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Game of Thrones. S06E06. Blood of my blood

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(30/05/16)

Es casi matemáticamente imposible que existan dos episodios seguidos tan perfectos como lo fue el "Hold the door". Con esto no quiero decir la herejía que leo a menudo de "capítulo de transición" o "no ha pasado nada". Si bien es de cierta transición, han pasado muchas cosas; es lo bueno de esta sexta temporada, cuyo ritmo se ha incrementado mucho con respecto a otras tandas. Quizás no tenemos momentos tan impactantes o dramáticos como el episodio quinto, pero las tramas siguen su curso. Las máquinas no se detienen y, por si fuera poco, las respuestas a misterios o enigmas que se habían enquistado casi desde el inicio se van resolviendo.

Contiene spoilers

El primer enigma casi llega desde el inicio. Retomamos con Bran y Meera, que huyen de los White Walkers casi sin posibilidades de escapar pese al heroico y trágico sacrificio de Willis. Un guerrero encapuchado aparece en el momento más oportuno y salva a los dos muchachos. No hace falta que se quite el embozo para reconocer a Benjen Stark. ¡El tío Benjen is back!

¿Qué había sido de este personaje, miembro de la Guardia de la Noche desaparecido al salir fuera del Muro? Yo barrunté la opción de que se hubiera convertido en el famoso Mance Rayder, o que integrara las filas de los propios monstruos de ojos azules. Pero resulta que fue alcanzado por los muertos gélidos y herido de gravedad, y fue salvado por los Hijos del Bosque de la misma manera (pero a la inversa) a como fueron creados los Caminantes Blancos: clavándole vidriagón en el corazón. Otro que ha terminado su vigía, o eso parece indicar su rostro pálido. De hecho, por ahí le llaman Manosfrías (si aparece en los libros, o es en Danza de dragones o no lo recuerdo).

¿Ha sido, pues, una aparición tipo deus ex machina? Para nada. Había sido avisado por el nuevo Cuervo de Tres Ojos. En efecto, Bran, que pese a no controlar su poder, es indudable que lo tiene. De ahí las visiones que se suceden a un ritmo de vértigo porque sigue en trance. ¿Qué vemos en ellas, aparte de su caída de la torre de niño? Ve las muertes de sus padres y de Robb, ve a Daenerys, ve dragones, ve al Rey de la Noche (y el bebé que robaron y transformaron), ve una mano ensangrentada (¿de Lyanna?), ve al rey Aerys el loco pidiendo que los quemen a todos: "Burn  them all" (¿y eso será del pasado, una referencia al padre de Ned, a su hermano y a todos los de la corte, o una nueva interferencia de Bran con respecto al futuro, pues ese fuego valyrio que se propaga puede ser el arma perfecta contra los caminantes?), ve a Jaime en la famosa escena que dio origen a su apodo de Matarreyes, y no sé si me dejo algo más.

(Un motivo para que estas visiones que entremezclan cielos y nubes y no se sabe si pasado y futuro puede ser encubrir un cierto fallo de continuidad: si el joven Ned viene caracterizado como alguien distinto a Sean Bean, Jaime, que es aún más joven, aparece como Nikolaj Coster-Waldau, no como un actor más joven que lo represente...).

Casi es un cierto bajón que lo siguiente que aparezca sea una escena de Sam y Gilly, que van de camino a Horn Hill (Colina Cuerno), de donde procede Samwell. Aunque esa impresión desaparece cuando entra en escena el padre de Sam: segunda referencia familiar de esa "sangre de mi sangre" del título, tras la del parentesco entre Benjen y Bran. Y esta vez, la sangre de mi sangre no puede ser más opuesta: Randyl Tarly (muy conseguido James Faulkner) es despreciable en sus prejuicios y su rabiosa dureza contra su primogénito. Se gana a pulso el desprecio de su esposa ("Tú te deshonras a ti mismo") y que Sam decida no dejar con él a la mujer que ama y a su hijo ("We belong together": aunque en puridad no sean de la misma sangre, como sí lo son Jaime y Cersei, hay lazos que van más allá de lo sanguíneo), y que se lleve su espada (Heartsbane, Veneno de Corazón), forjada con acero valyrio.

Arya decide retomar las riendas de su vida. Tras presenciar (como Mercy) con sorna el momento de la muerte de Joffrey y tras pasar junto a la cabeza de madera de su padre, se da cuenta de que no es una No one, es Arya Stark; y si ya lo deja ver cuando le sugiere a lady Crane, la actriz que representa a Cersei, que el papel debería incluir un aviso de su próxima venganza por asesinar a alguien querido, al final previene a la mujer contra la actriz que quiere relevarla y que ha contratado a los sicarios del God of many faces (Dios de las muchas caras). La despreciable de Waif, que está vigilándola, no tarda en irle con el cuento a Jaqen, que da el visto bueno para su asesinato (pero sin que sufra, todo un detalle...). Eso sí, nuestra pequeña e indómita Stark recupera a Needle (Aguja) y estoy convencido de que no se dejará atacar o vencer fácilmente (de hecho, esperamos que la ensarte como a un pincho moruno).

En King's Landing (Desembarco del Rey) tenemos el asomo de lo que pudo ser una escena grandiosa. De hecho, ver a Jaime imperial a caballo subiendo la escalinata para llegar a donde tiene el Gorrión Supremo a Margaery a punto del Walk of Shame (Paseo de la Vergüenza) y el discurso tan vibrante, en oposición al sin chicha de Mace Tyrell a sus tropas, es enardecedor, aunque pronto el pusilánime de Tommen nos lo deja en agua de borrajas. La duda es: ¿responde la fe de su esposa a la convicción, o está ligada a Loras, como vimos la última vez que apareció? La conversión de Tommen se debe a su carácter apocado e influenciaste, pero Margaery está hecha de otra pasta. El caso es que el plan de los Lannister-Tyrell se ve frustrado, como le indica lady Olenna a su estúpido hijo ("They’ve beaten us"). La Corona y la Fe ahora son una única cosa.

Sorprende la calma de Cersei ante el giro imprevisto: Jaime deberá acudir a Riverrun (Aguasdulces) a encabezar el asedio contra Blackfish (Pez Negro). Ella se siente protegida por la Montaña en el juicio por combate que se establecerá contra la reina regente. "We’ve always been together, We’ll always be together". Cerca de allí, el inmundo lord Frey supura de ira ante la derrota sufrida contra el Pez Negro. Harto de estar 200 años bajo el yugo de los Tully, pretende que sir Edmund sea una carta bajo la manga para recuperarlo.

Para acabar, asistimos al (enésimo) discurso de Daenerys. Subida al imponente Drogon (que también se puede considerar sangre de su sangre), alienta a sus huestes dothraki a cabalgar por el océano para conquistar Westeros (Poniente). En este sentido, necesitamos más hechos que palabras (a no ser que vengan inspiradas por Tyrion), y veremos cómo engastan los 1000 barcos que justamente necesita nuestra Khaleesi (los mismos que quiere proporcionarle Euron).

La mayor chicha, pues, viene en las aceleradas visiones de Bran (habrá páginas que las hayan desmenuzado y hayan establecido teorías), en que Meñique no le mentía a Sansa y veremos el papel de Jaime en el asedio, ya que existe la posibilidad de encontrarse con Brienne, o de aliarse/enemistarse con ella y, en añadidura, con Sansa y Jon. Cuatro episodios apenas restan, y tal y como vamos nos pueden detener los pulsos...


The Blacklist. Temporada 3

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(NBC. 23 episodios: 01/10/15 - 19/05/16)
Renovarse o morir suele ser la frase que los guionistas deben de tener presente, y más en series que incurren un tanto en el esquema procedimental, en el que se resuelve un caso en cada episodio mientras la trama de fondo o los personajes principales siguen sus respectivas (y mínimas) evoluciones. En las series no procedimentales también suele ser un buen revulsivo, y a bote pronto se me ocurre el ejemplo de Mad Men, cuando nuestros publicistas se la jugaron dejando la comodidad de su puesto para abrir su propia agencia, o de The Good Wife (la primera vez, cuando Alicia y Cary dejaron a Will Gardner y Diane Lockhard para casi empezar de cero, luego ya lo repetitivo fue que había cambio por temporada).

Contiene spoilers

El interesante giro del final de la segunda temporada, en el que Elizabeth Keen acababa siendo una fugitiva buscada y ya por tanto no una agente del FBI, lograba de un plumazo modificar  ese patrón reconocible (y repetitivo) en el que Raymond Reddington proponía la búsqueda y captura (o muerte) de un criminal buscado pero nunca encontrado hasta llegar él, que solía beneficiarse de alguna manera u otra con el caso, o Elizabeth de forma indirecta.

La primera parte de la temporada no ha tenido respiro y era muy interesante ver a Liz en el bando contrario que los Ressler, Navabi, Cooper y Aram (Mojatabai es un apellido demasiado complejo como para acudir a él). Una especie de ménage à trois entre la pareja protagonista, sus compañeros y ahora rivales y el malo maloso de turno, aderezado de la doble nacionalidad de Keen/Restova, americana y rusa. Apenas había respiro, porque había que sumarle que Dembe estaba en manos de Solomon Tom Keen también estaba intentando por su cuenta exonerar a su esposa, como el propio Red, que trataba de desmantelar a la Cabala quitándose de en medio al Director

Una vez conseguido, justo después del parón navideño, tocaba ver cómo se restituían las piezas. Liz volvía al redil del grupo, pero como asesora externa, puesto que aunque dejaba de ser una fugitiva seguía teniendo manchado el expediente y prácticamente trabajaba más para Red. La complicación venía del interior de Elizabeth. El embarazo de la actriz había que gestionarlo y qué mejor que incorporarlo a la trama. Lo tengo, o no lo tengo, he ahí la duda. Y he ahí a la cansina de Liz, echándole las culpas para variar a Red de todo lo malo que le pasa.

El caso es que al final Tom y Elizabeth deciden casarse y llega entonces el episodio 18 en el que todo parece tambalearse, pues el puñetazo en la mesa es un órdago en toda regla. La persecución (absurda por otra parte porque no se entiende que huyan en coche solos cuando hay un ejército buscando a Elizabeth) termina de manera abrupta y de repente la coprotagonista de la serie fallece y no parece que sea un nuevo truco de Red para conseguir salvar a su protegida pese a todos los pesares. Y parece que Agnes, la recién nacida, será la sustituta de Liz.

Como le sigue un episodio de lo más extraño y sin relación con los patrones establecidos de la serie, la duda se mantiene: Red, desorientado y devastado, aparece como protagonista absoluto (no le hace falta acaparar todos los minutos en pantalla para serlo, por otra parte), en lo que parece un ajuste de cuentas con el pasado, con un toque onírico o de típica película en la que al final todo estaba en la mente del prota.

Y como seguimos con el equipo pactando con el demonio, demonio con la piel de Susan Hargrave (Famke Janssen, o Jean Grey para más señas), una especie de alter ego de Red (el último episodio se abre con ella dándole la vuelta a un tailandés contándole su vida como lo hubiera hecho el mismísimo Reddington) de altos vuelos, con su propia organización paralela, en la que trabajan Solomon o Nez, los en principio responsables del asesinato de Elizabeth, seguimos pensando que está muerta (y hasta casi fantaseamos con ello, y cómo seguiría la serie sin ella).

Aunque parece que es la madre de Liz la que está detrás del intento de secuestro de Masha/Liz, en el último episodio vemos que era el padre, ahora bajo el nombre de Alexander Kirk (Ulrich Thomsen, al que le pega el papel de antagonista, como en Banshee). Toca resolver, pues, cuál es la relación con este hombre por parte de Red, aunque es de suponer que el padre no era trigo limpio y que su mujer tendría algún tipo de relación con él antes de ser un criminal tan buscado.

Más allá de lo hiperbólico, de esa confluencia cósmica de casualidades (como la de Susan como madre de Tom), más allá de esos giros retorcidos para explicar la muerte de Elizabeth, obra de Katherine Kaplan, mano derecha de Red, que consiguió improvisar un plan casi perfecto para tratar de salvar a Liz de las mentiras de Red; más allá de que la inverosimilitud es marca de la casa, más allá de que los problemas vienen siempre que algún personaje duda de las capacidades casi infinitas de Reddington para gestionar los problemas que para cualquier otro serían callejones sin salida, lo cierto es que esta serie cumple su cometido de entretener. 

Puede darnos más o menos pereza que se tarde tanto en resolver el secreto de la relación entre Red y Liz, puede cansarnos que los secundarios estén trazados de manera tan gruesa (el íntegro y acartonado de Donald Ressler, el socarrón y buenazo de Aram -pajillero del autobús le llama acertadísimamente Red-, la no se sabe muy bien qué pinta de Navabi, el recto pero más flexible de Harold Cooper), puede que cueste salir de este "más difícil todavía" en el que nos hallamos, pero el carisma de Red lo puede todo, incluso las ganas de muchos espectadores de que Elizabeth deje de ser tan estúpida o muera en el intento, como ilusamente creímos... 

