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Estreno: Supergirl

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(CBS. Estreno: 26/10/15)
De la lista de series por empezar (no hay tiempo suficiente para todo si quieres ir al día en las habituales), a pesar de que Supergirl no partía en mi parrilla de prioridades ni tampoco de las más interesantes, ha adelantado al final a las Quantico, Blindspot, Modus o Jessica Jones.

El hecho de partir sin ningún tipo de expectativas es un punto a favor. Si ya Superman es el superhéroe más aburrido y menos interesante de toda la nómina, imagina su prima, cuya creación casi parece una ley electoral para la paridad en las listas, la cuota de feminidad que compense esa cultura patriarcal y machista. Si existe un superhéroe, ¿por qué no una superheroína? Si a eso añadimos los problemas de esta serie por arrancar y una cuota de pantalla bastante surtida de representantes heroicos de cómic, a la pobre Supergirl no le quedaba demasiado hueco.

Y me gustaría decir que tanta negatividad ha hecho que el estreno haya sido un bombazo o al menos mejor de lo esperado, pero me temo que no. Podríamos diferenciar entre mucha seriedad en las versiones televisivas de estos personajes tan de moda últimamente, entre las cuales Daredevil sería el referente a seguir, y luego las que apuntan más bajo y no se toman tan en serio, como puede pasar como Gotham. Pero es que ni llega a ese punto, ni en música ni en lo que se quiere contar.

El piloto sólo nos muestra a una joven, Kara Danvers (Melissa Benoist),  que vino a este planeta cuando Kripton estaba a punto de estallar en pedazos justo después de su primo, con el objetivo de protegerle, aunque en su trayectoria entró en la dimensión fantasma y llegó al final varios años más tarde, cuando Superman ya había hecho su aparición. En la misma línea que Clark Kent, Kara adopta una identidad como la de cualquier ser humano, aunque ansía tener más protagonismo y ser una celebridad como su prima. Y ayudar a la gente, claro.

Su hermana adoptiva, Alex (guapísima Chyler Leigh), no aprueba esta "salida de armario" por los peligros que puede conllevar, pero, ayudada por su amigo Winn (Jeremy Jordan), decide buscarse un traje una vez que la adrenalina obtenida al salvar el avión en el que iba su hermana le impulsa a ello.

Al poco de esto, sabemos que hay unos cuantos extraterrestres preparando una invasión o un ataque, muchos de ellos residentes en la Tierra, los que provenían de una cárcel de Kripton, cuya juez no era otra sino la madre de Kara, Alura (y Astra, como el Opel, que tiene una hermana gemela malísima, y si nos da un poco igual es porque Laura Benanti está estupenda). De ahí que exista una organización secreta, liderada por Hank Hensaw (David Harewood, Homeland), un señor serio y hosco, que lucha contra ellos, y en la cual forma parte Alex. Cuando cuentas el argumento casi hasta da un poco de vergüenza ajena, la verdad...

Estructura episódica a la vista, con una factura visual con predominio de tonos claros (cielos azules claros, ciudad luminosa y pseudofuturista), nada de estética sucia ni de conflictos internos por la condición especial de la heroína, ninguna hondura ni diálogos impactantes o memorables, enormes paralelismos a Superman (por ejemplo Kara trabaja en una revista, cuya jefa es Ally McBeal, y uno de sus personajes, Jimmy Olsen -Mehcad Brooks-, perdón, James, que además el tipo, oh, novedad, es negro, viene a vigilar por si la prima se mete en líos), guión bastante plano, ramplón y acartonado, y con el escaso aliciente de las posibles apariciones de Superman. 

Al menos los efectos especiales no están mal, y habrá que esperar al menos uno o dos episodios más para ver si pasa del aprobado raspado que supone este piloto y llega a algo más aceptable en un futuro próximo.

Chosen. Temporada 1

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(Sony. 6 episodios: 17/01/2013)
Hay series cuya premisa suele ser dar siempre una vuelta de tuerca más a algo que parecía imposible de retorcer. Ir al más difícil todavía cueste lo que cueste. Y lo que suele  costar es la credibilidad o la verosimilitud. Aunque no he seguido demasiado las series que voy a citar, vendría a ser como 24, o Prision Break, o, ya en versión cinematográfica, como Buried. ¿La finalidad de los creadores? Apretar al espectador tanto que se olvide de que la realidad impediría unas situaciones así. Y si bien hay ocasiones en las que la tensión se logra de una manera tan perfecta que no te das cuenta de que las acciones que nos son narradas tendrían una implantación casi imposible en la realidad, eso suele pasar en contadas ocasiones (solo me viene a la cabeza Breaking Bad, o sus últimas temporadas, siempre exprimiendo lo que parecía inexprimible ya).

Con Chosen, cuyo formato me parece muy novedoso y ajustado a su naturaleza de vivir al límite (22 minutos en los que suele no sobrar ninguno, porque si no te produciría asfixia o algo parecido, al mantenerte sin respiración en casi todo momento), tenemos un planteamiento estupendo: un tío normal, Ian Mitchell, abogado de bastante éxito profesional pero no tanto personal (está separado de su mujer, Laura Mitchell), recibe un día una caja con una foto marcándole un objetivo e instándole a su eliminación en un plazo limitado de tiempo. O lo mata, o... 

Pronto averiguamos que se trata de una especie de juego macabro dirigido por no se sabe bien quién, pero con ramificaciones muy amplias, enraizadas en el seno de la misma policía. Pronto Ian descubrirá que no puede confiar en nadie y que está solo. Y no sólo eso, sino que además él mismo es el objetivo de alguien que a su vez tiene que eliminarle o si no perderá a alguno de sus seres más queridos.

Todo esto contado a un ritmo trepidante, con un cierto abuso de los planos cortos y nerviosos, acompasados a la agitación de los protagonistas (sobre todo de Ian). De momento parece que todo son bonanzas, pero pronto me empecé a desconectar. El problema de este tipo de series es que o empatizas y te metes en la piel de los personajes, o te cuestionas todo el entramado. Empiezas a ver los maquillajes y los decorados y al salirte de la situación te es imposible volver a entrar. Ya no hay vuelta atrás.

No sé si ha sido la actuación un tanto exagerada de Milo Ventimiglia (Invisibles, Gotham, Héroes...), un tipo innegablemente atractivo, pero de carisma más bien nulo, o quizás de dotes actorales más bien limitadas, o al menos esa fue mi impresión en la escena en la que se cura él solo la herida del brazo, con estúpidas interpelaciones a sí mismo y gestos sobreactuados. Y vale que no es culpa del actor, porque es una marca de la casa de la serie, que te trata de llevar al límite en todo momento y es como si pidiese a sus protagonistas a estar como improvisando en alguna escena que hasta se hace larga (como la del último episodio, con el objetivo, Daniel Easton (Diedrich Bader), en plan "déjame escapar, aunque no tenga ningún sentido pedírtelo porque eso supondrá que morirá tu hija"), con diálogos nada memorables sino directos y hasta esquemáticos, urgentes como el propio tempo narrativo.

No me he creído el drama de Ian, no me ha preocupado lo más mínimo que a la pequeña Ellie (Caitlin Carmichael, qué bien está creciendo, a todo esto...) le pasase algo, los demás personajes son tan pasajeros que tan pronto salen de pantalla te olvidas de ello, ha habido situaciones que eran callejones sin salida de los que se salía como mágicamente (como cuando de la grabación de vídeo del partido de fútbol de Ellie saca la identidad del que lo había grabado y va a por él, o como cuando llega hasta su hija, y ahí le paran los pies), el sicario mafioso latino Salmas Valverde (Noel Gugliemi) no ayuda en nada y ya digo que el último episodio (y algún otro, los 3, 4 y 5 son bastante intercambiables y prescindibles) se me hizo largo.

Eso sí, Laura, o más bien Nicky Whelan, a pesar de que tampoco pasará a la historia de las actuaciones (ni de las sobreactuaciones, ahí le gana Milo...), es una de las mujeres más impactantes y bonitas que he visto en mucho tiempo. Qué combinación de labios más sugerentes y ojos azules tan (me sale límpidos, pero no me voy a poner en plan pedante) perfectos... Por momentos tenía la impresión de que ella era la que me sacaba de situación, porque parece imposible que existan mujeres así. Ale. Modo babas off, y termino alabando, además, la escena final, que parece sugerir un final cerrado para la trama de los Michell, de una manera tan brillante como ese inicio con la escena que desencadena el largo flashback que ocupa desde el principio hasta el último episodio..

Steins;Gate 1. Yomi Sarachi

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(Nº Páginas: ¿? 8€. Año de edición: 2010)
Mi 1ª incursión en el manga, más allá de las series niponas, ha sido este título, que en realidad es una serie de tres números. Cuenta la complicada y sugerente historia en la que Rintarou Okabe, también conocido como Okarin, un científico un tanto estrafalario, inventa por casualidad una máquina capaz de enviar mensajes al pasado, algo que trastoca las líneas temporales por lo menos desde su punto de vista, ya que nadie a su alrededor se da cuenta de dichos cambios salvo él.

Entre la dificultad por los saltos temporales y la añadida circunstancia de la especial lectura de los mangas, que empiezan por el final y requieren de una lectura inversa (qué follón mezclando páginas donde empiezo por la derecha, otras por la izquierda, unas por la viñeta más escorada, otras por las de abajo porque no me cuadraba lo que leía...), tengo que reconocer que me he enterado poco de esta original historia, nada favorecida por la condensación de personajes en muy pocas viñetas.

Por suerte, no ha sido una percepción particular porque he leído que está basado en un muy popular videojuego y que el cómic fue una adaptación. Y dicha adaptación se comprimió bastante. El atractivo de una edición de bolsillo, muy manejable, tintada en blanco y negro y en un tamaño pequeño se ve reducido por un precio bastante elevado; por otra parte, se nos introduce como a empujones en la trama; si esta trama fuera sencilla, vale, pero si nos van a hablar de líneas temporales paralelas y demás, estamos perdidos. Los seis capítulos y sus títulos (sobre todo los dos últimos: homeostasis de la teoría del caos) no ayudan mucho.

Te aparecen personajes de la nada y se unen al laboratorio de Okarin sin más, algunos de ellos desapareciendo tras mandar algún mensaje. Los dibujos japoneses son muy interesantes y están metidos casi en nuestra idiosincrasia (Bola de Dragón, Ranma, Oliver y Benji...) y quieres disfrutar más de lo que te deja este título, que te echa para atrás si no en el manga, sí para seguir los siguientes números de esta saga tan rocambolesca y tan deslavazada.

¿Quién es Okarin y qué busca o qué pretende? ¿Quién Mayuri Shiina, la locuela que le acompaña a una conferencia científica que imparte la superdotada Kurisu Makise en Akihabara? ¿Por qué se pelean cada dos por tres Okarin y Kurisu? ¿Por qué hay un satélite incrustado en un edificio? Aparece Daru, un gordito con gafas y gorra, un hacker, de la nada. Se nos habla de una organización, SERN, que dominaría el mundo gracias a su máquina del tiempo, y no se sabe si John Titor, un tío que dice venir del futuro, existe o no, aunque en relación a él está un viejo ordenador, el IBN 5100. Se añade al grupo de Okarin Moeka Kiryu, que apenas habla y lo escribe todo con su móvil... Más tarde Ruka Okabe, la chica preciosa que en realidad es un hombre (¿?), se incorpora al grupo... 

En fin, un lío de cuidado sin un hilo argumental muy definido, con lo que da la impresión de que la historia está construida a base de parches que termina (al menos este primer número) igual que empieza: sin saber muy bien qué pasa.

The Leftovers. Temporada 2

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(HBO. 10 episodios: 04/10/2015 - 06/12/2015)
¿Por qué, con el final tan perfecto y optimista que tuvo la 1ª temporada, tenían que alargar y meternos una 2ª temporada? Parecía imposible que se pudiera mejorar ese arreón final de una serie que era tan extraña como emocionante? Como mucho, imaginaba otros personajes para que no me los movieran de ese final tan perfecto, y he de reconocer que me cagué en Lindeloff largamente cuando supe que habría más episodios. Y todavía empeoró la cosa cuando vi que habían cambiado la intro, de la fabulosa y cuasi mística de la 1ª, a una especie de ranchera en la que superponían como fotos con gente que había desaparecido.

Pero los resquemores terminaron en el mismo primer episodio, a pesar de arrancar con un inentendible preludio cavernícola, al estilo de 2001, Una odisea en el espacio (si no me olvido, volveré sobre este punto), y a pesar de que casi todo el episodio estaba protagonizado por una familia diferente a la de los Garvey. Un tal John Murphy (perturbador Kevin Carroll), una especie de bombero que en vez de apagarlos los provoca; una tal Erika Murphy (estupenda Regina King), enfermera y sorda; y sus hijos Michael (Jovan Adepo), taciturno y fervoroso, y Evi (Jasmin Savoy Brown), una muchacha que a ratos le da por provocar, que le da por correr en pelotas por el bosque, que sufre ataques epilépticos.

La premisa para los nuevos episodios, también he de reconocerlo, me pareció interesante: ahora estaría ambientada en Miracle, un pueblo en el que no se produjo ninguna "Departure". El único lugar del mundo. Por tanto, se ha ganado el halo de milagroso, algo achacable por algunos al agua de su parque natural, al loco de la torreta, al que sacrifica cabras donde le viene en gana, o a la que todos los días se viste de novia. El caudal de rarezas habitual tenía su cuota, como con los pájaros que entierran en una caja y que salen a volar, o el que luego sabemos que es el padre de Michael, Virgil (Steven Williams), o con Isaac, uno que lee el futuro en los contornos de las manos que pinta (y que no es ni más ni menos que Darius McCrary, el Eddie de Cosas de casa).

Si encima al final entraban, como vecinos de los Murphy, nuestros Kevin, Nora, Jill y su bebé, y había un terremoto (habituales en la zona), y Evi, junto con sus dos amigas, desaparece sin dejar ni rastro, y Kevin aparecía en la zona del parque donde habían encontrado el coche de las chicas, y en los siguientes episodios veíamos prácticamente los mismos hechos pero desde puntos de vista distintos (el de Kevin, el de Nora), las dudas y los resquemores habían quedado erradicados. Había 2ª temporada porque había mucho por contar. Se nos había resuelto (en parte) un bloqueo emocional de nuestros protagonistas, pero quedaba mucho sin resolver.

A pesar de que Jill pierde mucho protagonismo, pocas pegas se le puede poner a esta serie, siempre que seas de los que permite que las preguntas se sigan acumulando, y en cambio las respuestas lleguen con cuentagotas (pero van llegando, y cuando cuadra todo hay una sensación de guión bien ensamblado). Los primeros episodios son maravillosos; ver a Laurie hablar es como ver actuar a otra actriz (pero siempre estupenda Amy Brenneman); volver a tener a Patti es grandioso, aunque sea a costa de la salud mental de Kevin; el episodio centrado en Matt vuelve a resultar tortuoso y desesperante, pero al mismo tiempo hermoso y edificante; qué decir del personaje de Nora, ese amor de mujer; el sector femenino (y parte del masculino) estará encantado con Kevin saliendo de la ducha; e incluso Tom (Chris Zylka) está estupendo.

