infierno (el cliffhanger de la primera temporada) y metida en el cuerpo de una abogada sin escrúpulos, defensora de todo tipo de mafiosos y maleantes.

El mayor acierto es introducir un personaje que vendría a tener su cierto paralelismo con Lucifer, puesto que, aunque ella intenta reclutar a sus dos hijos para que vayan con ella al Cielo a rebelarse contra Dios, no le queda más remedio que adaptarse a las circunstancias y alternar con los seres humanos, a quienes desprecia. Eso sí, poco a poco irá tomando apegos por algunos, como con Dan, a quien reclama sexualmente. Los juegos y malentendidos que se producen, al no poder revelar que es la madre de Luci, dan pie a todo tipo de especulaciones.

Si no nos cansan en ningún momento las dudas y las indecisiones respecto a la rebeldía de Lucifer, y cualquier avance en la trama de su divinidad, como cuando aparece otro hermano suyo, Uriel (qué pena que el paso de Michael Imperioli, Los Soprano, sea tan breve), y tiene que matarlo, otro cantar es la ya un poco insostenible obstinación de no ser revelada la verdadera naturaleza del compañero de pesquisas a la detective. Aunque es lógico que esa tensión sexual no resuelta se prolongue (véanse los clásicos casos de Remington Steelle o Luz de Luna), podrían inventarse algo. Linda por ejemplo ya sabe la verdad y eso da también mucho juego.

La línea a seguir podría ser incidir en su esposa, Candy Morningstar (Lindsey Gort), casada fugazmente con nuestro Diablo en Las Vegas en uno de los mejores episodios de la temporada, otro de los múltiples ejemplos de tira y afloja en la relación (la confianza y esos rollos) entre Chloe y Luci. Otro de los mejores episodios fue God Johnson, en el que este hombre (Timothy Omundson), internado en un manicomio, decía ser Dios y actuaba como tal.

En fin, serie para pasar el tiempo o los ratos muertos, intrascendente y divertida (tiene multitud de puntos divertidos), recomendable sobre todo para mujeres, muchas de las cuales se derriten ante el "hot"Tom Ellis, algo que se puede comprobar en los comentarios de cualquier app sobre series, como la de TV Time. Aunque frívolo, no deja de jugar esa carta con el escenario de Los Ángeles de fondo, y esa galería de mujeres y hombres esculturales que aparecen por aquí. Combinado con esas ínfulas trascendentales de los seres sobrenaturales que conviven con los seres humanos, hay una combinación ganadora para una serie de formato largo.

PD: la tercera temporada está siendo incluso más divertida aún...


Las aventuras de Ulises. Resemary Sutcliff. Vicens Vives

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(176 páginas. 7€. Año de edición: 2007)
En un mundo como el de hoy en día en el que las nuevas tecnologías amenazan con ocupar casi todo el espacio de nuestras preocupaciones, resulta cada vez más necesario salvaguardar todo aquello que no pertenece a su vasto dominio. Y no 'basta' con que Internet contenga el contenido informatizado o digitalizado, como podría pasar y seguramente pase con las obras de Homero. 

Si extrapolamos esa salvaguarda al horizonte limitado de nuestros adolescentes, la tarea se antoja titánica, por no decir que es la verdadera odisea, y no la emprendida por Ulises al acabar la guerra de Troya. No cabe otra, si de momento no se animan a realizar una adaptación televisiva (yo veo material, y no sólo por haber visto de pequeño la serie de dibujos animados), que tirar de adaptaciones. Y para ello, qué mejor que la colección "Clásicos adaptados" de Vicens Vives, todo un seguro y una garantía.

Si en algunos números las ilustraciones (un acompañante que sirve de estímulo y también de asistencia en estos casos) dejan bastante que desear, no ocurre lo mismo con las de Alan Lee, que aportan un suficiente tono épico, aunque lo principal para el ilustrador parece que es dar la impresión de ser un mosaico, o al menos los tonos apagados parecen ir en esa dirección.

Lo que desde luego es accesible es la adaptación de Sutcliff, al estilo (por lo que se ve, no la he leído) de lo que hizo con Naves negras ante Troya, que correspondería a la Ilíada. Incluye una reestructuración de la cronología y del material, sobre todo en lo referente al hijo de Ulises, Telémaco, cuyas aventuras son engarzadas en orden cronológico. De este modo, el hilo conductor pasa a ser, sin reservas, el propio de Ulises y la epopeya que le llevó desde Troya hasta Ítaca, durante unos cuantos años.

Durante esos años, perderá a toda su flota y rozará la muerte en numerosas ocasiones. Al cegar, en una de sus primeras aventuras, a Polifemo en la isla de los Cíclopes, pone en contra de Ulises a su padre Poseidón, embraveciendo los mares. Cuenta, eso sí, con el favor de la diosa Atenea, que compensará la ira del dios del Mar. Y cuenta, sobre todo, con su legendaria astucia.

Vencerá a la hechicera Circe (que convierte en cerdos a sus hombres); pasará por el reino de Hades para que Tiresias, profeta ciego de Tebas, le guíe hasta su casa; superará la tentación de las Sirenas atándose al mástil y tapando los oídos con cera a su tripulación; sacrificará a algunos de los suyos para superar el estrecho de Escila y Caribdis; será capturado durante siete años por la ninfa Calipso, que se encapricha de él...

Mientras tanto, en Ítaca la paciente e inteligente Penélope, esposa de Ulises, urde todo tipo de estratagemas y de telares para dar largas a sus pretendientes, los osados y descerebrados hijos de nobles de la zona que querían reclamar el reino de Ítaca ante la más que probable muerte de Ulises, motivo por el que su hijo Telémaco parte en busca de su padre y, más adelante, cuando por fin consigue llegar Ulises a su tierra, se alía con él en una estratagema para derrotar a los arrogantes pretendientes.

Accesible para el alumno no solo por la agilidad de la prosa, por la corta duración de los episodios, sino también por el vocabulario incluido, así como las notas (en vez de a pie de página, al final del libro). Además, un completo estudio introductorio al inicio y un mapa del escenario de la Odisea sirven para terminar de contextualizar unos sucesos acaecidos hace unos cuantos siglos, en esa época donde la representación de los múltiples dioses y su convivencia con los seres humanos era tan habitual.

Y, además, accesible para el profesorado, con actividades, un clásico de Vicens Vives dentro de los clásicos adaptados: actividades a modo de guía de lectura, actividades sobre los personajes y actividades sobre temas y contexto social. Una apuesta segura, lectura muy apta para la asignatura de Cultura Clásica en los siempre necesarios planes lectores de todos los centros.
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