Game of Thrones. S06E07. The Broken Man

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(06/06/16)
Como me pasara en su momento con Lost, Game of Thrones va más allá de la experiencia del visionado del episodio en sí y este acaba no cuando llegan los títulos de créditos, sino cuando te lees las reseñas (reviews pega más, o es más cool) y los comentarios subsiguientes, en busca de esa explicación a algo que te ha quedado en duda, o de esa teoría conspiradora y paranoica que tan bien se ajusta a lo que se está desarrollando. Claro que eso conlleva ciertos riesgos, como merendarte algún spoiler (me enteré de la muerte de Joffrey mucho antes de que le envenenaran, por ejemplo) o como exasperarte con la suma estupidez de algunos o la infinita capacidad de intentar provocar de otros. 

En este capítulo, por ejemplo, que es cierto que no es ni espectacular ni posee momentos impactantes ni da juego a especular demasiado con futuras tramas o posibles misterios, me he hartado de leer lo mucho que se han aburrido, lo sobrevalorada que está la serie, y bla bla bla. Y digo lo de la tontería porque no hace falta tener muchas entendederas como para obviar el maravilloso capítulo 5, el estupendo tono (y ritmo) de esta sexta temporada, por no hablar de lo mucho que prometen los títulos que quedan: No One, Battle of bastards y The winds of winter. A mí me ponen mucho, vaya...

Venga, vamos al lío, que han pasado bastantes cosas, aunque parezca que no, o aunque solo sea para disfrutar de unos diálogos estupendos:

Ojo, que vienen spoilers

Como suele suceder esta temporada, el título se puede aplicar a varios personajes, empezando por Sandor Clegane, a quien habíamos dado por muerto y que ratifica esa máxima de que si no vemos la cabeza cortada o las tripas del personaje, no habrá muerto definitivamente (ojito con Stannis, quien, a todo esto, con su "supuesta" muerte, acaba con uno de los linajes principales de Westeros, los Baratheon). La mayor sorpresa, pues, viene incluso antes de los títulos de créditos (algo que solo había ocurrido, creo, en el episodio 1 de la cuarta temporada, Two swords).

El Perro fue recogido por el llamado Septón Ray (Ian McShane, flamante y efímero este fichaje, aunque al leer su ficha me alegra que esté incluido en el proyecto de American Gods) y en esa especie de comuna en la que están construyendo no se sabe muy bien qué, nuestro personaje perdido se ha restablecido de sus casi mortales heridas. Ese septón (que por lo visto es mezcla de dos de los libros, el Meribald que me suena que ayudó a Brienne en su búsqueda de las Stark, y otro que por lo visto aparecerá) le inocula al Perro si no ganas de vivir, sí un sentido a su existencia. ¿Quién te dice que los dioses no te han castigado?, le replica primero, para luego añadir que los dioses tienen planes para él (It’s got plans for Sandor Clegane)

Es imposible que el Perro no se deje guiar por el odio, así como que esté alejado de la violencia, como bien se señala al hacerse con el hacha al acabar el episodio, una vez que la Hermandad (acto cruel donde los haya, y veremos si detrás de todo no está Lady Piedra, si es que este personaje se retoma en la serie) haya aniquilado la comunidad del septón. Es indudable que será un personaje clave en algún momento, y puede que llegue antes de lo previsto (¿en el asedio de Jaime, contra su hermano en el juicio por combate, ayudará a Sansa...?).

Otro "broken man" es Jaime. A ojos de un bravo combatiente como lo es Pez Negro (Blackfish), el Matarreyes (Kingslayer, me encanta con qué desprecio lo pronuncia Clive Russell) es muy poca cosa ("I'm disappointed"). El asedio al castillo de Aguasdulces (Riverrun) no acabará hasta que él esté con vida, y de nada valen las bravatas de los Frey amenazando de muerte a Edmure (en el libro tiene todavía un punto de más humor, porque esa cantinela la llevan a cabo varias veces). 

De poco sirve que Jaime haya sufrido una notable evolución y su talante sea negociador ante todo. Su sentido común choca con la parálisis de su brazo, que si bien puede derribar a un mediocre como Frey, no sirve ni para que Bronn (que regresa por fin, y bien que nos alegramos: no acabes la famosa frase de que los Lannister siempre pagan sus deudas, dice con resignada sorna)  apueste por él en un combate frente al anciano que es Pez Negro. Me recuerda bastante a Tyrion, aunque le queda demasiado trecho por recorrer.

Otro hombre roto, sin duda, es TheonYara le suelta muy bruscamente que si no tiene ganas de vivir, que se corte las venas; pero que si no, ella necesita al verdadero Theon. Y como mi hermana Sara había previsto, los hermanos Greyjoy se dirigen hacia Meeren, para adelantarse a los planes de Euron. Otros rumbos confluyentes que pueden resultar muy interesantes en breve...

Siguiendo esta línea de personajes rotos, Cersei, aunque mujer, es otro. Su soledad en Desembarco (King's Landing) es casi física, material. Quiere proteger a un hijo que es una marioneta y apenas dispone de un soldado para defenderse de todo lo que le espera. La evolución de la pérfida Lannister cada vez es más interesante, como se puede observar con las dosis de humildad y paciencia (que en otras ocasiones jamás habría demostrado, como nunca antes habría reconocido un error) ante las picaduras venenosas de lady Olenna, que hace honor a su apodo de Reina de las espinas. “You’ve lost, Cersei. It’s the only joy I could find in all this misery”. 

La ayuda que sigue pidiendo Cersei puede llegar ahora que lady Olenna ha recuperado las esperanzas con su nieta Margaery, que hace una demostración de inteligencia esquivando a la septa Unella, puesto que la actual reina parece un agente encubierto de los Gorriones, la única que de momento parece poder hacer frente al Gorrión Supremo aunque sea desde dentro y para poder asistir a su hermano Loras. No quiere yacer con Tommen (normal, y no sólo por cuestiones religiosas), algo que da pie a que este hombrecillo (repelente) le inste a ello, además de la amenaza velada a su abuela.

Rota puede quedar también Arya, después de dejarse sorprender por la fétida de Waif, emboscada en una anciana. Justo cuando habíamos visto desenvolverse con arrogante prestancia para volver a Poniente (Westeros), llega el zarpazo y la herida casi mortal. ¿Quién la asistirá ahora? ¿Lady Crane, Sam y Gilly como en los libros, o el propio Jaqen?

¿Y quién más rotos que Jon y que Sansa? Los Stark reclaman ayudas de las familias otrora vasallas suyas, con poco éxito, y menos aún recibirían de no ser por Davos, que se camela a la indómita Lyanna Mormont para conseguir sus 62 combatientes ("It's our war"). Menos suerte tienen con lord Glover ("The House Stark is dead"), con lo que el principal activo contra Ramsey siguen siendo las huestes de Tormund (cuyas palabras también resuenan con ímpetu vigorizante), algo que parece poco para Sansa, de modo que por segunda vez actúa por su propia cuenta, de espaldas a Jon, y escribe una carta, suponemos que pidiendo ayuda (¿a su tío, a Meñique, a alguien que no esperamos?).

Solo restan tres capítulos, y qué capítulos que nos esperan... 

Game of Thrones S06E08. No One

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(13/06/06)
No defrauda este episodio con título tan sugerente, no, y eso que aún lo más espectacular está por llegar. Más allá de Caminantes (White Walkers), de guerras sin cuartel entre bastardos y de dragones destrozando embarcaciones enemigas, podemos extraer mucho más jugo en un episodio que ha tenido de todo y que nos enfila hacia el vértigo de los dos últimos capítulos.

Contiene spoilers

Un episodio perfecto para mi gusto es aquel con estructura circular, que podría empezar y terminar en el mismo punto, y eso lo tenemos aquí. Arrancamos (y finalizamos) en Braavos, con una lady Crane en el papel de Catelyn (nombrada para generar unas expectativas que luego no se cumplen, por otra parte), tras haber actuado siguiendo las indicaciones de Arya, enriqueciendo su papel. De hecho, le tienta con dedicarse a las tablas y viajar con ella a Pentos, y aunque parece dudar, al final nuestra niña loba rehúsa. Me dejo el final para después...

Porque este episodio ha contenido mucho más de lo que se nos ha mostrado o lo que se nos ha dicho. Dos momentos ejemplifican esto que comento: cuando Tyrion se despide de Varys (en misión para ganar adeptos en Poniente - Westeros) y se da cuenta de que el eunuco se ha convertido en un gran amigo. Siente lástima y aunque no lo expresa a las claras, en la manera compungida de mirarlo y ese apunte antes de que se vaya de que es el enano más famoso de la tierra dice mucho más de lo que las palabras enuncian. Más adelante confiesa que le gustaría cultivar su propio viñedo, La delicia del Gnomo (genial cuando uno sabe reírse de sí mismo), que daría a probar solamente a sus verdaderos amigos. O la despedida con la mano, a distancia, uno en lo alto del castillo, otra huyendo en un pequeño esquife, entre Jaime y Brienne. Ella, enamorada de él, ha salvado tener que luchar; él sabe que esa mujer le haría mejor persona que estando con Cersei, pero ese amor no lo puede elegir.

Los momentos más violentos del episodio vienen a manos (o a hachas) de los Clegane. Primero Sandor, embistiendo como un toro desbocado y destrozando cabezas y testículos a hachazos, y luego Gregor, que descabeza a un gorrión como si de tal pájaro se tratase. Brutal y espectacular, y no sé si del todo casual este paralelismo: ¿lucharán entre ellos? Parece que no, a tenor de los posteriores acontecimientos. El caso es que el Perro nos deja una de esas frases lapidarias: "Eres un idiota en esto de morir", tras reprobar las últimas palabras de uno de los incautos de la Hermandad con quien se encuentra.

Aunque para encuentros, más destacado es el de Beric Dondarrion (a quien el Perro lanza pullas sobre su arte de resucitar) y Thoros de Myr. En la conversación que mantienen se vuelve a hablar del destino de este hombre tan primario, a quien se le ha alejado de su verdadera naturaleza: la lucha, la guerra, la destrucción. Ha tenido que servir a un rey durante mucho tiempo como si fuese una mascota amaestrada y no ha podido seguir sus verdaderos y sanguinarios instintos. Por eso lo que le proponen parece tentar a nuestro renacido personaje: únete a nosotros para luchar contra el ejército de White Walkers (contra el cual, lo lleva claro, por cierto, puesto que el principal arma contra ellos es el fuego...). El ebrio sacerdote rojo, por medio del dios de la Luz, y su reducida legión de supervivientes, parecen ser los únicos por aquellas tierras sureñas en saber cuál es la lucha más importante... 

Este ofrecimiento resulta interesante por una parte, puesto que vislumbramos la finalidad de la "resurrección" del Perro, aunque nos aleja de una posibilidad que parecía rondar: y es que la aparición de lady Corazón de Piedra (lady Stoneheart) explicaría un envilecimiento de la Hermandad sin Estandartes, pero de la manera que lo han resuelto se trataba de un acto vil de tres renegados sin un promotor detrás.

No ha hecho falta que saliese el Gorrión Supremo para que este le haya dado otra paliza a Cersei. De nuevo nuestra taimada reina (regente) sufre un revés, que es más doloroso al recibirlo por parte de su pusilánime y marionetil hijo Tommen (solo me da más rabia el capullo del tío Kevan, no sé por qué). Ante la prevención de un juicio por combate en el que la Montaña sería invencible, se prohíben por ser injustos y una baza para regentes corruptos. De poco le valió su enérgico "I choose violence" previo delante de su abducido primo Lancel. A tomar por culo la estrategia para salvarse del oprobio del Gran Septón Baelor ante los siete. 

La única baza que le queda es la de Qyburn, que menciona algo de los Pajarillos (¿qué podrá ser?). Lo único que tengo claro es que veo imposible que la propia Cersei, para salvar su cuello, instigue contra su hijo. Es una bruja y calcula rematadamente mal sus propias fuerzas y las de sus contendientes, pero no me gustaría que su personaje se simplificase tanto. Uno de los aspectos positivos de esta serie que no hay buenos y malos del todo (salvo algunas excepciones). Lena Headey, por otra parte, está dando un espectáculo interpretativo, con los nuevos registros que está adoptando.

A Aguasdulces (Riverrun), llegan Pod y Brienne. Llegan esperados reencuentros: primero la escena secundaria de los escuderos, que me ha remitido a nuestras comedias de capa y espada de Lope y compañía, en la que Bronn le ha dado lecciones para sobrevivir en escaramuzas de lucha menos honrosas que las de los caballeros. Y luego el plato fuerte con Jaime y Brienne, que intenta convencer a Pez Negro (Blackfish) para que ayude a Sansa (la cual, por otra parte, falla como falla su escudera, de modo que a Jon, que no ha salido por segundo capítulo consecutivo, se le complican las cosas para su inminente guerra de bastardos). 