Aunque para estupendo, el final del séptimo episodio, cuando Virgil parece haberse cargado a Kevin con ese rollo que le cuenta para que este se pueda librar del fantasma de Patti Levin o lo que quiera que sea ella. Y qué decir del fascinante octavo. Alicia en el país de las maravillas versión Kevin Garvey. Qué ralladura más delirante. En ese hotel-limbo, por cierto, llegan varias respuestas, aunque de una manera tan simbólica que no terminas de procesarlas.

Y el penúltimo episodio nos trae la apoteosis de Liv Tyler. Ese personaje de Meg, que yo calificaba de anodino en mi reseña de la 1ª temporada, y por el que no me explicaba cómo esta actriz de talla mundial se había decidido a interpretarlo, nos deja boquiabiertos y ojipláticos, aunque sólo sea por esa voz tan dulce. Si sus ojos azules no te enamoran, óyela hablar un par de frases. Estupendísima, qué manera de envejecer la suya. Y qué bien hilvanada está la serie, que nos encamina a Miracle desde todos los personajes y que nos arroja otro final que te desencaja la mandíbula y te hace pronunciar, por enésima vez, un What The Fuck por todo lo alto. 

Y qué decir del capítulo final. O del final del capítulo final. Qué bonito. Otra vez. Qué emotivo. Otra vez. Qué forma de terminar una temporada. Otra vez. Ya no puedo decir que no quiero que haya una 3ª porque ya me han cerrado la boca antes. Y acabo de recordar que quería volver a esa especie de prólogo o introducción prehistórica, con esa mujer que da a luz a un niño y que pierde la vida en el camino hacia un fuego. No tengo ni idea del porqué, pero parece vinculado a Nora y el bebé que recogía de la estúpida de Christine al terminar la temporada anterior. Eso, y el mensaje que la misma Meg le dice al oído a Tom, y que se refleja con la llegada de Kevin a casa tras los acontecimientos precedentes.

Fabulosa temporada. Fabulosa serie. En cuanto a original, una de las más destacadas de este 2015. Y aún no he hablado de la música. Otra maravilla que se une a la historia y al reparto.

Sumisión. Michel Houellebecq. Anagrama

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(288 páginas. 19,90€. Año de edición: 2015)
No sé si volviendo a leer Plataforma o El mapa y el territorio tendría la misma sensación con este libro que, más allá del ejercicio de política-ficción que recrea la llegada al poder del partido Hermandad Musulmana a una Francia paralizada y sumisa, reduce su argumento a la mayor pobreza posible; esa pobreza está directamente relacionada con el inane protagonista. Y lo digo porque sí recuerdo -aparte de los turbulentos pasajes sexuales- que los personajes de este polémico escritor francés siempre son atormentados y abúlicos, reacios a la sociedad en la que se inscriben, huraños y misántropos como al parecer debe de ser el mismo Houellebecq (o si no, su agriado gesto y su desaliñada vestimenta son signos de lo más equívoco).

El protagonista, François, un hombre de 40 años, profesor de la universidad Sorbona-París III, experto en la vida y la obra de J.-K. Huysmans (que, permítaseme mi ignorancia, no sabía si era un autor real o inventado, luego ya he visto que casa muy bien con nuestro autor, no en vano sus trabajos "expresan un disgusto por la vida moderna y un profundo pesimismo"), sin relación alguna con sus padres, poco dado a los contactos sociales con sus compañeros y liado con Myriam, una de sus alumnas, asiste casi impertérrito a la ascensión al poder de Mohammed Ben Abbies, el líder de este partido musulmán moderado, a pesar de que casi de inmediato su llegada provoca cambios directos que le afectan (por ejemplo, las universidades quedan bajo el control de las fortunas saudíes).

Si nos alejamos, como digo, del ruido que provocó este ejercicio, asociado a los actos terroristas contra Charlie Hedo (y, posteriormente, a los atentados en París), y de toda esa parafernalia imaginada para 2022, nos queda un magro espacio para la ficción que se nos presenta. La parte política, sobre todo al inicio, parece panfletaria, hay aspectos difícilmente digeribles, como la parte en la que las mujeres se postulan bajo el supuesto machismo musulmán, e incluso las conversiones al Islam, requisito fundamental para seguir dando clase en la universidad ("No hay sino un dios y Mahoma es su profeta"), son un elemento sin fuerza literaria.

Creo que la garra en esa crítica a la sociedad moderna se ha perdido aquí. Y sin ese aspecto, Houellebecq tiene poco que ofrecer, puesto que la novedad de esos personajes carentes de empatía e incluso de respecto hacia el prójimo, que podrían ser paradigmas del ser humano en el siglo XXI, ya se ha perdido. No me ha transmitido como en otras ocasiones esa desolación asociada a la deshumanización que se propone. No me ha transmitido mucho, de hecho, más allá de un fragmento de la página 250:
"Paseé (...), un poco sorprendido por mi propia nostalgia, sin dejar de ser consciente de que el entorno era verdaderamente feo (...), pero la nostalgia no es un sentimiento estético, ni siquiera está ligada al recuerdo de la felicidad, se siente nostalgia de un lugar simplemente porque uno ha vivido allí, poco importa si bien o mal, el pasado siempre es  bonito, y también el futuro, sólo duele el presente y cargamos con él como un absceso de sufrimiento que nos acompaña entre dos infinitos de apacible felicidad".
Me han sobrado páginas y explicaciones, no me he creído en ningún momento la hipótesis planteada, la linealidad cronológica es anodina y por momentos aleatoriamente irrelevante (que si pierde una mochila, que si contrata a putas de lujos con las que no llega a sentir placer, que si se encuentra con una compañera cuyo marido pertenece a los servicios de inteligencia...), no hay personajes secundarios que llamen la atención y ese escritor francés, Huysmans, no tiene el carisma suficiente como para que las intrigas en torno a su obra, o las referidas a los docentes universitarios, resulten interesantes. Pese a todo lo dicho y lo aparentemente árido que puede resultar este libro, se lee fácil gracias a sus no muy extensos cinco capítulos y su estructuración en secuencias más o menos breves. 

Jessica Jones. Temporada 1

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(Netflix. 13 episodios: 20/11/2015)


La “hermana pequeña” de Daredevil, también difundida desde la plataforma Netflix, pese a compartir ciertas credenciales con su “hermano mayor”, como ese punto de oscuridad, el tono serio a la hora de introducir la mezcla entre humanos normales y especiales o una intro estupenda (con la culminación de ese riff de guitarra con el que se cierra, al tiempo que observamos el ojo de Jessica), tiene aspectos que la separan por completo y le dan una identidad propia:


Jessica (solvente como siempre Krysten Ritter) es una heroína sin capa ni traje (es gracioso el flashback en el que Trish y ella hablan de ello, una sorna encubierta a este submundo de mallas y máscaras), pero asida a una perenne botella de alcohol. Es inteligente, descreída, desapegada, sarcástica, borde, malhablada y, a su pesar, comprometida. Sabe que su superfuerza le dota de responsabilidades para con los más débiles y, aunque se jacta de pasar del resto, no puede. Eso, unido a su cargo de conciencia por culpa de la sumisión a la que le postró Kilgrave, le dota de un halo de tragedia, pues considera que está algo así como maldita, y tener sentimientos es casi una debilidad. Al menos con un villano como Kilgrave de por medio.


Para mi gusto, lo mejor de la serie es esa narración en off, esa música a lo jazz que se escucha de vez en cuando, ese cartel de cristal en la puerta anunciando que es una detective privada, esa mujer fatal que es ella misma sin necesidad de clientas rubias que le compliquen la vida. El homenaje a las pelis de detectives privados y ese género negro, algo casposo por momentos, es de lo mejorcito. El sórdido apartamento donde vive es el mejor escenario posible, y su máximo exponente es cuando contempla la cucaracha en el lavabo.


Con todo, el mayor acierto es el villano, Kilgrave. Un tipo capaz de controlar las mentes, ni más ni menos. Un pirado que se obsesiona con nuestra Jessica y que le demuestra su amor de las más retorcidas maneras. Claro que su encanto (porque resulta encantador pese a sus muestras de lo psicótico y sociópata que es) reside en la actuación de David Tennant. Pocos actores hubieran logrado ese objetivo en vez de parecer patético o grotesco. El acento inglés y esas reminiscencias a Doctor Who (inherentes a él mismo) nos impiden odiarle por completo.


El tercer personaje más interesante es la amiga de la infancia, Trish Walker (qué guapa Rachael Taylor, y qué bien está aquí). Esta famosa locutora de radio, niña prodigio por culpa de una madre manipuladora y egoísta (y que sirve para que las chicas se unan, como se ve en los esporádicos y acertados flashbacks que jalonan la serie), que se escuda en un piso casi acorazado y se entrena en artes marciales para no depender de la fuerza de su amiga, resulta un personaje que demuestra que siendo “normal” se puede marcar la diferencia.


Luke Cage es otro con características especiales. En este caso, su irrompible piel. Otra actuación destacada, en este caso la de Mike Colter(Lemond Bishop en The Good Wife), que parece haber nacido para interpretar a este hombre que ha perdido a su mujer (algo que le conecta con Jessica y Killgrave como veremos poco a poco) y que se alía a la perfección con nuestra detective. Su política de pasar desapercibido y no hacer nada al respecto sirve de contraste con nuestra heroína.

Otros personajes que aparecen no pueden arrojar tantos elogios. De hecho, Will Simpson (Wil Traval) es el personaje más detestable. Policía en un inicio con pasado militar, es el típico que haga lo que haga la va a fastidiar. Si tiene algún plan en paralelo con Jessica, sabes que saldrá mal y que se interpondrá en el camino de Jessica. Si ya toma esas pastillas rojas que le fortalecen y pierde el poco seso que tenía, da como resultado ese disparo a bocajarro que te deja tan patidifuso hacia el final.

Carrie-AnnMoss, en el papel de Jeri Hogarth, aunque no cae simpática porque es una abogada sin escrúpulos, egoísta, en pleno proceso de divorcio porque se ha liado con su joven y preciosa secretaria, Pam (Susie Abromeit), tiene su punto, aunque solo sea para verla tras Matrix. Y nos faltaría Malcom (Eka Darville), el amigo yonqui que cuando deja de drogarse resulta más cansino, Hope, la atleta rubita que está en manos de Kilgrave, o los hermanos raritos, uno un cándido con final triste y la otra una plasta que dan ganas de estrangular.

En definitiva, una serie entretenida, con una buena dosificación de la intriga, un argumento bien llevado, alguna escena brillantísima (la de la comisaría se llevaría la palma) y un guión consistente que demuestra la madurez que puede cobrar una serie de superhéroes (en contraste con Supergirl). 

The Knick. Temporada 2

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(Cinemax. 10 episodios: 16/10/15 - 18/12/15)
Contiene spoilers 

He dejado pasar unos minutos después de terminar esta extraordinaria segunda temporada para no dejarme influir por la adrenalina (doble acepción) a tope. Y pasado ese tiempo prudencial, puedo afirmar que esta serie está muy por encima de la consideración o la invisibilidad con la que se encuentra. No entiendo cómo pasa tan desapercibida, cuando estamos ante una de las mejores series no de la actualidad, sino de todos los tiempos. En mi particular y subjetivo ranking (hay grandes series que aún no he visto), sin duda estaríamos hablando de Game of Thrones por lo que significa esta superproducción televisiva y todo su alcance mediático (aparte de su calidad técnica y su complejidad guionística), Breaking Bad (no hace falta que justifique esta elección) o Mad Men.

Soderbergh ha construido una obra maestra que aúna el clasicismo de contar una historia de hospitales y hacerlo desde la perspectiva histórica de inicios del siglo XX, con la modernidad de esos personajes que parecen tan anacrónicos (empezando por el doctor Algernon Edwards y el componente racial asociado a él; siguiendo por la fantástica y nada inocente Lucy Elkins; y acabando, claro está, con el genio de John W. Thackeray) y son tan poderosos, por no hablar de la maravillosa música electrónica que ha pergeñado el ya para mí maravilloso Cliff Martínez. 

Pocas veces te encuentras con diez capítulos de una maestría indudable. No sólo por esa cuidada producción que nos lleva al Nueva York de 1900, ni por esas tramas corales tan conectadas pese a mostrarse fragmentariamente, sino también por el aspecto técnico de dejarnos deslumbrados con planos desenfocados, encuadres que encierran un virtuosismo evidente incluso para profanos en el tema como yo, y un magnetismo asociado sin duda al ambiente hipnótico que la banda sonara le confiere.

El icónico doctor Thackeray (estupendísimo Clive Owen, merecedor no sólo a cualquier nominación a premio grande, sino directamente ganador a él; por cierto, en un tráiler lo oí en su doblaje al español y parecía un prepotente estúpido sin más, nada que ver con su peculiar voz en versión original) arrasa con la mera visión de sus botines blancos. Este carismático hombre es un genio desmedido que lo mismo improvisa una operación de nariz con unos pendientes o le salva la vida a un paciente con el cable de un teléfono, como se destruye la vida por su adicción a la cocaína. Su asidero, Abigail Alford (Jennifer Ferrin), constituye ese punto de equilibrio dentro de su tendencia a lo desmesurado, por lo que cuando sorpresivamente le deja (he leído que no es un suicidio como parece, sino simplemente una mala reacción al éter, algo que se deja caer en el último episodio), todos tememos cuál será la reacción de este hombre. Este hombre entregado a su profesión, adelantado a su tiempo y capaz de cualquier aberración fuera de su campo de trabajo. Simplemente esta serie merecería la pena por él.

Los personajes evolucionan de un modo inusitado en cualquier otra serie: por ejemplo, Algie (André Holland), al que en la temporada pasada le caracterizaba, aparte de ser un cirujano casi a la altura de Thackeray, su relación con Cornelia; en cambio, en esta, de repente aparece su no mencionada esposa (creo), Opal (Zaraah Abrahams), y resulta que tiene un orgullo inherente de su propia raza, y es estimulante cuando parecía destinada a ser un grano en el culo; y desde el principio le aparece un problema en su ojo que parece descartarlo de la sala de operaciones.

Lucy (I love Eve Hewson) muta en un demonio con cara de ángel. Es capaz de parecer contrita y arrepentida cuando aparece en escena su vociferante, autoritario y locuaz padre, A.D. Elkins (Stephen Spinella) y a la vez todo lo contrario en la última escena que comparten (brutal, por otra parte). Maneja a su antojo a Henry Robertson con el fin de escalar socialmente y muestra sin tapujos ni problemas de moral todo lo que "aprendió" sexualmente con Thackeray, lejos de mostrarse como una ex abandonada y vapuleada.

Otro de los personajes más importantes y que revelan la grandeza de esta serie es el despreciable Herman Barrow (Jeremy Bobb), el arribista usurero y ladrón que conecta sucesos de 1900 con la actualidad más rabiosa, al menos en España, con toda esa cizaña para robar fondos. Su crueldad parece no tener límites, o eso al menos le demuestra a su señora esposa Effie cuando le comunica con toda la frialdad posible que la va a abandonar y se va a ir a vivir con su amante, Junia, prostituta para más señas.