Como predijo Jaime, Blackfish es testarudo y no se aviene a dejar el castillo. No me ha gustado nada el final que le han dado a este personaje, tendría que haberse ido a ayudar a su familia, y más cuando los suyos le demuestran esa incomprensión que lleva a que Edmure, por medio de un Jaime cada vez más próximo a Tyrion en cuanto a inteligencia, a deponer las armas contra sus atacantes. La debilidad de este Tully contrasta contra la valentía de un personaje que podría haber dado más juego. El objetivo del manco de oro está logrado, aunque difícil tiene poder ayudar en algo a su amada, a quien llega a anteponer incluso por encima de su propia conciencia. ¿Cómo vives contigo mismo? Seguro que mal, pero vuelve a remitirse a la misma actitud que en aquel pretérito primer capítulo, cuando, antes de arrojar a Bran por la torre, musitó un "las cosas que hago por amor"... 

En Mereen, aunque Tyrion se las prometía felices con su estrategia de pactar con los esclavistas, y aunque inicia un prometedor acercamiento a mantener conversaciones distendidas con los estirados y serios Missandei y Gusano Gris (Grey Worm), la campana hace presagiar malos augurios. Por un momento parecía que la flota de los Greyjoy había cogido el turbo, pero no, un asedio se inicia y el asunto tiene tan mala pinta que solo queda refugiarse en la pirámide. Menos mal que entonces aparece Daenerys. El subidón de su llegada es proporcional al disgusto cuando se nos hurta una escena de fuego a los barcos y solo vemos a Drogon alejarse... A lo mejor nos lo muestran luego.

La maldita de Waif le pone contra las cuerdas a Arya. Asesina de manera brutal a lady Crane y emprende una persecución que tiene muy mala pinta, herida como está, con esa imagen de la naranja tronchada como imagen perfectamente visual de su estado actual. Por más saltos que dé, más recovecos que busque, la sicaria del Dios de las Muchas caras (Many-Faced God) se muestra implacable. No contaba con que todo era una estratagema para que la maldita bajara la guardia y menospreciara a su rival, que en cuanto se ve donde ella quería, apaga la vela de un mandoble de Aguja y...


Fundido en negro. Gotas de sangre en la Casa de Blanco y Negro. No podía ser otra la cara que la de Waif. Lástima no haber visto su muerte, pero lo importante viene después: "Finally a girl is no one", le dice Jaqen H'ghar. Y la contestación de Arya no puede ser más emocionante: "A girl is Arya Stark of Winterfell, and I am going home!". La formación de nuestra indómita heroína ha terminado, como parece indicar la enigmática sonrisa de aprobación del que probablemente no haya dejado de ser su mentor.

Cada vez, pues, hay menos "no one" en esta serie. Todos con su personalidad bien fijada, o modelándose de una manera que nos acerca cuanto menos al final de esta temporada que vuelve a repuntar hacia arriba. Sólo quedan dos episodios, pero acercarse al penúltimo son palabras mayores. ¿Lo volverán a conseguir de nuevo?


Game of Thrones S06E09. Battle of the Bastards

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(20/06/16)
Esta entrada 
contiene spoilers

Los penúltimos episodios en esta serie siempre son palabras mayores: la decapitación de Ned, la batalla de Blackwater, la Boda Roja, el asalto al Castillo Negro (Castle Black) o la aparición de Drogon para sofocar el levantamiento de las Arpías. Así que con esos precedentes y el título del propio episodio, las expectativas estaban bastante fundadas. 

Muchas veces, eso sí, las expectativas son un muro difícil de franquear. En cuántas ocasiones no ha pasado que algo que esperabas con tantas ansias no resulta como habías imaginado y el chasco que te queda parece un agujero negro que todo lo devora... Pero eso, por fortuna, no ocurre en este episodio, por más que el resultado pueda ser o previsible o (por fin) favorable a nuestros protagonistas. Los 25 minutos de cruenta batalla que se nos ha mostrado merecen la pena y mucho. Casi siempre con la cámara instalada sobre Jon Snow, hemos sufrido casi como si estuviéramos al lado de nuestro Comandante. Comandante por fin carismático (casi hasta podemos decir que le ha venido bien morir...).

Antes de profundizar en esa batalla de bastardos, una pequeña sorpresa ha sido iniciar en Meereen, porque parecía que sería un episodio monotemático. Los esclavistas están muy equivocados cuando inician el parlamento para la rendición. No se han enterado muy bien que quien pone los términos es la Madre de los Dragones. Daenerys invoca a Drogon (Dracarys) y por si fuera poco se une a ellos los otros dos hermanitos, Viseryon y Rhaegal, y el ejército dothraki, con lo que es cierto y no una bravata aquello de que su reinado acaba de empezar.

En la siguiente escena que vemos, ya más calmada, después de haber sofocado el asedio a la Bahía de los Esclavos (Slaver's Bay), después de derrocar a las Arpías y después de haber hecho transmitir el mensaje de quién manda ante el único de los amos que dejan con vida, se personan los Greyjoy huidos ante Daenerys y Tyrion. Aunque este inicia el parlamento reticente ante la crueldad pretérita de Theon, pronto Yara atrae la atención de Khaleesi. No sólo por ser mujer y pretender alcanzar un trono como ella, que también, sino porque le recuerda que comparten aspectos tan intrínsecos y distintivos como unos padres calamitosos. Daenerys deja una de esas frases que la postulan como una líder cualificada: “We’re going to leave the world better than we found it”.

De modo que yo secundo tu petición al trono de Hierro si tú me das tus 100 barcos, pero ojo: dependerás de mí y tendrás que olvidarte de saquear, robar y violar. Y se estrechan la mano o algo parecido ante la indicación aprobadora de Tyrion, que antes le había recordado a la Targaryen que no apoyaba la idea de aplastar sin más Yunkai y Astapor para no parecerse a su padre Aerys (¿será casual esta mención, o la tenemos que relacionar con una de las visiones de Bran, con el fuego valyrio verdeando lo que parecía King's Landing?)...

Y llegamos al lío ("Cuate, aquí hay tomate"...). Todo se inicia con un parlamento entre los protagonistas, los bastardos que dan nombre a la ya célebre batalla. Jon propone un combate singular para ahorrar bajas, pero Ramsey Bolton se escuda en su superioridad numérica para rechazarlo, además de recordarle su condición de bastardo y provocarlo (aunque luego Jon sea el que se jacte de haber intentado molestarle: mucho más tenían que haberle replicado). Viene a decirle que no se va a arriesgar a perder contra uno de los más afamados combatientes de los Siete Reinos (Seven Kingdoms). Incluso aquí Sansa se posiciona como un personaje decisivo. Primero poniendo la última palabra al recordarle que va a morir mañana, y después con Jon, tras quejarse de que no la haya escuchado en su plan para el día siguiente, al que le suelta una frase lapidaria: “You can’t protect me. No one can protect anyone”.

Aún en los prolegómenos, vemos las distintas maneras de afrontar la batalla (con el permanente miedo de que el cabrón de Ramsey no tenga preparada una trampa de las suyas): Tormund beber y emborracharse, Davos pasear para alejarse lo suficiente como para irse por la pata abajo y Jon visitar a Melisandre y pedirle que si se muere no le resucite de nuevo, algo que la bruja pelirroja, muy alicaída y sin apenas confianza y seguridad en sí misma, no le puede conceder porque está más allá de su incumbencia. Ante todo está el Dios de la Luz. Davos, por cierto, encuentra una figura de un venado, probablemente de Shireen, quemada por la locura del rey al que siguió anteriormente. Como bien le recuerda Tormund, ahora siguen a alguien que no lo es (rey).

Siguen a alguien que no duda en espolear su caballo para intentar salvar a su hermano Rickon, víctima de la enésima muestra de sadismo de este sonriente y diabólico personaje. Como era de esperar, no llega a tiempo y una saeta alcanza el pecho del pequeño Stark justo antes de hacerlo él. Y cae en la trampa del bastardo porque se abalanza él solo frente al ejército contrario, que a la orden del pérfido Bolton, arremete contra su adversario. Por suerte Davos reacciona a tiempo y pide a sus tropas que auxilien a su comandante. En lo que son unos segundos angustiosos, en los que Jon se da cuenta de su error pero desenvaina Hielo y se apresta con valentía a morir matando, tenemos la primera muestra de lo que vendrá. 

No será la única vez que temamos por la vida de Jon. Con la cámara casi fija en él, cada vez más ensangrentado y sucio, más heroico y pundonoroso, el contraste con su enemigo es aplastante: mientras uno da la cara y estremece con su dolor por la pérdida de un hermano  y la rabia por la injusticia haciéndole olvidar su situación de inferioridad, el otro, desde lejos, amparado en la distancia como los verdaderos generales en las guerras verdaderas, manda lanzar flechas y matar indiscriminadamente, como si estuviera jugando con la Playstation desde el sofá de su casa. Nuestras tropas caen en el juego que había propuesto Ramsey y quedan arrinconados por todos los lados, tanto por los escudos Bolton, como por la montaña de cadáveres y heridos a sus espaldas y los traidores Umbers.

Llega el derrumbamiento. Jon cae y los Salvajes tratan de huir a la desesperada, pisando, aplastando, avasallando. Jon se asfixia. No puede respirar, no puede salir de la montonera, nadie puede verle. La cámara oscila entre la decreciente luz y los superiores momentos de oscuridad, el sonido de la respiración de Jon ahogándose es claustrofóbica y por momentos irremediable, de modo que cuando logra sacar la cabeza, el alivio es doble, porque en ese momento aparecen los estandartes azules de los Arryn, que arremeten contra los ahora enclenques Bolton, como pasara con las huestes de Stannis contra las de Mance. Vemos a Meñique al lado de Sansa y seguramente la jugada suya fue la de enviar a Brienne a por Blackfish, y el cuervo que se vio a lord Baelish.

Ramsay intenta escapar y encerrarse en Winterfell, pero el gigante Wun Wun arrambla con la puerta en su último aliento de (heroica) vida. Ahora sí que te acepto el combate singular, le dice casi con guasa el psicópata, aunque mejor que espada está mi puño, viene a contestarle Jon, y le propina una buena tunda que todos los espectadores agradecemos. Al ver a Sansa, gentilmente detiene su furia y se lo cede.

Si bien la agónica muerte de Joffrey nos supo a poco, Sansa ahora no puede elegir mejor para darle su merecido: atado en la perrera de sus leales perros, hambrientos tras siete días sin comer como había recordado antes de la batalla el propio Ramsey, el primer bocado de uno de sus sabuesos no puede sino dirigirse a esa parte del cuerpo más icónica suya: adiós sonrisa, adiós al bastardo que más honor hacía al significado peyorativo de esa palabra. Mientras, Sansa es capaz de mantener la mirada, satisfecha, al festín de las bestias, como había sido capaz de comprender que Rickon estaba muerto de antemano, y puede que incluso hubiera sido capaz de sacrificar a Jon con tal de mantener el as bajo la manga de los refuerzos desde el Valle.

Grande Jon, grande Sansa, grande Iwan Rheon al caracterizar así a Ramsey, grandes Tormund (por un momento pensaba que Smalljon Umber se lo cargaba) y Davos, grandes todos los que han participado en uno de los mejores capítulos de esta excelsa serie (de momento puntuado con un 10 en IMDB tras 27.863 votos). Ya nos queda nada más que un episodio, que puede que alterne entre King's Landing y, quizá, tal vez, Bran y los White Walkers, y que puede que corone esta sexta temporada en cotas altísimas tras el ligero bajón entre los episodios 6 y 8.

Game of Thrones. S06E10. The Winds of Winter

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(27/06/16)
Siempre me pasa lo mismo: no sé si quedarme con el año que resta para el siguiente episodio o centrarme sin más en esta obra maestra que nos han regalado en el último capítulo. Salvo el pequeño bajón de los capítulos 6, 7 y 8 (que podría considerarse un respiro para el arreón final) hemos asistido a probablemente la mejor temporada de GoT. Si la Batalla de los Bastardos había resultado impactante, The Winds of Winter se ha ganado el derecho de sucederle en la lista de mejores episodios porque no ha faltado nada y no ha faltado casi nadie. De momento, en IMDB vuelven a darle un 10, e imagino que no releva al capítulo 9 porque de momento hay menos votos (25.611 por los más de 100.000 del anterior).

Creo que al final habrá que empezar por lo de siempre... Avisando de que llega hora de destripar el capítulo y anunciar que quien no haya visto el episodio..., ¡¡¡a qué esperas!!! Corre, vuela, velo. El caso es que esta entrada...

Contiene spoilers

No hay mejor carta de presentación para un episodio que los 23 primeros minutos de esa magistral secuencia. Situados en King's Landing, a punto de empezar el Juicio de los Siete Septones, tañen las campanas y el silencio envuelve los preparativos de los implicados: Cersei, Tommen, Margaery, el Gorrión Supremo. Empieza el juicio y un Loras devastado confiesa lo que haga falta con tal de que le dejen en paz, incluso que él también votó al PP. Don Pajarito está más que satisfecho con la renuncia a sus votos como Tyrell y Margaery está que trina por la mutilación a la que someten a su hermano (me has mentido, le espeta, y resulta un tanto insatisfactoria la estratagema de fingir vasallaje a la Fe si no había una carta en la manga, ¿verdad, Cersei?).

Cuando le toca su turno a la reina regente, Margaery empieza a sospechar. Paralelamente a cuanto acontece en el Septo de Baelor (que en paz descanse), empiezan a suceder pequeñas cosas que indican que algo huele mal: un niño correteando cuando sale Lancel a buscar a Cersei, el aviso al Maestre Pycelle que lo lleva a las catacumbas, el mosqueo de Margaery, sobre todo al sumar la ausencia de Tommen a la de Cersei sabiendo lo que supone dicha ausencia... Esta, en efecto, ha urdido un contundente plan para salir del atolladero de la invasión de los gorriones, y tenía que ver con el color verde que Bran había visto en sus visiones.

La jugada de Cersei sería maestra si no fuera porque tamaña maldad deja noqueado a su hijo, custodiado por la Montaña. De momento, como si fuera una niña caprichosa a la que anteriormente le han sido negados los caramelos, consigue por fin lo que quiere y se venga de quien tanto la hacho sufrir: adiós familia Tyrell al completo (un minuto de silencio por la cruel despedida de Natalie Dormer); el viejo baboso es asesinado por unos pajarillos que ya no sólo pían como con Varys, sino que ahora, con Qyburn, son capaces de picar; y la septa Unella está a su merced: "confess", le dice: disfrutaste torturándome; ya te dije que la mía sería la última cara que verías antes de morir; "shame, shame, shame"; ¿ahora? Ahora no vas a morir, ahora vas a ser el juguete de mi amigo Gregor Clegane... He de reconocer que he disfrutado con esta malévola venganza (y además le sienta estupendamente el traje oscuro), así como su cínica frase de que confesar sienta bien en las condiciones adecuadas.

Y si no era suficiente que el fuego valyrio que Lancel no es capaz de apagar a tiempo destruya el septo y aniquile a todos los allí presentes, si esa escena no había sido apoteósica desde el silencio inicial, se nos roba el aliento y la respiración cuando la cámara enfoca la ventana por la que el estupor de Tommen se asoma, para a continuación ver cómo este se arroja al vacío, en la única correcta decisión que toma como rey.

Si había preguntas acerca de la sucesión monárquica, Cersei las despeja sentándose en el Trono de Hierro. No hay demasiada satisfacción en su rostro, aunque esta mujer ha aprendido a despojarse de sentimentalismos. Nada orgullosa de la decisión de su vástago, sabiendo que la profecía sobre sus tres hijos se ha cumplido como el destino dictaba, manda quemar el cadáver de Tommen. A pesar de que  no llega a producirse la ansiada conversación entre hermanos amantes, la mirada de Jaime viendo a Cersei encajar la corona en ese trono que tanto odia, da la impresión de que el amor que antes había jurado albergar se ha disipado. ¿La apoyará ahora que se alzan dos candidatos mucho más legítimos para gobernar los Siete Reinos (Seven Kingdoms)?

Porque Jaime ya no se calla lo que piensa. A Walder Frey le siembra la duda al soltarle que los Lannister no necesitan a los Frey, y no estarán allí para salvarles el culo siempre ("If we have to ride north and take them back for you every time you lose them, why do we need you?"). Antes, se ha quitado de en medio a Bronn con dos mujeres y ha mirado raro a una de las sirvientes de Los Gemelos. Sirvienta que proporciona una de las principales sorpresas del episodio: ¡es Arya Stark, satisfaciendo una de las demandas de su lista! Es Arya Stark, y la sonrisa de un Stark es lo último que ve el decrépito viejo degollado a manos de nuestra killer favorita. Si había habido referencia a Blackwater, también lo ha habido a la Boda Roja. Vamos cerrando círculos, y nos encanta que Arya esté de vuelta y se haya cargado a los Frey en una caníbal venganza que devuelve la moneda de la carnicería en la cena en la que su madre y su hermano murieron...

Salvo el de Sam y Gilly, ya en la Ciudadela, en una Biblioteca de quiméricas dimensiones (el sueño de todo filólogo, vaya), con un apunte previo burocrático divertido (¿Vuelva usted mañana?), los círculos se van cerrando. Ya no sobrevuelan cuervos negros, sino que son blancos. Y es que el invierno ha llegado ("winter's here"), declaran los maestres. El sempiterno lema de los Stark ya no es una profecía, sino una realidad que hace sonreír a Jon y Sansa. Antes, el primero deja escapar a Melisandre (si Carice abandona el barco a la vez que Natalie, ¿qué va a ser de nosotros?) cuando Davos la acusa de quemar a Shireen y amenaza a la otrora temible bruja roja de ejecutarla él mismo si la vuelve a ver.

Jon se ha ganado el derecho de presidir las estancias reales de Winterfell. Y la reunión con los norteños, al lado de Sansa. No tiene el apellido Stark y sí que mantiene el Snow, pero da igual, al menos de momento. Sansa y Jon están unidos, con el propósito de no mentirse de nuevo y confiar el uno en el otro y aunque yo no veo factible esa teoría de una unión entre ambos (Hypable, en inglés), pues ambos tienen mucho de Ned y de Catelyn, lord Baelish introduce la ponzoña en la pelirroja con esa referencia a la primera temporada (puede incluso que primer episodio, no recuerdo) en la que Meñique le refería a Varys su anhelo por el Trono de Hierro. Es la imagen que le mueve, y quiere a Sansa a su lado, por lo que cuando en la asamblea mini lady Mormont (u ole sus cojones cuadrados) espolea la elección de Jon como King in the North (the North remembers, y nosotros también a Robb en un momento similar), Sansa parece demasiado seria, y la mirada que se cruza con Meñique demasiado perturbadora.

Winterfell, pues, ha recuperado el emblema Stark en la intro, sus miembros se posicionan con fuerza y serán relevantes en la última temporada. Bran es el Cuervo de Tres Ojos y nos lleva a la escena que se nos hurtó en el capítulo 3, la Torre de la Alegría. Por fin se hace realidad la teoría más famosa de la serie: R + L = J, y aunque nos decepciona la actriz que da vida a la que debería ser una guapísima Lyanna, ver el origen Targaryen de Jon es la hostia. Un Jon que debe de llamarse de otra forma o no se entiende el susurro a Ned, y que tal vez no se sepa o Bran no llegue a decírselo nunca al que es primo y no medio hermano. De lo que estoy seguro es que habrá mucha horda de fanático que critique incluso que Meera no esté involucrada en esa torre, pero ya se sabe que las expectativas a veces son un arma de doble filo.

Mi apuesta es un gobierno entre Jon y Daenerys, las dos almas más propicias para un reinado más justo, pero lo que está claro es que la Madre de los Dragones nunca ha sido más poderosa, y no sólo por la flota de barcos que los Greyjoy proporcionan ni por los tres dragones que flanquean el egregio camino, sino también por la alianza de Varys Correcaminos (tal vez tras las resurrecciones y los viajes en el tiempo han encontrado el portal de teletransportación del Enterprise, puesto que tras Dorne vemos a Varys embarcado con Missandei, Gusano Gris, Tyrion y Daenerys) con lady Olenna y las Mujeres de Arena (Dorne, vaya). Aquí tenemos un estupendo 3 x 1: venganza, justicia y fuego y sangre.

Otra de mis escenas favoritas es la que viene a continuación de la ruptura con Daario Naharis, cuando Tyrion no sabe consolar a su reina y esta le premia regalándole el puesto de la Mano (the Hand of the Queen). Los deseos de Daenerys por fin se están cumpliendo, pero no será fácil. Los sacrificios serán muchos, no sólo perder a un amante, y las dificultades serán peores. Aunque no sea mucho, tiene el apoyo de Tyrion, un cínico que ahora cree en alguien. Ahí se percibe admiración y, por qué no, una bonita amistad.

En definitiva, se percibe el final y aunque haya que esperar tanto, todo empieza a encajar. De momento, habrá que sacar los abrigos, que el invierno va a ser el más largo que se recuerda. 


Penny Dreadful. Temporada 3

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(Showtime. 9 episodios: 25/04/16 - 19/06/16)
27 episodios en total han bastado para que una serie con personalidad propia haya llegado a su fin. Es de alabar por una parte, viendo la manía de algunas series y algunas cadenas (especialmente Showtime) por estirar el chicle, aunque en este caso tengo la sensación de que podría haber dado un poco más de sí. Los nuevos personajes de esta temporada en líneas generales tenían fuerza y no hubiera sido demasiado difícil intercalar nuevas tramas y nuevos peligros literarios.

Un notable alto daría yo a Penny Dreadful, nota que no se diferencia mucho de la que le otorgan en IMDB (8,3) y Spoiler TV (7,5). Apenas ha concedido respiros innecesarios gracias al formato breve de su duración y hay una enorme uniformidad compositiva. Sería difícil destacar si la mejor temporada ha sido la primera, la segunda o la tercera, aunque esta ha ido perdiendo un poco de fuelle en los compases finales. 

¿Qué factores explican lo que para mí es un éxito y una recomendación segura para un espectador que quiera ver una nueva serie plagada de guiños literarios?: continuidad y desarrollos bastante coherentes en las respectivas evoluciones de los personajes, una puesta en escena buenísima, una poderosa factura estética, tanto de imagen como de banda sonora, unido al carisma de su pareja de protagonistas, Eva Green y Josh Harnett, además de una brillante pléyade de coprotagonistas: Timothy Dalton, Rory Kinnear, Billie Piper o Harry Treadaway.

Antes de seguir, por si acaso, voy dando la alerta roja: 

Spoilers a la vista

Desesperanzador era el panorama con el que se cerraba la segunda tanda de episodios. La oscuridad que reinaba los corazones de nuestros protagonistas había propiciado una diáspora y cada uno pululaba por un rincón del globo terráqueo con sus propios demonios. El acierto del arranque ha sido engancharnos desde el primer momento a la realidad de cada uno de ellos y darle un peso apropiado a sus problemas intrínsecos: Ethan Chandler prisionero del plasta de Bartholomew Rusk camino al farwest y seguido por la bruja Hécate; sir Malcom Murray ahogando sus solitarias penas por África hasta que aparece un misterioso nativo americano, Kaetenay; Vanessa Ives recluida en la mansión londinense como una leona deprimida hasta que la rescata el simpático y extravagante Ferdinand Lyle; John Clare rumbo al Ártico aislado de todo; Victor Frankenstein cada vez más atrapado en su drogadicción hasta que aparece un antiguo compañero de estudios, Henry Jekyll (Shazad Latif); y Dorian Gray y Lily a su puta bola en la mansión de los horrores voluptuosos.

Las dos tramas principales han sido poderosas, tanto la londinense con la peligrosa llegada de un antagonista con una relevancia extraordinaria, ni más ni menos que Drácula (muy acertada la adaptación de este personaje), como la del Oeste, que ha impactado por ser un contraste radical con esa ambientación opresiva y nebulosa de Londres, con tanto sol y tanta luz y tanto azul. Sin embargo, se han quedado un tanto más colgadas las otras dos, que en momentos han confluido: los doctores Frankenstein y Jekyll y los inmortales y castigadores Dorian y Lily.

Lo de estos últimos por momentos rozaba la ridiculez. Salvo el proceso de captación o reclutamiento de la joven prostituta Justine (Jessica Barden), con esa impactante (por lo visual) y bizarra escena del trío sangriento, el proyecto de formar una especie de ejército de castigadoras femeninas de Lily no daba para más que un par de grandilocuentes frases sobre la relevancia de la mujer y el creciente hastío de un Dorian cada vez más incómodo con la okupación de su coqueto salón. 

Ni siquiera han conseguido enderezar el rumbo de esta subtrama enlazándolo con lo que daba la impresión de ser mucho más relevante, la investigación de Frankenstein y Jekyll sobre las variaciones de conducta y la alternancia entre el bien y el mal de las personas. Jekyll se nos ha ido desinflando y lo que parecía uno de los personajes nuevos más interesantes, con visos a esa futurible aparición del Hyde, no ha pasado de la reivindicación de su abolengo y las quejas por el racismo sufrido (aunque me gustara la postrera explicación del lado Hyde) y quizá hubiera podido crecer en relevancia en una ya no posible cuarta temporada. El amor imposible de Victor apenas ha deparado un feliz y poco verosímil encuentro final con nuestros protagonistas, a punto de enfrentarse a Drácula.