Compite a cara de perro con Everett Gallinger (Eric Johnson) en lo que respecta a personaje más odioso. Y es que el bueno de este doctor que sí, salva a Thack sacándole de su miseria en el sanatorio donde le "curaban" su adicción administrándole más drogas, nos imbuye en el tema de la eugenesia y además jode reiterada y alevosamente al bueno (o no tan bueno, pero vaya, en comparación) de Algie. Por no hablar de cómo devuelve a su tocada y perturbadora esposa Eleanor (Maya Kazan) y la cambia por su hermanita Dorothy.

Seguimos con más protagonistas y esa vertiginosa evolución, venga: Bertie (Michael Angarano), el personaje más adorable y con menos tachas, deja el hospital para irse con Zinberg (Michael Nathanson) y después volver, cambia de enamorada y una secundaria como la judía y periodista Genevieve se muestra con personalidad pese a no aparecer mucho; Cornelia (Juliet Rylance) saca a la luz el escabroso asunto de los sobornos, tan en relación con una epidemia y el asesinato de Jacob Speight, al margen de zozobrar en su matrimonio por su esencia de mujer autosuficiente, tan en contraste con los tejemanejes de Hobart Showalter, padre de su esposo, Phillip; el capitán August Robertson (Granger Hines), padre de Cornelia y de Henry (Charles Aitken, al que se le intuía un fondo oscuro, pero no tanto...), el filántropo que pone en pie el hospital y el proyecto de traslado a una mejor zona, tiene su cuota de protagonismo en el magnífico penúltimo episodio; Harriet (Cara Seymour) y Tom Cleary (Chris Sullivan) conforman la extraña pareja que, tras superar todo el embrollo de los abortos, se dedican a ser los precursores del imperio de los preservativos, y nos deparará el fornido conductor de ambulancias una de las sorpresas del capítulo final...

No sé cómo Soderbergh consigue levantar este monumento con tantos y prolijos cimientos, pero lo cierto es que si hubiera que establecer un símil, habría que hablar de una sinfonía. El penúltimo episodio, Do you remember moon flower?, que empieza y acaba con un flashback, sería el mejor ejemplo. Por no hablar de escenas impactantes como alguna trepanación de cerebros, la autooperación que se infringe Thack con su intestino por fuera frente a la concurrencia, o el incendio que parece desatascarlo todo. Ojalá que haya una tercera temporada, y ojalá que se le dé mayor relevancia a una serie que lo tiene TODO. 

The Affair. Temporada 2

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(Showtime. 12 episodios: 04/10/15 - 20/12/15)
Contiene spoilers

Desde el principio, el argumento, vertebrado en la infidelidad de dos miembros de dos parejas casadas, me parecía que daba como máximo para una temporada. Al introducirle el tema del asesinato, podrías pensar que el "affaire" podría quedar en segundo plano y dar la excusa más apropiada para abordar una serie a la que ya te has acostumbrado a sus personajes. Y viendo la segunda temporada de The Affair, no te dan sino motivos para pensar que no daba para mucho más.

Pese a los buenos mimbres y una primera temporada notable, y pese a reforzar sus virtudes extendiendo el perspectivismo a los consortes afectados por las respectivas infidelidades de Noah Solloway y Alison Bailey, Helen Solloway y Cole Lockhart, el interés ha decaído notablemente. Por momentos la muerte de Scotty parecía una especie de macguffin a modo de broma jocosa. 

Algo anunciado desde casi el principio y que se daba a entender que ocurría el verano en que se producía la aventura, se iba retrasando más y más y al final no sé cuánto tiempo ha quedado entre medias de lo que se nos contaba en la 1ª temporada y el suceso: como mínimo, un par de años, que dan para la publicación de Ascensión, el nacimiento de Joanie, la adicción y posterior rehabilitación para el finado, la aparición de Luisa (Catalina Sandino Moreno está un tanto desaprovechada) en la vida de Cole y su matrimonio... De modo que la fastidiosa investigación del detective Jeffries, el pretexto para que la historia fuera contada, ha resultado un colosal engaño. ¿Era necesario profundizar -policialmente hablo- en los prolegómenos de la relación entre Noah y Alison para conocer la identidad del asesino de Scotty? Claramente no, y hacía tiempo que no veía un engaño tan enorme al espectador.

Por si fuera poco, este no ha sido el principal fallo de la 2ª temporada. Por desgracia, la pareja protagonista ha sufrido una manipulación terrible por parte de los guionistas. La principal afectada ha sido Alison. La "manía" por dotar a los personajes de distintos ángulos, esa tendencia a profundizar en ellos y hacerlos más humanos, ha enturbiado un personaje tan rico como era el suyo al principio, una bocanada de frescura, dudas, sensualidad y peligro. Vale que representa el paso del tiempo en una relación amorosa, y aquella que te excitaba solo con verla en sus vestiditos de lino, ahora se corta el pelo, tiene un bebé y se vuelve un muermo que no sabe qué hacer con su vida. Ya no queda nada de aquella frescura y tanta contradicción la convierte en un ser casi despreciable que lo mismo se acuesta con Cole, como que monta un negocio con él, como que abandona los estudios de medicina sin decir nada a nadie. Alison no se entiende ni a sí misma.

Y qué decir de Noah. El ejercicio narrativo para pisotear su imagen no lo he visto ni con Benítez. Si algo podía hacer mal este hombre, lo empeoraba incluso: ególatra, egoísta, creído, traidor, interesado, chulo, prepotente, inmaduro, imbécil... Cualquier adjetivo de ese tipo podría quedarle como anillo al dedo. Se porta mal con Helen para conseguir la custodia compartida, pasa de Alison ahora que vive con ella o medio vive con ella porque está pendiente de su libro y de Eden (Brooke Lyons), su publicista... Llega al punto de faltar al nacimiento del bebé y de excitarse viendo (sin saber que era ella) a su hija Whitney dándose el lote con otra. En fin, un desastre sin precedentes salvo en la involución que tuvo Zack en la segunda temporada de The Strain, y que sólo se justifica en un último episodio en el que se da un tremendo vuelco y lo que parecía negro ahora resulta ser blanco. Creo que no había que cargar tanto las tintas si el objetivo era que la opinión de la gente cambiara de golpe. Ese efectismo barato, que también se da en el episodio en que Cole acaba quemando la casa (y pese a lo cual, les siguen pagando una millonada, millonada con la que sacan adelante el negocio, pero bueno), es lo que no puedo soportar.

Helen y Cole se libran de la quema, pero es lógico cuando el objetivo es vilipendiar a la pareja engañadora, dejando una especie de moraleja implícita de que si engañas, lo vas a pagar. No resulta creíble el enamoramiento entre Noah y Alison, por parte de ninguno de los dos. Y cuando por fin llega la resolución del asesinato, vale que casi nadie podría haberse esperado ese desenlace, pero no es mérito cuando todo es tan desproporcionado y poco verosímil. Malo es un planteamiento basado en aportar un giro sorpresivo sin algo que lo respalde (¿alguien puede decirme por qué diantres está en la boda de Cole Helen?). De hecho, de ese episodio final me quedo con la canción que canta tan estupendamente el propio Scotty (gran voz la de Colin Donnell).

Me falta hablar del esperpento que es el juicio a Noah. Uno, seguidor fiel de la magnífica (aunque decadente) The Good Wife, no puede sino ver como un ejercicio improvisado y poco documentado ese juicio en el que Jon (Richard Schiff, otro al que le dejan un buen papelón),  el aparentemente implacable abogado defensor, juega bazas demagógicas como buscar la identidad del padre de Alison para justificar que su defendido no es el asesino (Kalinda, ¿dónde están las pruebas para exonerarle?) y el final, vaya, ha sido lo nunca visto en una corte (objection!).

¿Qué camino le queda a esta serie en su tercera temporada? Pues me temo que la deriva sentimentaloide, sin ya poder aferrarse al componente de la intriga, totalmente quemada en el cartucho del último episodio. Triángulos amorosos y ver quién folla con quién, sin mucho más aliciente, dejando en el olvido esa aventura inicial que había derrumbado dos matrimonios. Y es que al final hasta ese perspectivismo tan celebrado tenía poca razón de ser, y lo que podía haber sido una marca de la casa se queda sin mayor profundización. Una pena, dados los buenos mimbres del principio. Veremos si me animo a seguir con ella...

Matar a un ruiseñor. Harper Lee. B de bolsillo

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(410 páginas. 10€. Año de edición:2015)
Matar a un ruiseñor es uno de los clásicos de la literatura norteamericana del siglo XX, la de esta autora de un único libro (aunque nos quieran vender otro, Ve y pon un centinela), que dio pie además a otra maravilla cinematográfica, la protagonizada por Gregory Peck. Ambientada en los años 30, en la región de Alabama, el pueblecito de Maycomb, donde viven lo que para los ojos de aquella sociedad un tanto retrógada deberían denominar como familia "disfuncional" (aunque el término sea más bien actual): el abogado Atticus Finch, y sus dos hijos, Jem, de 12 años, y Scout (Jean Louise Finch), de 8. 

Uno de los grandes méritos de esta novela es transmitir el punto de vista de una niña sobre los sucesos que acaecen en esa población, entre ellos y sobre todos ellos la injusta incriminación al negro Tom Robinson, por haber violado a una muchacha blanca, a quien el padre (aunque ellos nunca le llamen de tal forma) de Jem y Scout defenderá.

Si es interesante la novela, también lo es conocer un poco la biografía de Harper Lee. Autora de un solo libro, tras el que, al estilo de Salinger, se retiró, por si fuera poco fue amiga de la infancia de ni más ni menos que Truman Capote, de quien he sabido que el amigo de los niños, Dill, está basado. Este artículo en El País habla al respecto de esta amistad que se malogró poco después de los respectivos éxitos de cada uno.

Narrado cronológica y linealmente, la estructura clásica del libro favorece el desarrollo de unos personajes carismáticos. La primera parte, hasta el capítulo 11, vendría a ser como la introducción, tanto del pueblo como de los personajes. Los otros 20 capítulos hasta llegar a los 31, los de la 2ª parte, se centran en el núcleo temático de la obra, esos prejuicios raciales que culminan con el juicio a un hombre negro, y la posterior amenaza de uno de los principales implicados, Bob Ewell.

Diría que el argumento casi es lo de menos. Lo importante es que todos los personajes están caracterizados si no con mimo, sí con un verismo que roza la autobiografía flagrantemente. Atticus tiene toda la pinta de ser el mayor homenaje al propio padre de Harper, gracias a su ecuanimidad, su bonhomía y las enseñanzas sobre la vida que aporta no sólo a sus hijos, sino a los habitantes de Maycomb. Este hombre, abogado reputado, certero con el rifle (motivo por el que nunca dispara, salvo cuando se ve obligado por un perro con rabia), habla de injusticias tales como matar a un ruiseñor, un pájaro que nunca haría daño a nadie. Abusar de un negro sería otro de los pecados que no justificaría nunca. Episodios como los del juicio (que los niños ven desde el puesto de los negros a hurtadillas), el incendio de la casa de la adorable vecina, la señorita Maudie, o el previo en el que unos hombres casi ajustician a Tom, son tan cinematográficos que no es de extrañar que no tardaran ni un año en llevarla a cabo.

Jem es el personaje más contradictorio. Acosado por el paso a la adolescencia, preso de su naturaleza infantil y sus ansias de emular a su padre, tan pronto es compañero de juegos de su hermana, como reniega de ella. Cuando el caso de Tom amenaza la tranquilidad de la familia Finch y todos piensan que Scout puede saltar a la mínima, resulta que es Jem el que la paga con las camelias de la anciana antipática señora Dubose, que les dará otra buena lección tras su muerte.

Hasta que no he leído reseñas sobre Lee, no dudaba que la identificación entre ella y Scout era total: una niña que hoy calificaríamos de superdotada, resuelta, despierta, con una dosis enorme de empatía. El juego narrativo está basado en la perspicacia de esta niña que en teoría no debería haber entendido la mitad de hechos que la rodean. Esa mezcla entre inocencia y hondura hacen de ella un personaje adorable, sobre todo cuando resuelve con los puños las afrentas que otros niños le hacen para meterse con su padre. Claro que después de conocer su trayectoria vital posterior, está claro que Harper Lee se identifica con Boo Radley, el hombre que nunca sale de su casa salvo al final.

Sería casi imperdonable olvidar mencionar a Calpurnia, la criada de color que es casi una segunda madre para ellos, el fantasioso Dill, compañero de juegos cada verano, el propio Thomas Robinson, el juez Taylor, el shérif Tate o la tía Alexandra, quien parece representar la prototípica mujer que solo se preocupa del qué dirán, pero que luego tiene más empatía de la que prometía. Me dejo en el tintero varios secundarios, de los cuales el mérito consiste en que son dotados de humanidad, por más incidentales que resulten para la trama.

Temas como las injusticias raciales y ese modelo de conducta y de ética llamado Atticus hacen que esta novela sea ideal para ser una alternativa a Qué bello es vivir. Cierto feminismo en la defensa de las actitudes de la indómita Scout, o los lances en la escuela, en la que para la estúpida maestra leer está mal visto para ella porque no se atiene a su modelo pedagógico, no son sino otras muchas razones para darle sentido a la etiqueta de "clásico contemporáneo". Y por si fuera poco, se lee con suma facilidad, y releyéndolo te das cuenta de una cierta circularidad en la novela, que empieza por lo que será el final: "Cuando se acercaba a los trece años, mi hermano Jem sufrió una grave fractura del brazo a la altura del codo".

Into the Badlands. Temporada 1

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(AMC. 6 episodios: 15/11/15 - 20/12/15)

Contiene spoilers (pero tampoco es que importe demasiado...)

Uno de los estrenos más peculiares de este 2015 ha sido esta serie que mezcla artes marciales y distopía. Por momentos (imagino que por la sintonía de su intro y por ciertas similitudes entre los protagonistas) me ha recordado a Banshee, pero no se le va la cabeza tanto, ni hay tanto sexo (hay muy poco sexo, de hecho). No podría quedarme con ninguna, de hecho.

Muy buenas críticas, notas altas tanto en IMDB (8,3) como en Spoiler TV (7,4), me han ayudado a ir superando mis dudas al respecto de la serie, suscitadas con un piloto que, más allá de las coreografías en las escenas de espadas, se queda en más bien poco. De hecho, espero que estos 6 episodios sean una especie de introducción a la historia, y que se desarrolle mucho mejor. Porque cuando esperas que todo eso de la lucha territorial de los barones y los absurdos nombres (clippers, potros) que se le dan a los soldados de Quinn, por no hablar del nombre del protagonista, Sunny, como el zumo, resultan cuanto menos chocantes.