Los grandes momentos han venido de manos de este personaje, disfrazado en un aparentemente indefenso y despistado amante de la naturaleza, el doctor Alexander Sweet (muy convincente Christian Camargo, especializado últimamente en papeles con dos caras, como ya hiciera en Dexter), director del museo de los bichillos. Primero reclutando al famoso Renfield (estupendo Samuel Barnett como mosquita muerta que sucumbe a la fascinación del amo y que sigue siendo mosquita muerta como vampiro) y luego ya desarrollando abiertamente y sin ambages su verdadera naturaleza (muy acertado el juego de supuestas supersticiones asociadas a los vampiros).

En este sentido, resulta fundamental el cuarto episodio, A blade of grass, la joya no sólo de la temporada sino de la serie en sí, en lo que es un tour de force interpretativo entre Kinnear y Green, y que nos sirve para completar la imagen de Vanessa y para dejarnos atónitos con la sorpresa de que John Clare y ella se conocían antes de que muriera el primero (perdí mi apuesta no efectuada de que Vanessa se lo había cargado). Por medio de la hipnosis a la que le somete la doctora Seward (muy inteligente la decisión de recuperar a Patty Lupone tras la exhibición como la bruja Joan Clayton, antepasada de esta mujer más vinculada con la vertiente científica), Vanessa recuerda la visita que recibió de Lucifer y de Drácula, las dos caras del mal, una más espiritual, la otra más carnal, ambas deseosas de fusionarse con la madre de los horrores.

Y aunque no resulta demasiado forzada la reunión con los otros miembros del grupo, embarcados en un viaje por el desierto norteamericano, la resolución ha resultado ser decepcionante. Nos encaminábamos a un creciente influjo del mal sobre Ethan gracias a Hécate (actractivísima Sarah Greene), mientras que sir Malcom y Kaetenay (Wes Studi, el último mohicano, ha sido uno de los estupendos fichajes de la temporada), el padre apache de Chandler, amado y odiado casi a partes iguales, les seguía los talones, al igual que el plasta de Rusk.

El reencuentro entre Chandler con su padre en el rancho de los Talbot, pese al empaque de Jared Talbot (ni más ni menos que Brian Cox, Agamemnon en Troya), nos depara una sucesión de tiros y peleas un tanto desangeladas, hasta el disparo final de Malcom al piadoso padre de Chandler, que a su vez había disparado al marshall por mirarle mal. En el tiroteo muere Hécate (y el plasta de Rusk, ¡bravo!) y la conversión al mal queda suspensa, y más después de la visión del indio en la que Vanessa está en peligro. 

Así que vuelta a una Londres plagada de niebla, hedores, ratas y sapos y vampiros pululando como Pedro por su casa. Menos mal que Lyle se había despedido ya (dirección a Egipto). Porque el rumbo paralelo de John Clare y la resolución de su melodramático reencuentro con su mujer e hijo había acabado como sólo podía acabar para este doliente, atormentado y un poco gafe personaje. Era tanta su pena y su dolor que ni se había enterado de que Drácula y Vanessa habían consumado su unión, propagando el inicio de una nueva era.

Ideas muy buenas resueltas atropelladamente. La batalla final, salvo por la sorpresa del lado lobuno de Kaetenay, no depara momentos muy épicos, y la congregación de héroes luchando para recuperar a Vanessa y que prevalezca el bien podría haber sido más emocionante; y qué decir del mutis por el foro de Drácula cuando Chandler le pega el tiro a Vanessa (si te he visto no me acuerdo, que paga la cuenta el último). Nos escamotean la resolución contra el enemigo y es desmesurado el castigo al alma mater de Penny Dreadful.

Lo que viene después es la coda más larga y aburrida de un final de serie, con ese poema que no identifico que recita John Clare frente a la tumba de Ives mientras el resto de personajes vuelve a sus quehaceres post apocalípticos (quehaceres que poco nos importan si no está Vanessa, por otra parte). Un final coherente en lo que se refiere a ese contexto literario, pero totalmente anticlimático. Se desperdicia, además, otro personaje potente, como el de la intrépida Lara Croft del siglo XIX, Catriona Hartdeger (Perdita Weeks igual a emoticono de ojos en forma de corazones), que no extrañaría nada si protagonizara un spin off.

Sombras, pues, más que luces, en la resolución de la serie, pero aún así no desluce el conjunto, como pasa con Dexter o The Good Wife. Pese a un final poco potente, la calidad del conjunto es notable, y es bastante asequible para ver y tiene momentos estupendos. Y está Eva Green majestuosa, que con eso es suficiente (bueno, imagino que Josh Harnett para muchos/as es otro aliciente más).

Como la sombra que se va. Antonio Muñoz Molina. Seix Barral

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(536 páginas. 21,90€. Año de edición: 2014)
Casi al mismo tiempo del ritmo de la novela ha sido mi lectura, que me ha costado prácticamente dos meses acabarla. Lección una: no leer un libro así si no es en periodo vacacional, requiere de dedicación absoluta y pocas distracciones. Lección dos: Antonio Muñoz Molina exige una atención casi exclusiva y no se puede mendigar ratos si ni siquiera puedes acabar un capítulo. Lección tres: cada vez me cuesta más leer...

Al margen de estas connotaciones personales, esta novela roza el área de ensayo y el libro de memorias. La acción es tan tenue que por momentos se pierde y hacia el final deja de tener importancia (el final es una extensa y apacible coda para reflexionar sobre la vida y sobre Lisboa y sobre Memphis y sobre los hechos narrados en torno al asesinato y al asesino, y también sobre la novela recién terminada). Casi podríamos añadir, pues, una lección cuatro: si esperas un libro en el que pasen cosas, búscate otro. A pesar de que soy un puritano de los géneros, con este autor da igual que se bordeen otras zonas que no son en puridad una novela. Lo que sí es, sin duda, es una estupenda ficción (como el propio autor reivindica en una entrevista en Babelia: "¿Por qué esto es ficción? Porque me atrevo a hablar desde el interior de la conciencia de los personajes (...). Ficción no es solo inventar, ficción es organizar de una cierta manera.") que cuenta con dos partes por momentos separadas, aunque la confluencia es inevitable:

La parte más novelesca (aunque esté basada en hechos reales, y por eso el peso de la investigación y de la documentación es notable) sería la que nos trae, grosso modo y en tercera persona, la estancia de un tal James Earl Ray durante diez días en Lisboa. ¿Quién es este hombre que para mí era un desconocido? Ni más ni menos que el asesino de Martin Luther King el 4 de abril de 1968. ¿Y por qué nuestro autor le sigue los pasos, es que siente algún tipo de admiración por este villano? Creo que sobre todo le atrae la convergencia lisboeta, la casualidad o la deriva de que este hombre acabara llegando a una ciudad capital para Muñoz Molina.

Y es que la parte más personal o biográfica está en primera persona, en un tono casi confesional, muy directo, enormemente valiente, en la que nos cuenta los avatares de la creación de su segunda novela, El invierno en Lisboa, para la que tuvo que viajar tres días de enero y poder darle forma con más  credibilidad. La ciudad a la que volverá en lo que sería el tiempo presente de la escritura de este libro (cuyo título proviene de un salmo de la Biblia), ya con su actual mujer, Elvira Lindo, que es un poderoso "tú" avanzada la novela, para celebrar el 26º cumpleaños de su segundo hijo, que vive en 2012 en Lisboa.

La parte referida a James Earl Ray (que se llama también John Larry Raynes, Eric Starvo Galt en homenaje a las novelas de James Bond o John Willard; provoca sorpresa ver lo fácil que era adoptar identidades falsas en el pasado) abunda en todo tipo de detalles. La exhaustividad es tan prolija que dudo que haya algún dato que se le haya pasado por alto al autor. Y creo que el objetivo de esta minuciosidad es acabar dándose cuenta de que a pesar de todos los informes del FBI o de ser una persona observada y descrita por todo tipo de personas bajo todo tipo de múltiples focos, no se puede saber a ciencia cierta quién era este hombre por momentos divertido, ocurrente, solitario, racista, bueno con el rifle, propenso a mentir, robar, ególatra, sociópata y obsesionado con la imagen que dan de sí tras su asesinato. 

En un par de ocasiones el autor lamenta no poder saber qué sueña o que existan vacíos en torno a lo que pensaba en determinados momentos. Cientos de páginas analizando los pormenores del antes y del después del asesinato, montones de estudios dirimiendo la personalidad de este ladrón de poca monta que asesina a una de las personalidades más apasionantes de la segunda mitad del siglo XX, para no concluir en nada objetivamente claro: ¿por qué lo mató?, ¿trabajaba para alguien (de ahí el dinero que tiene y que se le va agotando en Lisboa), ¿qué sentía al respecto de ese homicidio?

Hacia el final, a través de este narrador omnisciente que antes ha recorrido otros personajes portugueses (una prostituta a la que frecuenta un par de días, un funcionario que no le facilita el visado hacia las colonias portuguesas africanas), incluso llega a parar hasta el propio Luther King, en un vibrante y estremecedor penúltimo episodio que demuestra la grandeza de Muñoz Molina, capaz de extraer sentimientos y pensamientos por medio de esa capacidad casi demiúrgica de introspección, así como de retratar una época fascinante en cuanto a la lucha por los derechos sociales. Tanto Lisboa como Memphis (ciudad donde se produjo el asesinato) se pueden sentir.

Y sin embargo, lo mejor de la novela es cómo se intercalan las vivencias personales del propio autor, las preocupaciones a la hora de escribir, las interferencias recibidas primero en los años 80 por su rutinario trabajo de funcionario en Granada y por sus obligaciones domésticas con su mujer y sus dos hijos. Es una parte abrumadora y descarnada, una especie de disección sin ambages ni concesiones a sí mismo, nada condescendiente sino todo lo contrario. 

Expresa lo incómodo que se sentía en una piel que no le representaba, y lo mucho que le costó hacerle un hueco al Antonio Muñoz Molina escritor que hoy todos conocemos. Leemos cómo frecuentaba el alcohol, los desplantes a su esposa, sentimientos poco paternales por momentos (viaja a Lisboa con su hijo recién nacido prácticamente), incluso infidelidades. Aunque el propio autor le quite hierro al asunto diciendo que los españoles somos demasiado pudibundos, yo creo que hace falta una enorme integridad para afrontarse a sí mismo de esa manera.

Añadamos las referencias a personajes como Onetti, Bioy Casares o Juan Luis Panero, las reflexiones siempre lúcidas de este autor que representa una conciencia íntegra y honrada (al contrario de lo que ocurre con algún que otro escritor, Muñoz Molina da la impresión de ser un buen tipo, buena gente) y, por supuesto, un estilo literario fuera de toda duda. Tengo claro que alguna duda suscitada durante mi lectura se debe a mi torpeza, como una cierta confusión con el tal Raoul (que al principio creía que era otro sobrenombre del asesino y no el posible cómplice), o entre la amante de Luther King y Abernathy. Y tengo claro que fragmentos como estos son una maravilla:
En los ojos está la identidad de una cara (p.41) 
Debajo de una superficie tranquila mi vida era una yuxtaposición sin orden de vidas fragmentarias, un sinvivir de deseos frustrados, de piezas dispersas que no cuadraban  (p.45) 
El tiempo tenía en Lisboa una duración apaciguada, no hiriente, una serenidad parecida a la de la luz (p.159) 
Una novela es un estado de espíritu, un interior cálido en el que uno se refugia mientras la escribe (...). Una novela se escribe para confesarse y para esconderse (p.257). 
Yo no podía imaginar que la intensidad de lo que parece siempre fugitivo en la literatura y en el cine puede preservarse intacta a lo largo de muchos años, incluso volverse más honda (...). Te miro luego pintarte los labios (...), y eres más deseable que cuando te conocí (p.290).


Gotham. Temporada 2

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(FOX. 22 episodios: 21/09/15 - 23/05/16)
Contiene spoilers

Lo bueno de que una serie no alcance un nivel extraordinario de primeras es que no tiene esa presión a sus espaldas para mantenerlo. Pero mejor aún es que todos aquellos aspectos que habían resultado menos logrados se corrijan. Y era indudable que lo que hacía que Gotham no alcanzase cotas más altas era el lastre de la estructura procedimental de casos que se iban resolviendo en cada capítulo, algo que habían empezado a corregir conforme iba acercándose el final de temporada.

Lo positivo es que la sensación de escalada de peligro y de criminalidad va en aumento. Bajo el subtítulo de "Rise of the villains" en la primera tanda, el punto fuerte que siempre ha tenido la serie, el de unos futuros enemigos de Batman muy bien caracterizados, al crecer y madurar, ha ido acercándonos a esa ciudad marcada por la locura, la ley del más fuerte (o más loco) y el todo vale. Una Gotham ingobernable y oscura en la que la justicia y la ley son dos palabras cada vez más endebles, por lo que un justiciero encapuchado es el único asidero para la esperanza. Todavía queda mucho para eso, pero al menos se va atisbando. 