No, no me ha convencido la ambientación. Esa mezcla entre elementos cuasi medievales (la siembra y recogida del opio de las amapolas, la estamentación social) y los futuristas con ecos a una civilización como la nuestra destruida (la maqueta del Capitolio, los vestigios en forma de tocadiscos, vehículos que mezclan el estilo de los años 60 y motocicletas más contemporáneas), por no hablar de esos palacios tras las fortalezas, lejos de conferirle identidad propia o una autonomía original, lo convierten en un indigerible pastiche.

No se puede ahondar en el argumento: Sunny (inmutable Daniel Wu), mano derecha del maniaco de Quinn (tan excesivo Marton Csokas como su gomina y su excéntrica barba),  cuya espalda está marcada por las víctimas que ha asesinado, está enamorado de Veil (Madeleine Mantock), la hija de los doctores (y pronto sustituta de ellos), y teme y ansía casi a partes iguales huir de las Badlands y creer que más allá existe una especie de edén (no recuerdo su nombre) del que proviene tanto él como el que pronto será su protegido, M.K. (sí, los nombres no ayudan nada, y tampoco este impávido Aramis Knight).

Puedo añadir los nombres de la actractivísima Lydia (Orla Brady), la primera mujer de Quinn; Ryder (Oliver Stark), el hijo de Quinn y un pegote que está en medio de nada; Waldo (Stephen Lang), el tullido mentor de Sunny; The Window (la Viuda, Emily Beecham), la baronesa que rivaliza con Quinn y que se las gasta con unas artes marciales muy vistosas; Tilda (Ally Ioannides), la hija de la Viuda y amiguita en secreto de M.K, al que una especie de posesión infernal que se desata cuando sangra le convierte en objeto de deseo; la guapa Jade (Sarah Bolger), futura nueva esposa de Quinn y menos inocente de lo que parece; o del ridículo Rey River, pero ninguno de ellos aporta más que débiles distracciones a la débil trama principal, resumida en luchas de poder.

Lo mejor, resumiendo: las escenas de lucha, muy conseguidas; y que sea una temporada tan corta; lo peor, todo lo demás, aunque cabe la ligera esperanza, asociada al prestigio de la cadena AMC, de que esto sea una especie de presentación de una historia, y lo mejor esté por llegar, lejos de estas tierras feudales y personajes tan planos y tan poco interesantes.

Sherlock. Temporada 4. La novia abominable

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(BBC. Capítulo especial: 01/01/2016)
Contiene spoilers

Este capítulo es la demostración perfecta de la envidia que me suscita la televisión británica. Allí a la lista de actividades navideñas, tales como la Nochebuena, la Navidad, sus uvas (o lo que quiera que hagan) y sus qué sé yo, pueden añadir el recital de episodios especiales para estas fechas que reciben, en vez del correspondiente José Mota (Cruz y Raya, Morancos, Martes y 13...). Si el año pasado era el estupendo capítulo de Black Mirror, este año le ha tocado lucirse a Sherlock, una serie con aroma a película que suele tardar bastante en comparecer, pero que lo compensa con obras maestras como esta.

Este capítulo especial, etiquetado como propio de la cuarta temporada (de la que han anunciado tres nuevos episodios..., para 2017...), ha tenido todos los ingredientes para deleitar al espectador: lo que parecía una trama paralela, ambientada en 1890, es decir, en la época original de Sherlock Holmes, resulta no serlo tanto, sino que, por el contrario, está imbricada con los acontecimientos que todos conocíamos. Y su finalización, además, te deja con las espadas en todo lo alto para encarar esa cuarta entrega.

Las señas de identidad de esta serie nos las encontramos de inmediato: esa capacidad de deducción de Sherlock, esa fidelidad casi a contracorriente de John, esa icónica calle de Baker Street, esos fantásticos secundarios que dan relieve a la ficción (Lestrade, Mrs. Hudson, Molly, Mycroft, Mary, Moriarty...), los juegos visuales con cámaras que pasan a hacer zooms circulares a cámara lenta, o que repasan alguna escena desde otro enfoque, las transiciones entre escenas, la manera de hacernos llegar la lectura de cartas (en vez de sms o similares mensajes en el móvil), los sorprendentes giros de la trama...

Al empezar de esta manera paralela, volvemos a disfrutar, aunque en dosis condensada, de los inicios entre estos dos personajes: cómo se conocen, cómo su sociedad enseguida se posiciona, cómo consiguen una tremenda notoriedad, cómo el relato de John Watson establece una manera de ser de Sherlock Holmes. Este último aspecto me ha encantado. Se nos viene a decir que el Sherlock que tenemos en pantalla es en buena parte el que John quiere que tengamos, no el que él verdaderamente es. Así, la drogadicción de nuestro investigador, por ejemplo, queda bastante atenuada. O su asombroso ingenio o su sociopatía parecen mitigados (por ejemplo, no recuerdo quién hace referencia a que es el menos listo de los dos hermanos Holmes).

Las variantes que se nos arrojan a menudo son autorreferenciales, e incluso son como pistas para que ejerzamos de investigadores nosotros mismos. Ver a un Mycroft paralelo exageradamente gordo, engullendo todo lo que pilla a mano (con ese hilarante preámbulo en la entrada del club en el que está, con el juego del lenguaje sordomudo que establecen Sherlock y el anciano recepcionista, al que se le añade el infructuoso intento de John por estar a la misma altura: el sentido del humor como otra de las -muchas- señas de identidad de esta producción de la BBC), o a un incapaz y resignado (y muy humorístico) Lestrade, o a una mrs. Hudson exigiendo -sin pedirlo directamente- más protagonismo en las narraciones de John Watson, o a Molly disfrazada de hombre, o a Mary Watson (genial esa frase que da la vuelta a su marido, cuando le dice que la llevará a casa y tiene que rectificar) como contraespía para la mole del hermano de Sherlock, por no hablar del bigote que se calza Watson, o el famoso gorro de Holmes, son una gozada para cualquier fan de esta serie. Y qué decir cuando le oímos decir a Sherlock el célebre "elemental, querido Watson"...

El caso, el asesinato de Emilia Ricoletti a su marido después de haberse suicidado, quizás sea lo de menos, aunque es verdad que el listón está tan alto que no cualquiera de las investigaciones que John elige contar (aunque no sea en puridad nuestro narrador a ojos televisivos) podría valer. El más difícil todavía es uno de los listones más complicados contra los que esta serie tiene que luchar. Por eso, ha sido todo un acierto devolver a nuestra pareja de héroes a la época victoriana de la que proceden. Al encontrarnos con referencias a los míticos personajes pergeñados por Conan Doyle, como el famoso último encontronazo entre Holmes y Moriarty, se nos añade más riqueza narrativa.

Y qué decir cuando de pronto vemos que lo que era un aparentemente caso ambientado en otra época resulta que no era tal, sino que estábamos asistiendo a un ejercicio mental de Sherlock, el llamado por él mismo "palacio mental", un "truco" para hacer frente al reto que Moriarty le ha dirigido. Es decir, volvemos justo al mismo momento en que Sherlock tenía que abandonar Inglaterra y Moriarty iniciaba su cyber ataque, aunque al final no se resuelva nada, sino que se nos abre una puerta que no se atravesará hasta 2017. Las continuas idas y venidas entre los dos planos temporales (o mentales) serán constantes, y la resolución del caso y del episodio nos dejará la duda de cuál de los dos momentos es el verdadero, si es que alguno de los dos cumple tal premisa.

En fin, que es una gozada ver las actuaciones de Benedict Cumberbatch (joder con el apellidito) y Martin Freeman (que se han convertido en dos colosos de la interpretación contemporánea), acompañados por el histriónico (pero genial) Andrew Scott o el enigmático Mark Gatiss, entre otros. Es tanta la riqueza de este episodio, que es muy difícil entender el 100% de las posibilidades que se nos ofrece (por ejemplo, he leído algo de las anotaciones que se nos muestran en el papel que Sherlock le entrega a Mycroft en el avión, y algún Holmes en potencia en comentarios que he leído lo ponen en relación con la referencia a la apuesta sobre la muerte del Mycroft gordo, y hasta aquí puedo leer que me parece tan fantástica la apreciación que le consideraría rango de spoiler). El 8,6 con que IMDB califica este "The abominable bride" me parece tremendamente escaso. 

Cuatro amigos. David Trueba. Anagrama

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(264 páginas. 9,90€. Año de edición: 2015)
La que es segunda novela de David Trueba, tras Abierto toda la noche, confirma que, más allá de los tópicos o de la influencia cinematográfica (en ocasiones el libro parece un guión), se encuentra un escritor que quiere contar una historia. Puede que roce en muchas ocasiones lo ya contado, puede que los personajes no alcancen un status más allá de prototipos, pero lo que no falla es en que se deja leer estupendamente. Sin más pretensiones que la de entretener, cumple su cometido, con creces.

Cuatro son los protagonistas de esta especie de road movie gamberra, en la que Raúl, Blas, Claudio y Solo, que además es el narrador, piensan desbarrar durante la segunda quincena de agosto, a bordo de una furgoneta con olor a queso. Cercanos a los 30, todos ellos están más cerca de la adolescencia que de afrontar la madurez de frente. No quieren oír hablar de compromisos, ninguno tiene un trabajo que les satisfaga y, salvo Raúl, que se arrepiente y envidia a sus tres amigos, están lejos de comprometerse en ninguna relación.

Dividida en tres partes ("Veinte mil leguas de viaje subnormal", "Solo en ninguna parte" y "Es tan duro vivir sin ti o milonga triste", a su vez subdividida en 11 desiguales capítulos, lo mismo que estas tres partes), el relato de Solo nos lleva desde Madrid hasta Valencia, para luego pasar por lugares de Zaragoza, Logroño y acabar en un pueblo de Galicia. El plan es no tener plan salvo pasárselo bien y follar (o tratar de) mucho. Un plan destinado al fracaso, entre otras razones porque los amigos son bastante dispares:

Claudio es el guapo y ligón del grupo, el que tiene más confianza en sí mismo, aunque su trabajo de repartidor de bebidas desmiente un tanto esta proyección que tiene de triunfador; su relación más duradera y estable es para con su perro Sánchez, que acabará en manos del padre militar y facha de Blas, con quien no durará ni un solo día. Pura fachada que a duras penas deja que rasquen más a fondo. Podría parecer el que tiene menos escrúpulos, pero es bastante fiel a sus amigos. Se le atisba un futuro apegado a alguna de esas mujeres que de momento aborrece, sacando a pasear a su próximo perrito.

Raúl, ya casado con Elena y con gemelos de siete meses, gafotas y desabrido, es el más necesitado de sexo. Aficionado al sado, se siente arrinconado y casi pasa más tiempo pegado al teléfono móvil (estamos en la época en la que algunas personas aún se jactaban de dominarse a la "moda" de estar controlados por estos toscos artilugios) que otra cosa, aunque cuando puede, trata de metérsela a alguna. La primera, Anabel, una amiga de Blas, con la que no tiene ningún miramiento en el camping. Es el personaje peor caracterizado, en tanto que es el menos simpático, puntilloso y amargado. De hecho, se vuelve a Zaragoza por su parte sin despedirse más que de Solo.

Blas es el gordito simpático, "el mejor amigo de las niñas". Sus proyectos de polvos giran en torno a ser paciente y comprensivo, aunque casi nunca funcionan. Siempre positivo y casi siempre bienintencionado, trata de sacar lo bueno a todo, aunque progresivamente se va deprimiendo con su incipiente calvicie y su gordura, que trata de sofocar a base de sudar con un plumas puesto encima. Después del fracaso que supone la llegada de la ajada pero atractiva Anabel, su siguiente molino de viento es Sonja, una prostituta checa muy flexible a la que ayuda a escaparse de un burdel de mala muerte, aunque ese amorío también esté abocado al fracaso.

Y luego está Solo, que será el eje del último tercio de la novela, más centrado en el desamor, puesto que los cuatro amigos acuden a la boda de Bárbara, la ex de Solo de la que sigue enamorado. Acaba de abandonar el periódico en el que trabajaba, más por la influencia de sus padres (críticos ambos, aunque para crítico, lo que piensa Solo de su padre, a quien guarda un irremediable rencor) que por sus propios méritos. Un tipo romántico (cuando está pensando en Bárbara, a quien idealiza), desencantado, egoísta, con más defectos que virtudes, que se asquea de sí mismo y que no cumple casi ninguno de los axiomas con los que afronta la vida, como su rechazo al compromiso o alguna perogrullada en forma de frase bien escrita pero hueca como él mismo ("felicidad quería decir imbecilidad (...) La felicidad era un lugar hacia el que era imprescindible viajar, pero nada aconsejable llegar"). Cada capítulo acaba con alguna anotación en servilletas, lo que sería el esbozo de esta novela.

Hay momentos divertidos, pero también momentos que pretenden serlo y resultan exagerados o excesivos. Casi ningún secundario termina de quedar redondeado, salvo quizás Estrella, la mujer ya talludita que vive en un hotel perdido en Logroño a la que le salva su afición por vivir. El libro queda abierto y casi parece la extensión de esas mismas anotaciones. Como se nos indica en la solapa, su humor le debe mucho a Jardiel Poncela y a Rafael Azcona, aunque a veces le pierde lo escatológico o se pierde en la búsqueda del chiste (como cuando recopila Solo sus hitos en forma de entrevistas a personajes famosos). Casi  pensada más para ser filmada, los varios defectos que tiene se compensan con ese ameno rato que te depara su lectura.

Me quedo con algunos fragmentos, como esta especie de definición de "intrapersonas", a lo Unamuno:
"Mientras subía los escalones de terraza pensé en la vida oculta de tantas personas, los seres que no trascienden, esa especie de topos que sobreviven sin necesidad del resto del mundo (...). Gente que se niega a pertenecer, eso que tanto obsesiona a otros. Quizá todos unidos formaran un país subterráneo, inexistente, pero no muerto".
O la frase con la que termina la novela: "comprendí, en  cierta medida, lo que significaba la amistad. Era una presencia que no evitaba que te sintieras solo, pero hacía el viaje más llevadero", que compensa en cierto modo la frase de apertura: "Siempre he sospechado que la amistad está sobrevalorada. Como los estudios universitarios, la muerte o las pollas largas".

American Crime. Temporada 1

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(ABC. 11 episodios: 06/03/15 - 14/05/15)
Como me pasara con Breaking Bad, al oír que la temática de esta serie era durilla, unido con la saturación por la amplia oferta televisiva, hizo que fuera retrasando el visionado de esta serie. Visto el piloto, sin embargo, no me entró ningún tipo de pereza ponerme al día con ella: interpretaciones impecables, temática polémicamente actual y valiente (las discriminaciones raciales uno de los más destacados), una factura muy moderna, atractiva y distinta (me ha encantado el recurso de los diálogos en diferido) son algunos de los motivos para que American Crime haya sido uno de los mejores estrenos del año pasado.