Lástima que la segunda tanda, "Wrath of the villains", se nos haya perdido un poco con resurrecciones no deseadas de personajes que habían acabado su arco argumental y que nada aportan con una continuación cogida de alfileres. La demostración perfecta de que a la serie le sobran episodios. 

Pese a no haber sabido bien acabar el relato que iba adquiriendo fuerza en la primera parte (y pese al horrendo final de temporada), hay esperanza para que la tercera temporada prosiga por buen camino, aunque ya va siendo hora de que se produzcan un par de avances narrativos que exigen, sí o sí, una elipsis temporal para que Bruce Wayne crezca un poco más y al menos adquiera el rango de universitario. Algunos villanos podrían incrementar su influencia de esta manera. Hay que ir aceptando que en Gotham los malos van comiéndole la tostada a los buenos. Sería hasta recomendable que la oscuridad prevaleciera a marchas agigantadas.

Al margen de esto, otro de los puntos débiles de la serie es que todo gira en exceso en torno a un James Gordon que Ben Mckenzie no logra hacer creíble (y no sólo hablo desde el rencor de que se haya casado con Morena Baccarin). El antes íntegro policía, tras haber ajusticiado al hiperbólico Theo Galavan (James Frain), transita por el lado oscuro y aunque la resurrección del malo maloso le resta trascendencia a que la honradez haya dejado de ser una línea roja, no cuadra para nada con el personaje de los cómics. Quiero que los guionistas se empapen de aquel hombre bigotudo y sobrepasado por las decepciones, y dejen de lado a esa roca sólida o kamikaze que se apoya en ocasiones en el contrapunto de Harvey Bullock, ahora comisario tras la muerte de Nathaniel Barnes a manos de Azrael/Galavan.

Por otro lado, Bruce Wayne, acompañado de su inseparable Sancho Panza en modo criado, Alfred Pennyworth, aunque ha hecho avances personales incuestionables, dista mucho de ese personaje atormentado y, sobre todo, entrenado en artes marciales, experimentado en la lucha cuerpo a cuerpo, acostumbrado a ordenadores mega avanzados con los que perseguir el crimen. De igual modo, la relación con Selina tiene que empezar a atormentarse. De entre el bando de los héroes, nos faltaría hablar de un todavía algo destemplado Lucius Fox, porque Leslie Thompkins, para nuestra desgracia, yo creo que va a desaparecer de escena (entre otros motivos porque Bacarin va a convertirse en estrellaza, no creo que sea solamente por su embarazo), algo que ya ha hecho Harvey Dent, casi desaparecido en escena.

Del lado de los villanos, el rey sigue siendo Pingüino; si bien Oswald Cobblepot ha pasado por todo tipo de situaciones (salvado a última hora por Nygma, lavado su cerebro en prisión por los planes de Hugo Strange, un buen sustituto a Galavan desde esa cárcel de Arkham, que podría dar mucho más de sí pese a todo, recogido por su padre verdadero y puteado por su familia política en lo que devino en algo burtoniano, para acabar de nuevo siendo el capo de la mafia de Gotham como antes, pero más trastornado), estas resultan un tanto excesivas, aunque casi siempre consiguen encajarlo más o menos bien. 

Otro que ya ha desarrollado su insania mental es Edward Nygma, y ya veremos si consiguen sacarle provecho más allá de apuntes un tanto intrascendentes. Más peso tiene Barbara Kean, que de novia soporífera pasó a loca del coño de lo más bizarro y ahora tiene momentos bipolares al menos divertidos. No soporto a Butch en ninguna de sus versiones (ni esbirro de Pingüino, ni capo mafioso, ni enamorado de Tabitha (su personaje no valía nada, pero qué guapa Jessica Lucas...) y por dios, otra vez Fish Mooney no. Me dan ganas de abandonar la serie con tal de no ver a la actriz más sobreactuada de la historia. Porque el rollo de las resurrecciones tenía un pase si quien volvía era Jerome, pero esta pesada no.

Lástima del final de la trama de Arkham y de Hugo Strange (bien BD Wong hasta ese último episodio), con el punto humorístico del agua que le pide la estrambótica Peabody (irreconocible Tonya Pinkins en su perfil) como lo único salvable, y veremos si le dan más alcance a Victor Fries/ Mr. Freeze (Nathan Darrow, Meechum en House of Cards) y a Bridget Pike/Firefly (Michelle Veintimilla). 

Y poco más que decir, puesto que el final de temporada es mejor olvidarlo...

Mozart in the Jungle. Temporada 1

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(Amazon. 10 episodios: 25/05/15 - 22/06/15)
Qué difícil resulta la tarea de una comedia. Contamos con tantos ejemplos de dramas (o de series que podrían encuadrarse bajo esta categoría) que realzan el trabajo que se lleva a cabo en la televisión y en cambio, en el género chico (en cuanto a duración de los episodios sobre todo), apenas podemos salvar las agotadísimas y desgastadísimas The Big Bang Theory o Modern Family, por no remontarnos a las ya terminadas Friends, Fraser o, algo más reciente (y olvidándonos de sus altibajos), How I met your mother. Podríamos incluir aquí Transparent, pero tan solo por el ya mencionado tema de la duración, porque por cada carcajada te dan diez puñetazos en la boca del estómago.

Con Mozart in the Jungle pasa algo parecido con la etiqueta de la comedia. Es un producto entretenido y atractivo, original e interesante, pero si nos ponemos a contar las risas que te provoca, andaríamos escasos, por no hablar de que es bastante etérea o irregular en lo que nos cuentan. Te engancha, claro que te engancha, tiene varios personajes cuanto menos curiosos y el gran acierto es que el protagonismo de la orquesta de Nueva York nos acerca la música clásica.

En cuanto a trama, es complicado esbozar unas líneas generales. O más que complicado, demasiado fácil: la sinfónica de Nueva York decide renovarse y traer un nuevo conductor, Rodrigo (el mayor atractivo de la serie, de hecho, es Gael García Bernal), un maestro de origen latino que releva al clásico maestro Thomas (Malcom McDowell) y que pone patas arribas los métodos habituales con sus excentricidades. Al mismo tiempo, tenemos a Hailey (guapísima Lola Kirke), una joven instrumentista de oboe que quiere hacerse hueco con ese instrumento al que tanto adora, y que tiene su oportunidad en la Sinfónica, pero los nervios la traicionan y Rodrigo -después de echarla destempladamente- la requiere como ayudante personal para ir cogiendo experiencia (y todo porque le canta las cuarenta un poco por casualidad.

Vamos, que mucha trama no hay. Por una parte, Gloria (Bernadette Peters y su desagradable voz nasal) trata por todos los medios de recolectar fondos para sufragar la orquesta, que no pasa por sus mejores momentos, y para ello organiza diversas fiestas en las que las adineradas y pudientes clases altas neoyorquinas pujan en plan subastas tras alguna exhibición. Por otra parte, tenemos a algunos otros instrumentistas, como por ejemplo Cynthia (qué belleza la de Saffron Burrows), que toca el violoncelo y está liada con Thomas, además de tener problemas en una muñeca, por lo que empieza a automedicarse.

Más secundarios son Bob (Mark Blum), el representante del sindicato, encargado fundamentalmente de señalar la pausa para el obligatorio descanso; Betty (Debra Monk), la primera oboe y la típica bruja que no hace la vida precisamente sencilla a la nueva que llega y de la que piensa que sus méritos son más sexuales que musicales; Lizzie (Hannah Dunne), la compañera de piso de Hailey, un personaje un tanto forzado por aquello de sus orígenes burgueses sacados de la manga para una fiesta; Alex (Peter Vack), un bailarín que se enrolla con Hailey para que haya un cierto triángulo amoroso; o Anna Maria (Nora Arnezeder), la mujer de Rodrigo, una violinista que está loca de atar y que protagoniza los momentos más divertidos con sus perfomances y sus arrebatos de deseo o reivindicativos.

Añadamos alguna escena surrealista con la hipnosis de un divertido secundario, el pianista Winslow (Wallace Shawn, su vis cómica ya fue aprovechada en The Good Wife), otro episodio en la biblioteca en el que Rodrigo conversa con el propio Mozart, y algunas improvisadas actuaciones de la orquesta según los impulsos creativos del propio Rodrigo. El formato reducido, tanto en número de episodios como en duración, favorece mucho el producto, y de ahí su (algo exagerado) 8,2 en IMDB.

The Enfield Haunting. Temporada 1

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(Sky UK. 3 episodios: 03/05/15 -17/05/15)
No soy muy devoto precisamente del género de terror, pero las circunstancias mandan y las aficiones ajenas también, de modo que hay que adaptarse un poco y tratar de superar traumas casi infantiles como Poltergeist y escalofriantes escenas más adolescentes como la de Bob de Twin Peaks detrás del espejo. Acostumbrado a mis más próximos acercamientos un tanto tangenciales, como pueden ser Penny Dreadful o American Horror Story, vas descubriendo películas como It Follows (muy buena), Insidious (maldito uso de esa estridente música metálica) y esta miniserie británica que recrea unos hechos reales sucedidos en el norte de Londres en 1977 (y lo que me queda, me temo)...

El género del terror parte de pautas considerablemente marcadas. El tema de lo paranormal suele explotarse para generar una serie de preocupaciones o para explotar los miedos irracionales más recónditos. Hay productos que se inclinan por ser explícitos y no escatimar en sangre y en mostrar vísceras o sádicas maneras de matar por parte de entes inextricables o monstruos rezumantes de fluidos viscosos; y los hay que, por el contrario, juegan con las expectativas del espectador bordeando los tópicos, sugieren más que enseñan y dosifican los momentos más espeluznantes: amagos, quiebros y tramposos sustos suelen ser sus señas de identidad. The Enfield Haunting está un poco a medio camino, aunque esté lejos de la línea más macabra y sanguinolenta y no tenga reparos en mostrar espíritus, aunque el ambiente de inquietud generado no se atiene únicamente a estos momentos.

Sin duda, la serie juega con una baza poderosa: está basada en hechos reales, más o menos documentados. Podemos entrar en el juego o no, creernos la pauta o buscar mil millones de explicaciones racionales o científicas, pero la semilla de la duda ya está arraigada. Vamos a ver algo así como una representación ficticia de algo que ocurrió de verdad, que le ocurrió a una familia inglesa, como le podría haber ocurrido a una española, hace unos años o ahora mismo. Ese "te podría pasar a ti" es el mejor señuelo para introducirte el miedo en el cuerpo. Es como la imagen que encabeza la entrada, en la que una estampa familiar queda marcada por una alteración fuera de lo normal. ¿Y si ese timbre que suena a las 2 de la mañana cada jueves, y si esas llaves que aparecen en donde menos te lo esperas cuando siempre van a parar en el recibidor,  y si la tele que cuando llegas a casa está encendida, y si esos ruidos que no tienen mucha explicación fueran otras manifestaciones paranormales que no han hecho sino empezar?

Así que nos metemos en materia y establecemos la empatía necesaria para creernos lo que nos cuentan (más allá de creernos que esas cosas puedan suceder), elemento imprescindible para disfrutar más de lo que nos ofrecen ver. Entrar en la historia es creérnosla, para hacerla nuestra, para identificarnos con los héroes o antihéroes de turno a los que les suceden cosas más o menos fuera de su control. Ese es el mayor mérito de esta miniserie, que nos van contando lo que pasa de una manera tan natural como podría haber sido el contarnos que  Janet se ha caído de la bici.

Empiezan a pasar cosas raras en esa casa un tanto desvencijada, en la que una familia compuesta por una trabajadora madre, Peggy Hodgson (Rosie Cavaliero, su mayor mérito reside en parecer una inglesa de a pie normal y corriente, con su afición por el tabaco y sus maneras bruscas para echar la bronca a sus hijos), divorciada y con cuatro hijos (aunque uno está fuera): la hija mayor, Margaret (Fern Deacon, la joven Mina en Penny), la mediana y más revoltosa, Janet (Eleanor Worthington-Cox, el mayor descubrimiento, pedazo de actriz en ciernes), y el pequeño y más irrelevante Billy, llevan una vida hasta ese momento de lo más normal.

Una silla que se mueve, un armario que produce ruidos, elementos al principio algo tontos, pero que van generando un creciente terror. Y no se tratan de las historias de miedo que se gustan de contar las dos hermanas, ni de los sustos que se intercambian. Cuando la persona adulta entra en pánico por eso que no se puede explicar y no es cosa de niños, no hay vuelta atrás. Se pide auxilio a los vecinos, a la policía, y hasta la prensa da cuenta de ese poltergeist que no se oculta y que parece a la vista de todos, nada de esas típicas escenas en las que el protagonista queda en ridículo o como si estuviera loco. Cosas que se mueven, ruidos inexplicables, motivos más que suficientes como para ponerse en contacto con una especie de asociación de sucesos psíquicos extraños.

El séptimo de  caballería tiene la forma de un hombre calmado, crédulo, de mediana edad, con problemas de corazón, mucha paciencia, y un bigote frondoso, Maurice Grosse (muy bien Timothy Spall), el verdadero coprotagonista, junto con Janet. En seguida empatiza con todos en la casa y se hace querer, arregla desperfectos, cree a pies juntillas lo que sucede, y trata de encontrar soluciones. Con Janet establece un vínculo más fuerte, en parte (o sobre todo) porque la niña se llama igual que su hija, fallecida en un accidente de moto no hace demasiado. Esa otra Janet es el motivo fundamental de la conexión entre ambos, así como la nota de la discordia, porque en el fondo el hombre está tratando de salvar a su hija, no a Janet Hodgson.

Maurice está casado con Betty (Juliet Stevenson), y aunque parece al inicio que esta mujer le pone los cuernos con otros después de toda la vida casados, en realidad le pasa lo mismo que a él: no ha superado las muerte de Janet e intenta por todos los medios restablecer el contacto con ella y para ello acude a sanadores, médiums y charlatanes de tres al cuarto. Esta relación es uno de los puntos fuertes de la serie, así como los mecanismos de  cada uno para superar el dolor y la pérdida.

Por otra parte, está  Guy Playfair (Matthew Macfadyen, Un funeral de muerte), otro miembro de la sociedad psíquica, este más relevante al haber escrito un libro y haber tenido otro contacto con el más allá, en Brasil. Eso sí, este hombre al principio se muestra escéptico y trata sobre todo de desentrañar lo que él considera una mentira, un embuste, una forma de socavar el prestigio de su sociedad. Hasta que llega la angustiosa escena de la cortina, en la que salva a Janet y recibe un empujón hasta la pared contraria.

Más que saber por qué Janet está tan vinculada al espíritu de un hombre que murió en aquella casa, importa más ir acompañando a los personajes ante unas circunstancias especiales. La familia Hodgson está en todo momento vigilada por Maurice, Guy y otros miembros de lo paranormal, y los sustos van llegando, como van llegando  apariciones del espíritu del viejo infame, y respingos varios. Tratan de ponerse en contacto con este espíritu que no parece tener muy buenas intenciones y tanto la médium poseída como la propia Janet y la voz ronca que le sale  por la boca está muy bien recreado.

Quizás sobren esos momentos de alucinaciones de Maurice, quizás haya momentos un poco exasperantes porque la acción avanza lentamente, quizás sea excesiva esa escena en la que no se trata de un solo espíritu, sino de una legión, o quizás el rollo del "¿me perdonas, hija?", que se trae Maurice y el espíritu de Janet sea un poco cansino, pero en líneas generales se mantiene la inquietud y la intriga. Eso sí, la resolución, ese último episodio más bien, no está del todo bien conseguido, más bien deja bastante que desear, aunque pronto se ve que no iba a venir nada nuevo por ahí y lo que contaba era aplaudir la gran actuación de Eleanor, cuyo personaje pasa un calvario tremendo, electroshock incluido.

En líneas generales, yo lo recomendaría, aunque el sector "amo las películas de terror" ha opinado que la serie no asusta nada (y hay que recordar que ese es uno de los objetivos fundamentales para este sector pseudomasoquista que gusta de morirse de miedo).

Un pez gordo (Big Fish). Daniel Wallace. Círculo de lectores

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(188 páginas. Año de edición: 1988)
No sé dónde he leído que este libro es perfecto para el periodo vacacional, y no puedo estar más de acuerdo. Lejos me queda la película homónima de Tim Burton, de modo que las comparaciones que pueda establecer son poco exactas, aunque creo recordar que hay bastante más fantasía en la peli que en este librito de poco más de 100 páginas que nos cuenta la entrañable historia, en líneas generales, de la relación entre un padre y un hijo. Leído (¡por fin!) de una sentada (o varias, pero, vaya, en un solo día), es el libro perfecto para reconciliarte con la literatura, con el placer de leer por leer.

Si nos desprendemos de todo el componente mágico o maravilloso que suscita el propio padre, Edward Bloom, tenemos en realidad una manera de afrontar la muerte de un personaje egoísta que se justifica constantemente por medio de una imaginación desbocada. Poniéndonos en la tesitura de que todo lo relatado fuera verdad, ese pez gordo que siempre aspiró a ser se contrapone casi por completo con otras aspiraciones más terrenales como ser buen esposo o buen padre. Vale que mi lectura está teñida de oscuro por uno de los capítulos finales ("En el que compra un pueblo entero, y aún más", de los más extensos), uno que te abre los ojos y te demuestra cómo opera ese mecanismo de lo real maravilloso en este hombre, pero me cuesta empatizar con este personaje tendente a la hipérbole.

En cambio, para mí el gran personaje es el hijoWilliam Bloom. Su mérito es doble: por una parte, escribir las aventuras de ese gran personaje que es su padre a modo de homenaje respetando por completo el tono y la forma con los que lo hubiera hecho él;  y, por otra y más meritoria, saber afrontar su pérdida al tiempo que aprender a quererle tal cual es, no como le hubiera gustado que fuera (menos mítico, pero más familiar). 

Las escenas en presente, jalonadas en varias tomas (cuatro) durante las tres partes del libro, mientras su padre languidece y afronta sus últimos momentos, no dejan de mostrar a un hombre en busca de descubrir quién es realmente el otro que está a punto de desaparecer, su padre, ese personaje casi siempre ausente, incluso estando con él. Y se desespera porque se da de bruces con una coraza en forma de anécdotas divertidas, de chistes recurrentes, de fintas y regateos: "Vamos a charlar, sólo un ratito, ¿de acuerdo? De hombre a hombre, de padre a hijo. Basta de cuentos", le llega a decir, sin éxito. Y es que 
"Bajo una fachada aparece otra, y otra más, y debajo de la última está ese lugar oscuro y doloroso, su vida, algo que ninguno de los dos comprendemos".
Es casi imposible entablar una relación profunda con él, conocer sus motivaciones, qué esperaba de la vida, qué piensa de la muerte... Pero en un momento (muy bonito, por otra parte, cuando ha visto cómo le agota a su padre reflexionar de manera sesuda y seria), en el penúltimo capítulo, él recuerda el chiste del traje nuevo, en el que un hombre canijo y pobre se compra un traje precioso, pero que no es de su talla; ese chiste es la metáfora que sí que encaja con la personalidad de su padre. De modo que cuando este le inquiere sobre algo que haya aprendido de él, le contesta de la única manera acertada con respecto a Edward Bloom: "Había una vez un hombre. Un hombre pobre que necesitaba un traje nuevo".

Por eso el capítulo final es "Un pez gordo". Por eso el final del libro y de la historia de su padre es esa maravillosa transformación en pez, nadando por un río cristalino. Atrás queda su historia, cronológicamente contada desde "el día en que nació". Todo con un toque a lo García Márquez, lleno de momentos asombrosos, mágicos, como ha sido contado siempre y como su hijo ha recogido para así convertir a su padre en mito: que si habla con los animales, que si amansa a un gigante, que si le salva la vida a una sirena, que si se marcha de Ashland y todas las aventuras que le suceden.

Ya fuera de Ashland, en lo que serían sus años iniciáticos correspondientes a la primera parte, toca el turno a los prodigios que vinieron después para darle el renombre que siempre había buscado: muestra tenacidad al mejorar en trabajos como limpiar jaulas de animales, inteligencia para devolverle el ojo de cristal a una mujer, velocidad en las carreras... Y llega Sandra Kay Templeton, "su primer gran amor". La que será su mujer y la madre  de William es una mujer guapísima, pero poco más se nos contará de ella, salvo que permanece siempre del lado de su hijo.

Es el personaje más relegado del relato. Ni siquiera cuando la conquistó aparece desarrollado. Tuvo que pelearse con su prometido, Don Price (el perdedor del relato), para conseguirla (dejándole que ella eligiera, por su puesto) y luego estará con él, sin más, pero sin retenerlo, claro. Es la historia menos grandilocuente o fantástica de todas. Luego irá prosperando, superando pruebas, se salvará en la guerra gracias a la sirena (estaba destinado en un navío). Y nacerá él, en un parto en el que su padre estuvo más pendiente del partido de fútbol por radio.

Se toma muy en serio la tarea de ser padre, aunque sin dejar de lado su trabajo, al cual estaba dedicado entre semana. Quiere transmitirle sus virtudes (perseverancia, ambición, personalidad, optimismo, fortaleza, inteligencia, imaginación), quiere que todo lo conseguido por él sea suyo. Incluso le salva la vida un par de veces, aparte de darle "el mayor de sus poderes": hacerle reír. 

El episodio "en el que mi padre tiene un sueño" es también revelador del "prodigio" de la historia contada. Sólo en el sueño de Edward todas las personas a quienes ayudó de alguna manera se agolpan delante de su casa, para despedirse y agradecerle por última vez. Al mismo tiempo, le sirve a William para entender a su padre y calibrar su relato. Un anciano en ese sueño le da la respuesta y consigue que todo tenga sentido:
"Todos tenemos algo que contar, igual que tú. Historias sobre cómo nos tocó el corazón, nos ayudó, nos proporcionó trabajo, nos prestó dinero, nos vendió al por mayor. Montones de historias, grandes y pequeñas. Todas cuentan. A lo largo de una vida, todo cuenta. Por eso estamos aquí, William. Somos parte de él, de su ser, tal como él es parte de nosotros".
Y si William ha entendido eso, nosotros, los lectores, tenemos que perdonar a Edward en la tercera parte, cuando compra el pueblo de Specter y se enamora de Jenny Hill, una chica de 20 años (su segundo gran amor, de ahí la tristeza de su padre cuando regresaba a casa con ellos). Es lo menos que podemos hacer después de haber leído este vibrante relato, un precioso regalo que le hace un hijo a su padre ya desaparecido. 
"-Quería ser un gran hombre-susurra.
-¿En serio? -pregunto, como si para mí fuera una sorpresa.
-En serio -ratifica. Las palabras le salen despacio, débiles, pero vigorosas y seguras en ideas y sentimientos-. ¿Te lo puedes creer? Pensaba que era mi destino. Un pez gordo en un gran estanque… eso es lo que quería ser. Lo que siempre quise desde el primer día".
Lástima que sea tan difícil de conseguir un ejemplar, porque podría ser una excelente lectura para 4º de la ESO, con su debida guía de lectura para hacer pensar a los alumnos sobre la relación padre e hijo y cómo el componente imaginativo está tan bien imbricado aquí. ¿Estará disponible enebook?

El Ministerio del Tiempo. Temporada 2

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(TVE. 13 episodios: 15/02/16 - 23/05/16)
Lo bueno de ver series al margen de los tiempos oficiales (y más en este país en el que no se mira al telespectador sino a un aspecto genérico y casi abstracto como son las audiencias) es que no te enteras de las polémicas paradas que provocan debates y enfados, o incluso movilizaciones para que haya una tercera temporada (aún no confirmada). 

Repito lo de la entrada anterior: no consumo televisión de este país y no puedo establecer comparativas, pero dudo mucho que haya muchas otras series que sean creíbles, imaginativas, entretenidas, originales y, por si fuera poco, didácticas. De modo que sería una pena que se cerrara el grifo a El Ministerio del Tiempo.

Otro punto a su favor es que la temida cuesta arriba de las segundas temporadas no le ha afectado demasiado. No se aprecia una bajada de calidad, ni reiteración de tramas, ni desgaste de los personajes. Y da la impresión de que le queda mucha cuerda a este producto diría yo que necesario para nuestra tele.

Arrancamos con el Cid, interpretado por Peris-Mencheta (le pega el papel), o por Rogelio, un agente del Ministerio que tiene que sacrificarse para hacerse pasar por él y que la historia no cambie. Al tiempo que hay que solucionar problemas históricos, en el propio Ministerio se producen conflictos. Julián, por ejemplo, no ha terminado de digerir la reciente nueva pérdida de su esposa, y está apartado de las misiones. De hecho, va a estar más apartado aún, en lo que parece su despedida de la serie.

Despedida que tampoco hubiera sido una tragedia. El monotemático Rodrigo Sancho (da igual que esté haciendo bromas que de luto, es monocorde su registro) da vida al más cansino de los personajes, un tipo mustio que no se adapta a la situación actual, pese a que no debería estar llorando por los rincones con esa vida aventurera que le han deparado.

Y se le echa poco de menos porque encima su sustituto enseguida se hace hueco propio y Pacino (muy bien Hugo Silva), un policía de los años 80 incriminado por un asesino en serie que había hecho la vida imposible a su padre, tiene un rol estupendo en el grupo y se hace con los mandos casi por casualidad, acostumbrado como está a las operaciones policiales. Se lleva bien con Alonso, y poco a poco hace que Amelia se olvide del taciturno ex enfermero. Qué pena que a la vuelta de este, no hayamos recuperado a este personaje.