Y es que en American Crime no se  cuenta tan sólo un crimen como casi siempre nos han relatado. El asesinato es el punto de partida, pero después se trata de ver las consecuencias en los varios personajes que están en relación con la víctima, Matt Skokie, un joven ex militar casado con su esposa Gwen, en coma al verse afectada por el mismo brutal ataque. Una serie convencional habría tratado de la investigación, del juicio a lo sumo; sin embargo, aquí se profundizan muchas más aristas y pronto se ve que la resolución de este crimen es lo de menos. Lo que importa es el desarrollo posterior en los principales afectados:

(Ha pasado casi un año, pero por si acaso, ojo que se cuelan spoilers)

Russ (estupendo en su contención y naturalidad Timothy Hutton) es el padre. El que recibe la llamada de la policía de Modesto (California) para que identifique el cuerpo de su hijo. Esas escenas en las que, aturdido aún, corrobora la identidad del cadáver, y luego en el cuarto de baño se derrumba, son un anticipo de lo que se nos viene encima. Poco a poco descubriremos que este hombre abandonó hace muchos años a su familia por su ludopatía. Con el personaje de Russ, de hecho, abordamos el tema de las segundas oportunidades: Russ necesita un trabajo para pagar a los abogados y para mantenerse en esa ciudad mientras dura todo el proceso, pero el haber estado en prisión se lo dificulta sobremanera, pese a que demuestra en sobradas ocasiones que ha aprovechado su segunda oportunidad para redimirse y mejorar como ser humano. Aunque para mi gusto es el personaje más íntegro, ético y coherente y opta por ser conciliador y respetuoso, el desmoronamiento a su alrededor termina por afectarle, anticipando un final de recorrido demoledor para él.

Su ex esposa, Barb (enorme Felicity Huffman), es el polo opuesto: al haber tenido que sacar adelante a dos hijos en las peores circunstancias, se cree con el derecho de cuestionar todo cuanto le contraría, de ahí su intolerancia, intransigencia y esa actitud que rememora a la de aquellos que van por la vida absolutamente convencidos de que no hay más verdad que la suya. Polemiza con la policía, no digiere que la investigación se centre en el tráfico de drogas en el que está implicado su hijo, y no tiene dudas de que el asesinato tiene tintes raciales: lo mató un negro casi por ser su hijo blanco. El progresivo distanciamiento hacia su hijo vivo, Mark, unido a los varapalos que el proceso judicial le va deparando, va cambiándola. La compra de un arma será el revulsivo de esta mujer con la que al principio  nos es imposible empatizar.

Tom (W. Earl Brown) y Eve (Penelope Ann Miller) Carlin, los padres de Gwen, son los otros afectados, y aunque viven una paralela experiencia a la de los Skokie, ellos se aferran a sus creencias religiosas: ella se centra con fe ciega en la recuperación de su hija y él indaga más en las respuestas acerca de las costumbres sexuales de su hija. Su egoísta postura ante Russ cuando este les pide ayuda o que tengan en cuenta que se puso de su parte en el traslado del cadáver de Matt, ejemplifica a la perfección esa tan frecuente caridad cristiana que no hace sino enmascarar su hipocresía.

El hermano de Matt, Mark (David Hoflin), también militar, aparentemente representa una postura más centrada, aunque de tanto repudiar a sus padres y renegar de su concepto de familia, acaba encerrándole en un egoísmo injustificable. Es, como le reprocha Richelle, su prometida, como si quisiera competir contra su hermano, ser mejor que él; por fortuna, Richelle media y hay que suponer que la última escena, la del aparcamiento, significa que ha recapacitado en su idea de dejar al margen su pasado.

Desde el enfoque de los implicados en el asesinato, destaca la pareja de yonquis, principales sospechosos directos. Carter Nix (qué descubrimiento el de Elvis Nolasco, fabuloso en todos sus registros) y Aubry Taylor (Caitlin Gerard, también destacada su interpretación): él, enamorado de Aubry, una vez que supera el mono en la cárcel, se mueve por el amor que siente hacia ella. Al obtener la condicional, emprende una delirante huida con ella que no les lleva a ninguna parte y que representa el rumbo de esta pareja autodestructiva. Dice deberle la vida, aunque aflora una falta de cariño enorme, que le demanda a su hermana, Aliyah (imperial Regina King, a la que tengo tan reciente en The Leftovers), la cual evoluciona por su parte de un casi fanatismo religioso en su conversión al islamismo y que le lleva a cambiarse incluso de nombre, a acercarse de una manera más personal a su hermano. 

El caso de Aubry es diferente: de clase social más acomodada, se ha llegado a prostituir por la droga, es manipuladora y mentirosa, aunque parece que con Carter es capaz de más nobles sentimientos. Su obsesión idealizante por este hombre le lleva a coleccionar recortes de revistas con fotos de parejas interraciales. La autodestructividad que demuestra es casi tan interesante como el juego de si miente o no cuando acusa a su hermano de ser el primero que inició los abusos sexuales con ella o su posterior declaración de culpa: ¿lo hace para salvar a su novio, o es cierto que fue ella la que mató a Matt e hirió de gravedad a Gwen? Su final es el que imaginaba su madre, Ruth Taylor (a la secundaria Jennifer Savidge no le hacen falta muchas escenas para destacar), cuyo punto de vista difiere al de su marido, que seguía aferrándose a la recuperación de su hija.

Hector Tonz (Richard Cabral, otra espectacular interpretación) es el que proporcionó el automóvil, la principal pista de la policía para resolver el asesinato. Vinculado con el cártel de la droga, poco a poco superamos esa visión del ser egoísta y amargado, capaz de cualquier mentira para librarse de la extradición que le espera en México, para ver a un hombre en busca de una nueva oportunidad (oportunidad que le niega su aspecto, en gran parte por ese exuberante tatuaje que le llega hasta el cuello) con su novia y su hija.

Por último, nos queda de la terna de protagonistas a Tony Gutierrez (Johny Ortiz), a su padre Alonzo (Benito Martinez, cuya cara me sonaba y veo ahora que por salir en House of Cards) y a su hermana Jenny (Gleendilys Inoa), una familia de hispanos implicados porque el  coche con el que Hector ayuda a Carter venía del garaje, sacado de allí por Tony sin conocimiento del padre. Alonzo es otro de los que más evolucionan a lo largo de los once capítulos: parte de una intransigencia que roza lo racista (arremete contra los ilegales) y que complica la vida de su hijo al permitir que la policía interrogue a su hijo sin presencia de un abogado, para acabar siendo más comprensivo con tal de acercarse a su hijo, que cambia (a peor, claro) en el correccional, aunque al final no se extienden mucho en ello, dejándolo un poco relegado (porque cada vez se estaba pringando más) en favor de su padre, cuya escena final con la hija, permitiéndole que se quede con su tío mientras que ellos dos se mudarán, es representativa de ese cambio.

Lili Taylor (Six Feet Under) como Nancy, una mujer que ha pasado por una situación parecida al perder a su hija en un asesinato, sería una de esas secundarias destacadas, el único apoyo para Barb en su cruzada en busca de culpables, alguien que habla mejor que nadie de la gran calidad de esta serie, de esta temporada sin concesiones que apenas deja respiro y que asfixia no sólo a los personajes, sino también a los espectadores, abrumados por aspectos no muchas veces vistos en televisión, como la poca eficiencia de la justicia (movida más por aspectos políticos o de mera imagen pública), de la cárcel (que en vez de redimir a los criminales les da alicientes para delinquir), el concepto familiar norteamericano, así como cuestionar esa paradisiaca visión de EEUU como tierra de oportunidades.

Uno de los mayores méritos de la serie es que no caben los trazos gruesos: la vida no es de color blanco o de  color negro, sino que está dominada por una inabarcable selección de grises. Qué más quisiéramos que las víctimas fueran modélicas para arremeter contra los implacables y maléficos asesinos, que resultan ser unos pobres hombres enfermos por su adicción a las drogas y a los que hasta entendemos en su búsqueda de un desinteresado afecto. Así que si buscas una serie amable o algún chiste para distender el ambiente, pasa de largo, porque aquí no encontrarás concesión alguna.

(La 2ª temporada, que acaba de arrancar, por cierto, pinta todavía mejor que la 1ª: hay que recordar que, tipo American Horror Story, cada tanda de capítulos se centra en historias diferentes, repitiendo algunos de los actores)

Sandman. El fin de los mundos (VIII). Neil Gaiman. ECC

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(176 páginas. 17,95€. Año de edición: 2016)
Iba a cometer la herejía de incluir este octavo volumen como el más flojo de la serie. "Por fin uno de transición", pensé ilusamente cuando transitaba por la historia dentro de la historia de El leviatán de Hob. Había cometido el error de menospreciar las páginas leídas por culpa de las escasísimas apariciones del protagonista de la serie, Sueño. Y lo grandioso es que pese a la ausencia de su personaje principal, al final el conjunto alcanza una altura comparable a cualquier volumen. La grandeza de esta saga seguía intacta. Perdóname, Gaiman, porque he dudado.

No por algo la elogiosa introducción corre a cargo de ni más ni menos que Stephen King, que alaba la creatividad de Gaiman, y se refiere a las alusiones literarias que contiene este ejemplar. Muchas de ellas escapan a mi escaso bagaje cultural, pero la principal, la estructura de estos seis capítulos, no es ni más ni menos que Los cuentos de Canterbury, de Geoffrey Chaucer (sobre eso y más aspectos habla la reseña de Álvaro San Martín). Al contar con varios dibujantes, el tono de cada historia es muy dispar, y favorece el eclecticismo y la heterogeneidad del volumen. Vale que hay unas mejores que otras, pero ninguna te deja indiferente, en todas hay algo que las hace especiales.

Empezando por la creación de esa especie de posada ("casa pública") a la que van a parar Brant Tucker y Charlene Money, que viajan en coche y, mientras ella duerme, se ven sorprendidos por una tormenta de nieve en pleno mes de junio. Como si estuviera en una alucinación o soñando, acaban chocando contra un árbol. Un erizo (sí, un erizo que habla y dice cosas como "Eso rojo es sangre. Debería correr por dentro") le dice a Brant que siguiendo el camino hay una posada y ahí encontrará ayuda para Charlene, que ha perdido la conciencia. 

La ayuda le llega por parte de Quirón, un centauro, mientras que bebe lo que la jefa de la posada le ofrece, algo que le hace dormir. Al despertar, Charlene está curada y se ha incorporado a una de las muchas tertulias que se producen en la posada, cuyo único precio es ese: contar alguna historia mientras no amaine lo que llaman una "tormenta de realidad". De hecho, el señor Gaheris va a empezar la suya (aunque en realidad no es suya, sino que la escuchó contar), Una historia de dos ciudades (que da nombre a este número del ejemplar):

Robert, el protagonista de esta historia dibujada con un estilo muy peculiar, algo esquemático, con viñetas predominantemente chatas y alargadas y una estética como alucinada, es un hombre de mediana edad con un aburrido y rutinario trabajo administrativo, que en sus ratos libres explora las calles de la ciudad. En uno de esos paseos encuentra una calle de plata; ese día, sale tarde del trabajo y pierde su tren habitual; al subir al siguiente, se encuentra con Morfeo, un hombre pálido "vestido con un largo abrigo negro", que le miraba "con sus ojos oscuros como charcos de noche". Inicia un periplo angustioso, de pesadilla, en el que pese a la similitud en su vagar con su ciudad, no encuentra ninguna referencia real. Un anciano con el que se encuentra días, semanas o meses después, le revela que "si una ciudad tiene personalidad, quizá también tenga alma. Quizá sueñe". Y él se encuentra en uno de esos sueños. Hay que buscar una calle que conozca en la ciudad real para salir del sueño.

En el segundo número, después de que Brant alterne unas palabras en los aseos mientras orina con Klaproth, un cadavérico personaje que proviene de la necrópolis Litargirio (que tendrá su protagonismo posteriormente), le toca el turno a Cluracán (uno de esos secundarios que ha aparecido en otro número, puesto que es un hada, hermano de Nuala). El relato de Cluracán nos lleva, con unos dibujos un tanto desproporcionados y de colores pálidos, hasta la ciudad de Aurelia (con reminiscencias de Roma en una época más medieval), adonde tiene que ir como embajador de Mab, reina de las Hadas y esposa de Oberón, para evitar la alianza de los pueblos de las ciudades de las llanuras bajo el mando de  Inocencio XI, Psicopompo de la Iglesia Aureliana Universal, y también Carys XXXV, señor Carnifex de Aurelia. Al final el narrador advierte que hay algún elemento inventado, pero esta historia de capa y espada incluye el levantamiento de un muerto y la intercesión, a través de Nuala, de Morfeo

La tercera historia, ni más ni menos que emparentada con narraciones de aventuras en alta mar, es El leviatán de Hob, contada por quien dice llamarse Jim (que resulta ser Peggy, una chica disfrazada de chico para dedicarse a su pasión, viajar a bordo de veleros), que refuta a Brant cuando le dice que están en junio de 1993, puesto que para él es septiembre de 1914. Jim cuenta que se enroló en el Sea Witch, al que subió un inglés de barba llamado Sr. Gadling (el amigo inmortal de Morfeo reaparece de nuevo). En el barco encontrarán a un polizón, un hombre bajito de la India llamado Bhartari Raja (el nombre lo he leído en la Wikipedia, en las páginas no he encontrado más que lo llame despectivamente el capitán Burgrave Gunga Din), que les contará a su vez (qué genial esto de las muñecas rusas) la historia de un rey hindú a quien le ofrecieron una manzana que otorgaba la inmortalidad. Al encuentro entre estos dos seres sobrenaturales se une que dan con la serpiente marina (a doble página dibujada a lo Shenron de Bola de dragón).

La cuarta historia, El chico de oro, relatada a Brant por un chino (que dice ser un buscador, un seguidor -al final sabremos de quién- en esos territorios paralelos, de los que dice haber muchos), quizás es la más fascinante, pues no es sino la de Prez Rickard, el prototipo de norteamericano perfecto, rubio, guapo, lleno de ideales y convicciones, que a los 20 años logra su objetivo vital: convertirse en el presidente de los Estados Unidos de América. Prez previamente ha sido tentado por el Jefe Smiley (dibujado con una cara redonda y una enorme sonrisa, aunque con la habilidad suficiente como para que resulte un personaje perturbador, y es que se maneja en este relato como una especie de Diablo que busca tentar a nuestro ángel perfecto) y ha sido visitado (¿en sueños?) por Richard Nixon. En su primer mandato ya consigue más que ningún dirigente previo (paz en Oriente Medio, bajar el precio de la gasolina, reducir el déficit federal y la audiencia nacional, frenar la carrera armamentística...), y en el segundo reduce la contaminación y declara "que la educación era la prioridad principal del país", pero asesinan a Kathy, su novia, y se va alejando del mundanal ruido hasta desaparecer y morir (aunque no se sabe cómo o de qué). Entonces es cuando aparece nuestro personaje favorito, Muerte (que pese a la brillantez del dibujo de estas páginas, no consiguen sacarle tan favorecida como debería), que intercederá ante Sueño (tampoco su mejor representación) para librarle de Smiley, alegando ser el "Príncipe de las Historias", por lo que Prez está bajo su jurisdicción, y decide concederle su deseo de buscar más Américas para arreglarlas.

La quinta se llama Mortajas y está contada por Petrefax, uno de los discípulos del Maestro Klaproth, que nos cuenta los usos y costumbres de la necrópolis, aunque él "fantaseaba con otros lugares, otra gente, otros mundos". Su maestro le encomienda un informe sobre un entierro aéreo y allí además le serán referidas otras historias, como la del  abuelo de Mig, el ladrón de cadáveres Billy Scout que terminó siendo el verdugo de su pueblo o la de Scroyle, otro discípulo de Hermas, que habló con otro de los Eternos, Destrucción, que le habló de otra necrópolis anterior, una que olvidó el respeto hacia los muertos porque los corazones de sus habitantes se encallecieron. Y la del propio Hermas, que hace referencia a su maestra, Veltis, en relación con la sala de las catacumbas y su mano atrofiada.

Y llegamos a la sexta y última, la que da nombre al ejemplar, El fin de los mundos, que sirve de conclusión y por la que sabemos que en realidad todo nos es contado por Brant, cual borracho acodado en un bar, refiriéndole sus ebrias penurias y alucinaciones a la camarera. Y es que la tormenta terminó y tras ella todos volvieron a su realidad, salvo Petrefax, que se marcha con Quirón, y salvo Charlene, que, tras un alegato a favor de la mujer y lamentando que no tenga historia (como antes Petrefax), decide quedarse en la taberna. Allí la jefa les dice el porqué de la tormenta de realidad: "es cuando sucede alto tan importante que... lo desestabilizar todo". Y es cuando por las ventanas se observa un cambio en el cielo. Bajo las estrellas y la luna creciente en lo que son las viñetas más espectaculares quizá de toda la serie, a doble página, aparece recorriéndolo Destino, encabezando una procesión en la que un hombre (¿Lucien?) enarbola una bandera y después varios hombres portan un ataúd, tras el que siguen otros personajes ya vistos en los volúmenes anteriores, como Nuala, el Campo del violín, el cuervo MatthewOdín, Mervyn, ¿CorintoLucifer?, Desesperación y, finalmente, destrozadas, Delirio y Muerte, con quienes la luna se tiñe de sangre. Muerte le mira a Brent y se enamora (como el resto de lectores) de ella.

Es decir, que lo que ya eran historias estupendas y que podían dar entidad y fuste a este octavo ejemplar, al final quería contar algo más grande e importante y que no puede ser sino la muerte de uno de los Eternos.  Yo apostaría por el propio Sueño porque son muchos los sirvientes suyos que acompañan el cortejo fúnebre, aunque también podría ser Destrucción, que en el número anterior había referido sus miedos existenciales. Por lo visto es algo que se resuelve en los dos últimos números...

Fargo. Temporada 2

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(FX. 10 episodios: 12/10/15 - 14/12/15)
Mira que lo normal suele ser que después de propuestas muy brillantes sobrevenga el bajón y el desaliento, la repetición y el estancamiento, la falta de ideas y la desilusión, pero este año hemos tenido estupendas muestras que han representado todo lo contrario: la santísima trinidad de la corrección de aquella frase tatuada a sangre y fuego de "segundas partes nunca fueron buenas" ha venido de la mano de The Knick, The Leftovers y, por supuesto, Fargo. Tres series, por cierto, cuya duración es de 10 capítulos exactos, de modo que lo bueno, si breve, dos veces bueno, aunque para mi gusto te dejan con muchas ganas de más, de al menos dos episodios más (nunca se está conforme con lo que se tiene, es ley de vida).

Quién nos iba a decir que no echaríamos de menos a los fabulosos Lester y Malvo, quién que casi desde el principio nos íbamos a enganchar al resuelto Lou Solverson (sí, el padre de una Molly niña aquí, fantástico por cierto Patrick Wilson), a su suegro Hank Larsson (la revelación no viene sino a cargo de Ted Danson, que está para nominaciones de secundario, y que está, incluso Cheers mediante, ante su papel más hilarante, aunque sea en dos o tres destellos), al carnicero medio lelo Ed Blumquist (un engordado Jesse Plemons, el repulsivo Todd de Breaking Bad) y su "tocada" esposa Peggy (grandísima Kirsten Dunst) y, en general, toda la familia Gerhardt, la mafia de Minnesota.

Con acierto, nos situamos en 1979, y hay que recordar al Lou anciano de los primeros diez episodios cuando rememoraba los asuntos que se fueron de madre hace varios años para calcular la genialidad de Hawley para conseguir reinventarse y ofrecer algo totalmente diferente con la esencia original de Fargo. Nieve, frío y violencia como materias primas, blanco combinando a la perfección con el rojo. Perfecta continuidad con el espíritu de la serie y al mismo tiempo originalidad. Parece fácil, pero no lo es. Que se lo digan a Masters of sex, True Detective o The Affair.

Vamos un poco con la trama. Así que ojo con losspoilers...

Lou, un hombre tranquilo, pacífico, honrado y de valores firmes, aspira a llevar una vida normal al lado de su tierna esposa, Betsy (notable Cristin Milioti, ya en guarismos muy positivos en How I met) y de su pequeña Molly (un gran acierto conectar de esta forma con la primera temporada, algo que alcanzará su culmen en el último capítulo, cuando Betsy imagina el futuro y salen imágenes de nuestros personajes tal y como los vimos en los primeros diez episodios). El problema es que Betsy está aquejada de cáncer, y la quimio parece no dar resultados. A pesar de ello, no se queja y trata de seguir su vida como si no estuviera enferma, por no hablar de que es casi más sagaz que Lou y Hank juntos. Personaje femenino, pues, duro, resuelto y encantador, con el que tenemos la suerte de no incurrir en el sentimentalismo de ver su muerte como podría pensarse en un principio. Ella y Lou son una pareja perfecta, como se ve en esa manera de darse las buenas noches.

Hank, la otra pata de esa actitud comedida, serena y alejada de los extremismos a los que se ven abocados ellos y su pequeño pueblo, Luverne, a pesar de ser más impermeable a mostrar los sentimientos y a abrirse es, como le dice su hija, un hombre bueno. Y por eso en el par de ocasiones en que se cruza con los matones sufres por si se lo cargan, porque tiene la etiqueta de muerto colgada encima por aquello de la edad y de los patrones que hemos visto en otras series antes. La reflexión final que hace sobre la comunicación -intenta crear un lenguaje universal para ello- es una especie de paradigma de ese sentido común que tan opuesto parece a la actitud de los Gerhardt y la banda de Dakota del Sur, que entran en guerra para hacerse con el poder o mantenerse en él, y en la que se ven implicados sin comerlo ni beberlo Ed y Peggy a través de una de las más delirantes situaciones que yo recuerdo: 

Peggy atropella a Rye Gerhardt (Kieran Culkin, hermano del de Solo en casa, aunque aquí su cara de alucinado y marginado le va como anillo al dedo al papel), que se había cargado a una jueza, al cocinero y a la camarera de un bar de carretera. Rye, el hermano pequeño de los tres, el despreciado por el mayor, y que por eso trata de establecerse un poco por su cuenta en el negocio de las máquinas de escribir electrónicas. Rye, que se había quedado pasmado en medio de la carretera al ver aparecer un OVNI (sí, un OVNI, uno de los pocos aspectos criticados por algunos, aunque por lo visto esos avistamientos están basados en hechos reales, tal y como se apunta -jocosamente, sigo entendiendo yo- al inicio de cada capítulo).

Que lo atropelle sin querer no es delirante. Lo delirante es que la tía no se para ni desincrusta al atropellado ni al llegar a su casa. Y tampoco le cuenta al bueno de su marido Ed, que aspira a hacerse con la carnicería para la que trabaja y tener un hijo o dos con su adorable esposa, que hay un presunto cadáver en el garaje. Cuando muchos pensamos que estaba tratando de ocultar al amante, resulta que sale con que ha atropellado a un cervatillo. Y ese cervatillo no es otro que Rye, a quien tiene que rematar Ed, esconderlo en el congelador y luego trocearlo para deshacerse de las pruebas (genial la escena en que Lou aparece para pedir tocino, y un dedo que se le ha caído está por el suelo), puesto que Peggy lo convence de no decir nada a la policía. 

Peggy es una cabeza loca que colecciona revistas y sueños sobre realizarse como persona porque se ve que su trabajo como peluquera y su papel de esposa de un tipo que ralla en la medianía no es suficiente. "Tú estás un poco tocada, ¿no?", le espeta Hank en una ocasión, antes de que todo se vaya de madre, cuando los Gerhardt pongan precio sobre las cabezas del carnicero y su esposa. Otra delirante escena (incluso más que cuando se pone a hablar con tipos que sólo existen en su cabeza o se imagina el humo en la cámara refrigeradora donde huyen de Hanzee) es cuando mantiene una charla con su preso, Dodd, a quien enseña modales a base de "pequeñas" puñaladas. Si el personaje del atribulado pero obediente marido es bueno, el de la disparatada esposa es una auténtica joya interpretada a la perfección por la ex novia de Spiderman. Vaya cambio de registro, que al principio hasta parece más feílla y me costó reconocerla.

Otros elementos que hablan de la enorme calidad de la serie son las transiciones entre escenas, que suelen iniciarse con varias ventanas simultáneas que nos llevan de un personaje a otro; o las maneras de introducir los episodios, por ejemplo la del noveno episodio, con la voz de Martin Freeman como narrador de lo que de pronto es un libro que relata los casos de violencia en Minnesota (recurso que ayuda a establecer hipótesis de lo que pudo pasar, qué manera más grandiosa de ampliar el perspectivismo), o en el primer episodio, iniciado con una especie de documental o de "making off" de la primera peli de Ronald Reagan, que luego saldrá como personaje dando un emotivo discurso sobre su fe en EEUU -estamos en años de depresión, con racionamiento de gasolina incluido-. La peli, por cierto, trataba sobre la matanza de los sioux, otro tema de los secundarios que no deja de estar presente, por medio del indio Hanzee (Zahn McClarnon), otro de los grandes personajes (y van...), el relevo perfecto para Lorne Malvo.

Más: la nómina de impecables actuaciones y tremendos personajes. A los ya referidos, nos quedan unos cuantos más, como Floyd Gerhardt (Jean Smart ha ganado un premio recientemente, para hacernos una idea del alcance de los secundarios), la matriarca de la familia, que toma el mando cuando a su marido Otto le da un derrame cerebral. A pesar de ser implacable y una estratega bastante decente, su condición de mujer le convierte, a ojos del hijo mayor, el brazo martillo de Dodd (Jeffrey Donovan, además de su manera de comportarse, con esa mandíbula inferior saliente da vida estupendamente a un garrulo acostumbrado a asesinar desde bien pequeño), en un estorbo, y así empezarán las primeras grietas en la familia, puesto que el mediano, Bear (Angus Sampson no es menos que los demás Gerhardt y es otra maravilla su actuación), se posiciona a favor de su mami, aunque solo sea porque no soporta la tiranía (y mediocridad) del mayor.

Quedan por referir la hija de Dodd, la preciosa y díscola Simone (quiero ver más a la pecosa Rachel Keller), y el hijo de Bear, Charlie (Allan Dobrescu), aquejada su mano de parálisis y motivo fundamental para que le quieran apartar de las andanzas delictivas de la familia y le propongan estudiar, aunque a él le van los pasos de su tío, y se postula como voluntario para asesinar a Ed. A la postre, aunque de él se olvidan luego, será el único superviviente de los Gerhardt.

Del bando contrario, hay que quedarse con el pedante y filosófico Mike Milligan (Bokeem Woodbine), aparte de por su afición a citar y por su voz rasposa, porque será un hombre que sabe moverse, ayudado por sus dos esbirros mudos, de su inteligencia (que le sirve para quitarse de encima al Enterrador), y de un poco de suerte. Suerte que parece acabarse cuando, al final, le ofrecen un puesto como contable en una gris oficina, la misma organización mafiosa de Dakota a la que ha servido. Joe Bulo (Brad Garrett) no correrá tanta suerte, a pesar de que parecía un hombre más de negocios que de campo. Y no me quiero dejar a dos habitantes de Luverne: Noreen (Emily Haine), ávida lectora de Sartre y existencialista rebatida por Betsy; y el genial Karl (Nick Offerman), que será el héroe del asedio a la comisaría de Luverne cuando salga, borracho y cagado (literalmente), a convencer a Bear de que deje el ataque.

En fin. Una maravilla de serie. Violenta, pero divertida. Fantástica, muy visual (hay varias escenas que son poderosas y un reclamo de por sí, como la del motel de carretera y la escabechina de policías y mafiosos, hasta que aparece un OVNI a lo "deus ex machina"), y orquestada de manera prodigiosa, con pocos cabos sueltos (todo lo contrario, parece muy intrincado, por ejemplo, cuando Hanzee, otro de los pocos que sobreviven, habla de que quiere cambiarse de aspecto -normal tras su particular "día de furia"- y surgen las dudas de quién podría ser de los personajes de la primera temporada) y gran capacidad para reinventarse. Como dicen nuestros habitantes de Luverne casi siempre: Okay then.

Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar. Luis Sepúlveda. Tusquets

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(144 páginas. 12€. Año de edición: 2015 (66))
Reconozco que los libros de animales que hablan y los libros con tono doctoral me echan para atrás, con lo que esta novelita con título eterno contiene un par de requisitos que me superan. No me ha extrañado, pues, ese tono pedante a través del que se recalca el buenismo de la historia, por más que sea loable en el sentido de que trata sobre el respeto al medio ambiente y el respeto a las diferencias. No puedo con las moralejas tan explícitas y ese tono moralizante. Ni con la aparente sencillez de quien nos quiere dar lecciones a base de algo así como la espina de un pescado, como si mostrarnos la carne que la recubre fuera demasiada distracción para ese lector al que se subestima.

Vale que para clase (1º de la ESO) es una herramienta muy positiva porque inculcas valores y vas introduciendo aspectos literarios como las fábulas, tan entroncadas con nuestra tradición gracias a El conde Lucanor, y por eso hay una corriente de profesores que entienden que este tipo de libros favorecen los tan cacareados valores que nuestros alumnos deben aprender y de los cuales aprehenderse. Pero te pones a pensar en la trama y es tan escueta que a duras penas consigue el rango de algo a lo que sacar chicha más allá de que hay que respetar la naturaleza y hay que tolerar al que es diferente:

Una gaviota, Kengah, perteneciente a la bandada del Faro de la Arena Roja, se distrae pescando arenques y se ve sorprendida por una ola recubierta de petróleo que impregna su plumaje por entero; consigue emprender un último vuelo y llega a tierra firme (Hamburgo), concretamente a la terraza donde remolonea Zorbas, "un gato grande, negro y gordo", encantado de la vida porque su amo se va de vacaciones y se le presenta un panorama despejado de obligaciones.

Zengah antes de morir le arranca a Zorbas tres promesas: que no se comerá el huevo que pondrá, que cuidará del polluelo, y que le enseñará a volar. Zorbas, asustado ante la situación, busca consejo: primero el del gato Colonello (acompañado siempre de Secretario, el cual constantemente le quita los maullidos de su boca), el cual le remite a su vez a Sabelotodo, el gato que vive en el bazar de Harry, en el que también vive como mascota el desagradable (y borracho) mono Matías.

Sabelotodo debe toda su sabiduría a su afición por leer; en concreto, se remite a la enciclopedia para ayudar a Zorbas a salir del atolladero. Al final, ni unos ni otros sabrán muy bien qué hacer salvo cuidar de Afortunada, la polluela que será la protagonista de la segunda parte del libro, una vez que han transcurrido los nueve primeros capítulos. En esta segunda parte los gatos tienen que proteger a la bebé gaviota de los peligros que la acechan (los gatos facinerosos, las ratas) y, posteriormente, ayudarla a volar. Se sumará al grupo Barlovento, un gato de mar.

Una vez que Afortunada sale de su error de considerarse gato como su "mami" y los otros gatos que la cuidan, se ponen manos a la obra con la tercera promesa. Tras unos cuantos fracasos, deciden "romper el tabú" para ayudar a su aprendiz de altos vuelos. Este tabú no es otro que hablar a algún humano. Porque los gatos no sólo maúllan, también, si quieren, pueden hablar. En cualquier idioma, además, como le demuestra al poeta (quizá el trasunto del propio autor), el amo de la preciosa gata Bubulina.

Falta el "fueron felices y comieron perdices (o ratones)", pero por lo demás está todo dicho. Lectura sin trascendencias, facilita, simplona, tirando a esquemática, y de ahí la tendencia a que pueda funcionar sin problemas en clase, una vez dirijas el asunto a las tres o cuatro cosas que puedes sacar de la lectura.  Aquí está una versión en PDF.

Happy Valley. Temporada 1

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(BBC. 6 episodios: 29/04/2014 - 03/06/2014)

Contiene spoilers

Lo único que no tienen los ingleses son buenos pósters (lo que cuesta encontrar una imagen para ilustrar las entradas...) para sus magníficas series. Sus temporadas breves son más que suficientes como para demostrar que los británicos son especiales, no por algo conducen por la derecha y viven al margen del euro con su propia libra. Las recomendaciones varias de lo buena que era esta serie ya eran carta de presentación por sí solas, de modo que había que conocer a Catherine Cawood (apoteósica Sarah Lancashire), la sargento de la policía local de esta pequeña población inglesa encuadrada en un valle tranquilo.

Y si bien es cierto que ella misma se da a conocer ante un heroinómano que amenaza con prenderse fuego ("Soy Catherine. Tengo 47 años"), que nos digan que es madre de dos hijos, una muerta (Becky, suicidada), y otro que no le habla, que vive con su hermana, ex heroinómana, y que cría a su nieto Ryan porque su padre fue el que violó a su hija, hasta que no se ve, no termina de concretar todo su alcance. Sabemos que tiene arrestos e iniciativa con el extintor en mano, y queremos conocer más a fondo su historia.

Casi nunca encontramos este tipo de héroes en las series. Si son policiales, tendremos a nuestros maravillosos, jóvenes y esculturales agentes encargándose de servir y proteger, además de lidiar con sus tormentosos romances; con un poco de suerte, si la serie es buena, tendrá sus demonios internos y estará impregnado de esos grises que acompañan a todos los seres humanos. La misma Catherine, una mujer poco atractiva de primeras al menos no en cuanto al físico al que estamos acostumbrados, que pierda los papeles, rompa a llorar, se líe con su ex marido, sea irascible con su hermana, pretenda tomarse la justicia por su mano con Tommy Lee Royce (también impecable el trabajo de James Norton), el presunto violador de su hija (digo presunto porque luego se nos presenta otra versión en la que la relación entre ella y Tommy fue más consentida), será la misma que cría a un niño al que su familia da la espalda por las circunstancias que le envolvieron, la misma que dé consuelo a la familia Nevison, la misma jefa ejemplar y la mejor detective de la comisaría. 

Tanto si tiene un ojo ensangrentado (me ha llamado la atención el cerco de sangre en las pupilas con el que los dos que reciben golpes en la zona terminaban) como el resto del cuerpo magullado, tanto si en los peores momentos ve a su hija muerta (por suerte sólo ocurre en un par de ocasiones, el recurso de la que parece una títere emparentada con Joker no termina de quedar muy bien) como si en otras mantiene la calma a pesar de que la llamen puta, zorra o gilipollas, tanto si se muestra conciliadora y se muestra justa y valiente como si su odio interno la consume y le lleva a detestar a Ryan, a casi echar a su hermana Clare (Siobhan Finneran) y a perder su puesto de trabajo por un ataque de ira (y de sinceridad), la sensación en todo momento es de verosimilitud y realismo. Y no, ese chaleco reflectante o ese gorro de policía antiaerodinámico son cualquier cosa menos glamurosos, pero precisamente por eso gana todavía más puntos.

No era sencillo. Se partía de una premisa arriesgada: Kevin (Steve Pemberton), el contable de la empresa de Nevison, al recibir la negativa del aumento de sueldo por parte de su jefe, el irascible Nevison Gallagher (George Costigan), no lo asimila bien y, en el momento menos oportuno y menos indicado, le suelta a Ashley (Joe Armstrong), el nada recomendable propietario de una especie de camping, a quien ha visto su verdadera ocupación como traficante de drogas, su idea de secuestrar a la hija de Nevison para pedirle un rescate. La idea de que un hombre de bien, casado con una mujer con una enfermedad degenerativa y dos hijas, ceda a sus instintos más bajos para conseguir lo que piensa que le corresponde, no deja de ser interesante. Su ruindad o cobardía, instigada en ocasiones por su propia esposa, le equiparaban con cualquier otro de la "banda".

Por ejemplo, el supuesto cabecilla, Ashley, otro personaje nada agradable pese a no ser de los que se ensucien las manos. A las malas, sálvese quien pueda, por lo que se convierte en chivato con tal de librarse de la cárcel. Claro que el papel del malo de la película hay que cedérselo a Tommy. Si bien se nos muestra en alguna ocasión como un inadaptado, víctima de unas circunstancias adversas, casi siempre se gana nuestro desprecio y nuestras ganas de que reciba un castigo a todas sus tropelías: no solo por lo que sabemos por parte de Catherine, sino porque viola a Ann (Clare Murphy es otra que borda su duro y difícil papel) y asesina a la pobre Kirsten (sabía que me sonaba Sophie Rundle: Ada en Peaky Blinders) atropellándola a sangre fría. Al único que perdonamos de los secuestradores es a Lewis (Adam Long), aunque su defensa a Ann sea estéril y luego resulte un estúpido al ayudar a Tommy cuando está acorralado.

Puede que el primer episodio no termine de engancharte hasta el trepidante final, algo que casi vuelve a suceder con el 2º, pero ya a partir del estupendo tercer capítulo, y sobre todo el 4 y 5, te subes al carro de Catherine. Si añadimos que el final contiene otro extintor y le da un empaque circular a lo que se nos cuenta, poco más se puede pedir. Bueno, sí, que la 2ª temporada ya se ha iniciado, así que deseo concedido...

Años luz. James Salter. Salamandra

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(384 páginas. 8€. Año de edición: 2015)
Si este libro fuera una estación, sería otoño; si fuera un momento del día, el atardecer; si fuera una criatura, sería sin duda una en su ocaso de la vida. Estamos ante una obra crepuscular, melancólica, pálida más que gris. No tengo una gran afición por las obras realistas que son cronológicamente lineales y abarcan casi una vida entera y prefiero que se centren en algún determinado momento o en una peripecia sobre la que ahondar, pero Años luz emplea una prosa tan refinada y cuidada que incluso eso se le perdona. 

Más allá de lo que se quiere contar, una especie de miscelánea de las vidas de los Berland, Nedra y Viri y sus dos hijas, Franca y Danny, permanece la esencia a todo ello, el recorrido interior más allá de ellos mismos, para conducirnos hasta una honda reflexión de la existencia humana, pero sin resultar doctrinal o excesivamente metafísico, sin alejarse de sus criaturas principales. Impera un estilo vagamente impresionista, con pinceladas aquí y allí, tanto de los personajes protagonistas, como de otros más secundarios. 

Sólo Nedra y, en menor medida, Viri, aparecen profusamente retratados. La grandeza de la novela reside en que incluso es difícil desenredar el carácter de los protagonistas: ¿son felices, o desdichados, están en paz, o alborotados, saben lo que quieren, o están perdidos en su búsqueda? Depende del momento, e incluso en una misma época, de la sucesión de acontecimientos que estén de por medio. 

Siempre me ha parecido que aquel que sabe lo que quiere o que quien afirma conocerse de raíz, o se miente profusamente, o es un fanático peligroso. La vida es un fluir constante, es un río, un constante deterioro. La palabra permanencia está en perpetuo estado de extinción y nuestras maneras de ser están tan condicionadas por factores externos que la esencia es una pincelada con tendencia a emborronarse. Esa complejidad reside en las páginas de Salter, un autor que simplemente con este libro se ha ganado el derecho de pertenecer a los clásicos del siglo XX.

Dividida en cinco partes (no entiendo bien el criterio de tal división y hubo un momento en que creí que serían cuatro, como cuatro son las estaciones del año) y, a su vez, en capítulos no muy extensos y sí muy llevaderos, empezamos el recorrido con la metáfora principal y uno de los escenarios fundamentales, una casa a orillas del río Hudson. "El río es un reflejo. Contiene sólo silencio, un frío relumbrante". 

Partiendo de una mezcla entre verbos en pretérito imperfecto, en lo que parece una descripción de algo que ya no existe ("el mediodía era glorioso, paseábamos por el jardín, los árboles eran secos, estaban encendidas las luces"...), y verbos en presente ("hay casas de piedra, existen fincas, el conductor entra en la casa"...), nos encontramos con quien habita esa casa en la que un poni (Úrsula) se ha escapado. El típico matrimonio bien establecido en una casa a las afueras de Nueva York, con perro (Hadji) incluido.

"Era el otoño de 1958. Sus hijas tenían siete y cinco años. La luz se derramaba sobre el río de color pizarra. Una luz suave, la ociosidad de Dios. El puente nuevo, a lo lejos, brillaba como una afirmación". Nedra tiene en este momento 28 años. Llegaremos hasta sus 47, casi veinte años después (1977), momento en el que se dice de ella que tenía "el cabello hermoso y abundante y las manos fuertes (...). La embargaba un sentimiento de cosecha, de abundancia". Sus señas de identidad en esta primera descripción ("Voy a describir su vida desde dentro hacia fuera") se van a mantener bastante estables: es alta, de cuello largo, boca grande,  seria, confiada, serena, bien vestida, perfumada, de color albaricoque, le preocupa lo esencial de la vida (la comida, la ropa de cama, las prendas de vestir), pero es derrochadora por naturaleza. Le cuesta hacer amigos ("se desengaña enseguida"), pero la ama todo aquel que se cruza con ella. Es sutil, penetrante, con una fuerte inclinación a amar. "Ella había aceptado las limitaciones de su vida" (en  común con Viri). En general, es una mujer fría, insatisfecha.

Predominan los diálogos, como el del segundo episodio en la velada con los Daro, Peter y Catherine. Un poco a lo Woody Allen, conversaciones burguesas, pero sin demasiado sentido del humor, a menudo pedantes. Se tiende a que sean verosímiles, aunque en ocasiones acaban siendo bastante más grandilocuentes que en la "vida real". Otros amigos estables son Arnaud y Eve. Y se entremezclan con fragmentos discursivos: "La vida es el tiempo que hace. Son las comidas (...). El olor de tabaco. Queso brie, manzanas amarillas, cuchillos con mango de madera. La vida son los viajes a la ciudad".

Viri, en cambio, no está tan bien descrito (por ejemplo, sabremos mucho más tarde, hacia el final, que su nombre completo es Vladimir y que sus orígenes son rusos, aunque nunca conoceremos nada de sus padres salvo que están muertos, mientras que el de Nedra sí que aparece). Tiene 32 años y es arquitecto, aunque sus sueños de ser famoso, "crucial para la familia humana", van esfumándose casi a la par que su cabello. De carácter apacible y paciente hasta el extremo con sus hijas, a quienes lee cuentos que entre Nedra y él inventan e ilustran, parece menos complicado en su forma de ser. En el capítulo 6 llega la primera grieta en ese matrimonio aparentemente perfecto y bien avenido, al fijarse él en una chica de una fiesta: Kaya Doutreau.

En el capítulo 8 las niñas ya tienen nueve y siete años. Ese es el transcurso que nos espera. Viri tiene una aventura con Kaya, pero no aparece el sentimiento de culpa por ninguna parte y eso no quiere decir que sea peor persona. Se ha enamorado de otra mujer, aunque parece que de una manera bastante compatible con su matrimonio ("Dos vidas son perfectamente naturales, pensó Viri"). No se trata en ningún momento de que le vayan a pillar ni de que tenga que elegir. El sexo, por otra parte, siempre será de puertas para fuera, no leeremos que se produzca ninguna relación (ni ningún beso) entre Viri y Nedra. Esta, por su parte, tiene una aventura (mucho más duradera) con Jivan, quien al principio parece un amigo de la familia, y no alguien que pueda atraer a Nedra, hasta que leemos que "Nedra se acostaba en la cama de Jivan en la tranquila habitación trasera". Ese capítulo 11, centrado más en el amante de Nedra, cierra la primera parte.

En la segunda (15 capítulos, la más extensa) los protagonistas se cuestionan sobre la felicidad. Hasta el sexo que tiene Nedra con Jivan es contenido, aunque algo sí la trastoca porque "sus gemidos comenzaban a subir de tono". No da la impresión, no obstante, de que ella esté enamorada de su amante, como le ocurre a Viri con Kaya ("Viri el adúltero, el hombre desvalido"). Franca tiene ya 12  años y asoma el final de su niñez. Los síntomas de la falta de consistencia en la vida que llevan, aparte de en los amantes, se insinúa en esa insatisfacción de Nedra, que propone viajar a Europa. Al centrarse en la felicidad de las niñas, aplazan las turbiedades. En el capítulo 9, Nedra tenía 34. "Había perdido el interés por el matrimonio. No había más que decir. Era una cárcel", fantasea con el divorcio porque sólo le une a Viri la amistad, nada más. El padre de Nedra enferma y tiene que regresar de donde huyó con 17 años para acompañarle en sus últimos momentos.

Para la tercera parte (más breve, de tan solo 8 capítulos), Franca tiene 16 años y su primer novio, Mark, algo mayor que ella. Nedra me pasma cuando afirma ante Viri que está convencida de que ya ha hecho el amor con él, como si tal cosa. La relación de Viri con Kaya ya ha terminado, aunque él sigue sintiendo cosas por ella. Arnaud pierde un ojo cuando dos negros intentan atracarle y nunca vuelve a ser el mismo. "Las cicatrices dividen la vida como los anillos de un árbol". Nedra rompe con Jivan, quien le presenta al que será su nuevo amante, André Orlosky, un poeta. Si me había pasmado lo de Mark y Franca, cuando hablan de André y resulta que Viri sabe de los amoríos de su esposa, me dejan sin palabras: "¿no es mejor ser una mujer que sigue su verdadera vida y es feliz y generosa, que una mujer amargada y que es fiel?". Danny sucumbe ante un chico llamado Juan Prisant y también entra en el mundo adulto al acostarse con él (sin demasiada ceremoniosidad). Nedra y Viri por fin viajan a Inglaterra, aunque tras eso llegará el divorcio ("hay algo que he decidido definitivamente". "No quiero volver a nuestra antigua vida"). Cuando en su carta le declara su amor a André no deja de sorprender que incluso declarándose sea tan contenida.  

Vuelve a aparecer en la cuarta parte (de nueve capítulos) ese narrador en primera persona que casi siempre aparece alejado ("Se divorciaron en otoño. Yo hubiera deseado que no ocurriera"). Él se queda en la casa y ella viaja por Europa y cuando regresa va a vivir con MarinaTroy. Tendrá una aventura con el actor Richard Brom y tratará de ser actriz sin éxito. Ya tiene 43 años. Franca trabaja en una editorial, Danny parece abducida por Juan y se hace llamar Karen, aunque  después se  casa con Theo, el hermano de Juan. Pese a enfocarse más en ellas, nunca terminan de erigirse como verdaderas protagonistas, al igual que le sucede a Viri, que tarda en aceptar el divorcio y en pasar página ("Uno de los últimos grandes descubrimientos es que la vida no será lo que soñabas"). Peter enferma y lo que parecía gota acaba siendo una enfermedad extraña que le paraliza el cuerpo.

El tono del libro se torna aún más retrospectivo y melancólico ("Todo lo demás se había erosionado, ya no existía", "Las cosas que ella creyó imperecederas se oscurecían ahora") en esa quinta parte (10 capítulos, pero más breves). Viri vende la casa y parte a Europa. Nedra deposita sus esperanzas vitales en Franca: "Tienes que llegar más lejos que yo. Tienes que ser libre". Viri acaba en Roma y se casa con Lia Cavalieri a sus 47 años. Ella es una mujer bastante insignificante y centra sus esperanzas en su amor por él (amore, adorato, amore dolce)  aunque le salva de ser un personaje abúlico y mediocre cuando tranquiliza a la mujer de limpieza cuando, llorando, le confiesa que tiene miedo a morir. Danny tiene dos hijas. Las referencias a la vejez son una presencia temible. Acabamos con Viri de vuelta a la casa, en primavera. "Sucede en un instante. Todo es un largo día, una tarde interminable, los amigos se marchan, nos quedamos en la orilla".

Lo malo de emprender este recorrido por la vida de los personajes es que las cosas que nos suceden parecen insignificantes, incluso los episodios de mayor trascendencia, como la muerte de los seres queridos. Lo bueno es que permanecen fragmentos tan bien escritos como estos:
"No hay una vida completa. Hay sólo fragmentos. Hemos nacido para no tener nada, para que todo se nos escurra entre los dedos. Y, sin embargo, esta pérdida, este diluvio de encuentros, luchas, sueños... hay que ser irreflexivo, como una tortuga. Hay que ser resuelto, ciego. Porque cualquier cosa que hagamos, incluso que no hagamos, nos impide hacer la cosa opuesta. Los actos demuelen sus alternativas, he aquí la paradoja. La vida, por tanto, consiste en elecciones, cada cual definitiva y de poca trascendencia".

"Los hijos son nuestra cosecha, nuestro cultivo, nuestra tierra. Son pájaros a los que se suelta en la oscuridad. Son errores renovados. Pero son la única fuente de la que puede extraerse una vida más cumplida, más lúcida que la nuestra. De un modo u otro harán algo, irán un paso más lejos, verán la cima. Creemos en ello, en el resplandor que despide el futuro, los días que no veremos. Los hijos deben vivir, deben triunfar. Los hijos tienen que morir; es una idea que no podemos aceptar".
"El amor debe esperar; tiene que romperte los huesos".
"El final es un judío gordo en un Cadillac, uno de esos hombres fumándose un puro que vemos todos los días. El coche es nuevo, tiene las ventanillas cerradas. El hombre no tiene nada que decir, está demasiado ocupado. Te vas con él. Simplemente. A la oscuridad".
"¿Es la enfermedad un aceiten, o es una especie de elección, del mismo modo que el amor lo es: escondido, involuntario, pero cierto como una huella dactilar? ¿Morimos a causa de algún acto de volición, aunque no lo entendamos?"
"El otro, aquel suntuoso amor que te embriagaba, que uno anhelaba envidiaba y en el cual creía, aquel amor no era la vida. Era lo que la vida buscaba; era una suspensión de la vida. Pero estar próximo a un hijo (...) era la alegría verdadera, la más profunda, la única".

Aquí. Richard McGuire. Salamandra

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(304 páginas. 29€. Año de edición: 2015)
Una habitación. Una simple habitación, algo en apariencia limitado, puede tener implicaciones casi infinitas, como se encarga de demostrar McGuire. No hay más que esa habitación representada a doble página, con las variantes correspondientes a los cambios que pueden producirse a lo largo del tiempo (3.000.000.000 a.C - 2313 como puntos más extremos, que yo recuerde). En casos como Aquí te das cuenta de las posibilidades del cómic, equiparándose al alcance de una obra de arte, muy emparentada con otras disciplinas artísticas (no cuesta imaginarse contemplar las diversas escenas en un museo, sin ir más lejos).

Ese estatismo tan dinámico es rompedor, no cabe duda. Las posibilidades de lectura son enormes y habría que felicitar al autor por esa ocurrencia de plasmar la representación del tiempo y de la existencia en las distintas y sucesivas etapas cronológicas (aunque de una manera aleatoria, sin ningún tipo de orden temporal) por medio de una porción de espacio concreto. 

Hay personajes, hay historias, pero sobre todo hay tiempo. También vemos modas, estilos, formas de vestir y de actuar, decoraciones, sucesos, animales, objetos. Da igual leer desde la primera página hasta la última que al revés, como que abramos el volumen a la mitad o que saltemos de unas páginas a otras. La cartela de la fecha (a menudo varias en las dos páginas) nos orienta: en ocasiones se remonta a épocas anteriores a la civilización y vemos bosques o vegetación o esa especie de magma que debió de acontecer en el origen de los tiempos; o vemos los edificios de enfrente, o la construcción de la misma casa en la que se halla nuestra habitación (en 1907: tenemos 6 viñetas que van desde un año antes con los cimientos hasta que aparece la representativa chimenea).

¿Qué tipo de variantes nos encontramos para sustentar lo del dinamismo, aparte de ese recorrido por distintos años? También se juega con la superposición de escenas mediante recuadros incrustados (cada uno con la cartela de su fecha) en la imagen global o la imagen marco. Por ejemplo, en una página de 1995, caben simultáneamente 1998, 1979, 1933 y 2016, con lo que el perspectivismo tiene su cuota de protagonismo. El aquí es el ahora de cada página, de cada momento seleccionado. A veces se dedican varias páginas distintas  (casi siempre sucesivas) para recorrer ese aquí y ese ahora, como ocurre por ejemplo con el chiste que deviene en infarto de uno de los presentes. 

Día, noche, Navidades, Halloween, sucesos nimios (como una voltereta, insultos dichos en distintas épocas), anecdóticos (una fiesta, una foto familiar), más serios (un incendio, un funeral), besos, nacimientos, remodelaciones... Sin necesidad de recurrir a ningún hito histórico, con personajes anónimos que podrían ser cualquiera de nosotros, se nos habla de lo que somos por medio de uno de los epicentros de nuestras vidas, el salón del hogar.

Las posibilidades también son enormes también en la forma de recibir lo que McGuire nos ofrece: podemos pararnos a reflexionar sobre cómo era la vida de cada época (tenemos una cueva con indios en 1609, el siglo XVIII que refleja la época colonialista -estamos en EEUU, la Edad Media está menos representada-, predomina sobre todo el siglo XX...); trascienden otras cuestiones: ¿las cosas cambian, o permanecen, por más que nos remontemos a principios de siglo o avancemos a un futuro en el que los seres humanos conviven con avances tecnológicos (nada más que esbozados, por cierto)? ¿Las personas somos los referentes, o la naturaleza se basta a sí misma, como parece indicar el origen de los tiempos o ese futuro lejano en el que nos hayamos extinguido? O sin más acudir al libro y disfrutar de un dibujo de líneas geométricas bastantes marcadas y rostros levemente perfilados. 

Aquí. Una maravilla de gran originalidad.

Transparent. Temporada 2

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(Amazon. 30/11/2015 - 11/12/2015)

Contiene spoilers

Los Pfefferman atacan de nuevo. No se libra nadie. Cómo será, que Ali es (por momentos, hasta que se maquilla o se arregla para salir de fiesta) la más normal de todos. Puede que se lleve demasiado lejos la reflexión que Jill Solloway nos quiere hacer llegar por medio de las acusadas diferencias de los miembros de esta familia: la tristeza demoledora de Sarah, el ansia casi utópico de Josh de formar una familia, la constante búsqueda de Ali, la insatisfacción de Maura.

La segunda temporada de Transparent ha sido más irregular. O puede que lo que antes con la novedad y el impacto de la nueva identidad sexual de la protagonista nos pasaba más desapercibido ahora es imposible de ignorar. Y lo que no se puede ignorar es que esta familia tiene una doble cara: todo lo estupendos, originales y cariñosos que resultan cuando interaccionan entre sí (como en la escena de la piscina tomando té), tiene su contraprestación cuando se miran al exterior: o si no qué dirían Rachel, Tammy, Syd y Davina...

Encubierta bajo la duración formal de las comedias, ese humor casi siempre viene  con un revés amargo, cáustico, melancólico, áspero. La representación de lo que es esta serie viene en esta ocasión en forma del flashback distribuido de manera esporádica y casi tangencial a lo largo de la temporada sobre Berlín en 1933. Y digo esto porque ver a los antepasados Pfefferman antes de emigrar a Estados Unidos, sobre todo ver la manera en que nos ha llegado como espectadores, ha resultado ser la serie: discontinua, a veces maravilloso, muy poético y redondo, pero a ratos invisible (algún episodio carecía de flashback), fugaz o muy forzado.

De largo, el primero y el último episodio son los mejores y, entre medias, momentos deslumbrantes entre ratos de páramo, de contradicciones exasperantes. Pero incluso entre la aridez y la incomprensión ante determinados comportamientos infantiles o simplemente bochornosos, hay un factor diferencial por el que esta serie merece la pena: y no sólo es la visibilidad que ofrece al travestismo o a la transexualidad, sino a ese poso reflexivo que te deja la serie, cómo teniéndolo todo se puede estar tan vacío por dentro, por qué la felicidad parece un estado casi cercano al espejismo.

Que se lo digan a Sarah. Empezamos con su boda interruptus con Tammy, a quien hiere con ese desnortamiento tan acusado. No sabe lo que quiere o quiere lo que ha perdido, puesto que en ocasiones echa de menos a Len, su ex marido (no tanto a sus hijos), o intenta abrazarse a alguna religión. Por no hablar de ese componente sadomasoquista que tanto le atrae. Las fantasías sexuales, junto con las drogas o el alcohol, son sus únicas vías de escape.  Tiene momentos humillantes como cuando mancha la alfombra con el maquillaje caro de la nueva novia de Len, o en algunos comportamientos, pero me resulta la más humana de los tres. La escena en la que cena desnuda en su piso nuevo es una imagen certera de lo que siente esta mujer desolada en su madurez. Y es una pena que sólo veamos ráfagas de felicidad para este personaje.

Josh es casi más desastroso. La relación con Rachel es un catálogo de todo lo que no se debe hacer. Priorizar a Colton, su hijo recién descubierto, hasta que ve que no puede tensar más la cuerda y le deja ir; abortar de manera torpe la pedida de Rachel, relegar a la que incluso llega a ser su prometida y madre del hijo que al final no tendrán, o abandonarla por ir a una fiesta para promocionar a las chicas (cuya preciosa canción del primer episodio no se puede shazamear) en vez de hacerla compañía en el día más triste de su vida, son varios de los motivos por los que a la buena mujer no le queda más remedio que abandonarlo. Y eso que ya no era el mujeriego de antes, ni había sido infiel. Simplemente es que en la búsqueda de sí mismo, tratando de ser simpático y amable con quienes le rodean, no es completamente auténtico. Todo suena forzado en él. Puede que sea, como le dicen al final, que todo proviene de que no ha llorado la pérdida de su padre, pero este personaje es el que más nervioso me pone.

Aunque se lo disputa Ali cuando se pone en plan inaguantable o exhibe uno de esos looks hórridos con ojos pintados de manera estrambótica y peinados imposiblemente posmodernos. La actriz, eso sí, transmite de manera fabulosa esa sensación de incomodidad en tu propia piel. Ni siquiera la dulzura de Syd consigue estabilizarla, ni el hecho de haber descubierto su homosexualidad. Se nota que lo que siente por Leslie (gran presencia la de Cherry Jones, en un papel que no muchas actrices hubieran podido conseguir credibilidad por su edad), su profesora de máster (o similar), no va más allá de la curiosidad. Y sin embargo, luego es la más sensible para con Maura y para con esa abuela a la que hace tanto que no visitan (y que, como se ve en los flashbacks, tiene tanto en común con ella).

Si bien Sally (la madre) tiene un mayor desarrollo, su personaje es bastante más secundario. El intento de volver con su ex marido aunque sea en forma de mujer tampoco resulta. Ese pragmatismo suyo, mezclado con un punto incoherente, no hacen de ella un ejemplar muy estable, aunque encuentra en Buzz (Richard Masur, uno de los secundarios de The Good Wife) un punto de equilibrio insospechado cuando se conocen en la celebración judía, creo que el hanukkah. Es la responsable de haber mentido a Josh sobre Rita, pero sus remordimientos son cero patatero. En el fondo, va a su bola.   

Nos queda Maura, el eje de la familia. Otra que parece que no sabe lo que quiere, como se ve cuando le proponen el tratamiento para convertirse en mujer. Es muy sensible con lo que le dicen ("¿me ha llamado señor?", pregunta en la divertidísima escena de la foto del primer episodio), pero no tiene reparos en soltarle a su amiga Davina frases de lo menos empáticas y más egoístas. Después de intentar ligar infructuosamente con "Penny" (Desmond), se encuentra en la acampada lesbiana (muy buena la crítica hacia ese feminismo que solo considera mujer a la nacida de otra mujer) con Vicki (Anjelica Houston, cuya escena del desnudo con la vasectomía es de las más valientes que se han visto en televisión). El paso de los años y luchar por lo que una es o una quiere no es óbice para ser feliz, aunque la escena del final, que cierra ese recurso inconstante y salteado, a veces superpuesto, del flashback, da un enorme empaque al resultado final.

Si le sumamos una banda sonora más que interesante (y muy indie) y algunos recursos cinematográficos como el plano secuencia de la terraza para acabar el primer episodio o las escenas intercaladas de Berlín, sobre todo la del campamento de lesbianas sonando el Waiting de Alice Boman, aunque algunos comportamientos resulten forzados o exasperantes, en conjunto Transparent tiene mucho que ofrecer. 
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