Nuestros ministeriables ayudan a que Cervantes acabe el Quijote (Pere Ponce: uno de los motivos por los que la serie es tan buena es gracias a un estupendo casting y unas actuaciones que se ajustan a la perfección con los personajes); vuelven a los tiempos de la guerra de la Independencia para preservar el origen de Adolfo Suárez (uno de los episodios más divertidos); tenemos a Houdini (Gary Piquer) en otro episodio muy bien llevado por Pacino; al poco agraciado mentalmente rey Felipe V...

Uno de los personajes nuevos aparecidos que parecen cambiar el orden establecido, Susana Torres (qué bien sigue Mar Saura), que ha sustituido a Salvador Martí por medio de una intriga en la que tercia Irene, la lía dejando extenderse la gripe española para salvar a su amante, la propia Irene.

Y llega el episodio dividido en dos, "Tiempo de valientes", que supone el regreso del cansino, que ha llegado a Filipinas y, sin saberlo, se convierte en uno más de los "últimos de Filipinas", por lo que enviarán a Alonso para rescatarlo. Secundarios como Juan José Ballesta o Alberto Jiménez figuran en estos dos capítulos, capítulos en los que Amelia se lía con Pacino y de ahí que no acoja con los brazos abiertos a Julián como este se esperaba. Al mismo tiempo, su futuro cambia por completo y ya no existirá su tumba (ni el niño/a de la foto con Julián).

Las Sin sombrero (mujeres de la Generación del 27) se hacen su hueco, así como Alexandra Jiménez en un doble papel debido a la intervención de la ex criada de Amelia, convertida en una loca asesina (María Rodríguez Soto); consiguen que Cristóbal Colón (Joan Carreras) siga siendo el descubridor de América (episodio en el que la hija de Lombardi, Anna Castillo, se hace con el capítulo con sus puntos de humor); Nancho Novo aporta su granito de arena interpretando a Don Fadrique, un señor medieval importante en la batalla de las Navas de Tolosa que se encapricha de Constanza, en un episodio en el que casi todos los funcionarios están en la boda de Ortigosa (uno de estos compañeros que no aparecen nunca y que luego meten con calzador para desarrollar una trama).

Y para acabar, ni más ni menos que Felipe II (estupendo Carlos Hipólito) se lía la manta a la cabeza interfiriendo en el Ministerio del Tiempo para impedir la derrota de la Armada Invencible, de paso mata a Salvador ("resucitado" cuando nuestros héroes restablezcan la situación) y se aprovecha del Ministerio para prolongar la grandeza de nuestro país, en un episodio estupendo para despedir (¿de momento, finalmente?) la serie.

Me dejo por referir a Velázquez, que sigue aportando dosis de humor; a Angustias, que ídem;  a Ernesto, que descubre que tiene un hijo secreto; y a Elena (guapísima Susana Córdoba), igualita a la Blanca de Alonso, el mejor personaje de la serie, y con quien emprenderá una relación.  En fin, entretenimiento y originalidad, estupendas colaboraciones puntuales, y un argumento bastante sólido (aunque fantasioso) que suple que haya algunos personajes bastante circunstanciales y algunas tramas prescindibles. Y se puede ver por la web de TVE, muy completa y con elementos transmedia de esos que tan de moda están. Qué más se puede pedir...

Sandman. Noches eternas. Neil Gaiman. ECC

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(184 páginas. 18,95€. Año de edición: 2014)
Neil Gaiman puso punto final a Sandman en 1996, pero regresó al mundo del protagonista siete años después con Sandman Noches Eternas. Las historias que componen este libro están dedicadas a cada uno de los siete hermanos Eternos y forman un catálogo de maravillas y prodigios.
A modo de bonus track, algo así como una especie de regalo póstumo o, sin ser tan exagerados, un broche de oro a esa obra maestra en diez volúmenes que es Sandman (un estupendo análisis en profundidad sobre la obra lo tenemos en Zona negativa), me he encontrado con este estupendo (adjetivo para no variar, esto parece un vulgar corta y pega) Noches eternas, escrito en 2003, siete años después de poner fin a su obra maestra. 

El mayor miedo cuando afrontas un volumen como este es que te cuelen historias ya leídas (como el tomo de Shakespeare, que en realidad son las dos historias protagonizadas por el célebre autor inglés en distintos números) y con la excusa de la organización temática o de la justificación onomástica que toque hayas caído en la trampa de revisitar algo ya publicado.

No ocurre aquí, ni mucho menos. Ya incluso la introducción del propio autor merece la pena, puesto que explica algún dato de interés, tanto de los dibujantes que colaboran con él como de las propias historias, siete en total, que se corresponden a los siete Eternos. Y otras tres, más breves. Entiendo que es un filón y muy difícil poner punto y final a este universo propio. No tienes la sensación en ningún instante de que Gaiman esté desgastado o repitiéndose o estirando el chicle de mala manera. Por algo el apellido de Neil tiene apariencia de superhéroe...

Lo complicado es buscarle pegas a algún aspecto de este ejemplar (o de Sandman en general). Otro de los aciertos es que cada relato conlleva un dibujante distinto, ideal para la naturaleza polimorfa y heterogénea de lo que se está contando. La relación de historias y sus correspondientes ilustradores son las siguientes (vía Abandonad toda esperanza):


- Capítulo 1: Muerte. "Muerte en Venecia" (dibujo de P. Craig Russell);
- Capítulo 2: Deseo. "Mi experiencia con el deseo" (dibujo de Milo Manara);
- Capítulo 3: Sueño. "El corazón de una estrella" (dibujo de Miguelanxo Prado);
- Capítulo 4: Desesperación. "15 retratos de Desesperación" (dibujo de Barron Storey);
- Capítulo 5: Delirio. "Dentro" (dibujo de Bill Sienkiewicz);
- Capítulo 6: Destrucción. "En la península" (dibujo de Glenn Fabry);
- Capítulo 7: Destino. "Noches eternas" (dibujo de Frank Quitely);

A modo de complemento, el volumen recoge también tres historias más: "Las flores del amor", dibujada por John Bolton; "Cómo se conocieron", dibujada por Michael Zulli; y "La última historia de Sandman", dibujada por Dave McKean.

Vistos de manera somera los preliminares, vayamos con cada historia: 

Muerte en Venecia nos presenta (con un dibujo exquisito, sólo hay que ver la basílica de San Marcos en una de las viñetas) aparentemente dos historias paralelas sin conexión entre sí, ambas situadas en una de las islas de la laguna veneciana: la del conde Alain, tipo Marqués de Sade, que lleva a cabo en su palazzo una serie de divertimentos palaciegos que transcurren siempre en el mismo día ("Mañana llegará la Inquisición (...). Mañana el consejo de los diez ordenará que me encarcelen y encadenen. Pero ese mañana no llegará nunca"), desafiando las leyes temporales encerrado detrás de sus muros; y otra, contada en primera persona, de un norteamericano (creo), Sergei, que vuelve a Venecia de permiso en el ejército, donde pasó parte de su infancia. Un recuerdo inolvidable ocurrió cuando, jugando, llegó al monasterio en ruinas al que estaba prohibido ir, se encontró con Muerte, la cual está esperando a que se abra la puerta. Al quedar fascinado por su belleza, siente como que ha mediatizado su vida entera a expensas de ella, por lo que vuelve años después, se reencuentra con ella y consigue tirar la puerta a patadas, de modo que llegan al 23 de mayo de 1751 y Muerte restablece el orden. "Volveré a verla. Lo sé en mi corazón. Una última vez. Hasta entonces, seguiré mandándole gente", es la poética coda final.

En Mi experiencia con el deseo, una especie de amazona llamada Kara, una mujer pelirroja de pelo ondulado, le cuenta a su hermana, a lo largo del tiempo (aunque eso lo veremos al final), cómo deseaba al hijo del jefe de su tribu. Lo desea tanto que el propio (o la propia) Deseo, un bellísimo ser de ojos dorados, le da una especie de instrucciones (sin darlas, simplemente hablando con ella en otro plano, diciéndole cosas como estas, con esa tipografía suya en mayúsculas y con las 'oes' con un punto dentro del círculo: "el deseo es como fuego en un bosque", o "Debo advertírtelo: conseguir lo que se desea y ser feliz son cosas distintas") que le sirven para seducir a ese hombre que se tiraba a todas las muchachas del pueblo sin importarle ninguna y para salvar a su pueblo cuando sus enemigos le presentan la cabeza de su amado dispuestos a destrozar el poblado y violarla. Gran dibujo, lleno de erotismo y carga sexual.

El corazón de una estrella nos presenta quizá la historia más fascinante, al ser mucho más antigua de las que conocemos (y al estar dibujada por el español Miguelanxo Prado, que hace un estupendo trabajo) de Sueño, y mostrarnos una especie de universo primigenio en el que ni el Sol es la estrella de nuestra Vía Láctea (es un pequeño ser dorado con ganas de ser importante para algún planeta), donde hay una reunión intergaláctica (por así decirlo). Choca ver a Muerte muy distinta, mucho más desabrida y amenazante, que Deseo sea el hermano/a favorito/a por entonces de Sueño (hasta que discuten) y a Delirio aún siendo Deleite (¿qué le pasaría para esa transformación?). Es un acierto absoluto que los planetas o las estrellas sean configuraciones corpóreas o materiales, a modo de ideas de lo que representan, y para que lo entendamos nos ayuda el personaje de Killalla del Fulgor, novia por entonces de Morfeo, aunque esta se enamora de Sto-Oa, el sol del planeta del que proviene ella. Lo mejor llega para el final, cuando nos damos cuenta de que los bocadillos amarillo y azul de la conversación que arranca y termina la historia pertenecen al Sol y a la Tierra (de color azul gracias a Killalla, por cierto) antes de que esta termine de formarse.  

Con 15 retratos de Desesperación cambiamos de chip. Pasamos de una modalidad preferentemente narrativa a otra más descriptiva. A pesar de que el texto es aún más pródigo que en otros relatos, las historias están al servicio de ofrecer un retrato; el concepto es total, pues se trata de integrar imágenes que representan a Desesperación con diversas historias. Es como si estuviéramos en una galería de arte y nos ofrecieran una exposición. "Su beso es el perro negro que te sigue en la oscuridad", podemos leer. Otras palabras que acompañan esas imágenes distorsionadas, abigarradas, muy en la línea expresionista (alguna incluso dadaísta), y que reflejan a esta Eterna, son: "Es un escritor, sin nada más que decir. Es un artista, y unos dedos que nunca atraparán la visión". U otra: "Ser Desesperación. Es un retrato. Solo cierra tus ojos y siente".

Como un vaso comunicante con la forma empleada para Desesperación por esa estética un tanto distorsionada, nos encontramos con Dentro, aunque no tiene nada que ver, puesto que volvemos a la modalidad narrativa, por más que cueste mucho seguir la historia, que en realidad, son cinco historias sucesivas de personajes enajenados y torturados (representados por bocadillos a los que en un momento se les encomienda una misión. ¿Quién se la encomienda? Ni más ni menos que Daniel, el nuevo Morfeo, a quienes acompañan nuestros queridos Matthew y Barnabas. Y si tenemos al perro parlante quiere decir que dicha misión es para rescatar a Delirio, atascada en alguna parte de la locura. Una profusión de colores y formas, al más puro estilo surrealista, nos devuelven a esta Eterna "fugada".

Inmediatamente posterior en la cronología al relato anterior viene Destrucción en la península, en la que Rachel, la arqueóloga protagonista, necesita un cambio porque sus pesadillas van en aumento y le pide un trabajo a Stanley (un Woody Allen versión arqueólogo), que la suma a una excavación en la península de San Rafael, situada en el fin del mundo. Dicha excavación en un montículo tiene la peculiaridad de que contiene objetos del futuro. Rachel decide contratar a Destrucción, que acompaña a Delirio, aún convaleciente. Ambos, por supuesto, tienen que ver con el montículo.

Para el Eterno que resta llega el relato que da nombre al ejemplar, Noches eternas. Otro dibujo intachable para una historia breve, muy sugerente: "Los cuadros en el salón de Destino muestran a sus hermanos y hermanas como a ellos les gustaría ser vistos (aunque el deseo y la realidad están tan próximos en el reino de los Eternos que no podrías meter una cuchilla fina entre ellos)". Filosofía y metafísica se dan de la mano ("Los movimientos de los átomos y las galaxias están en su libro, y no ve gran diferencia entre ellos").

Cierran el libro tres historias breves, las dos primeras más flojas: en Las flores del amor retomamos con Deseo, que echa una mano a un sátiro envejecido en una isla a la que llega una pareja, Phil y Sue, la cual es la "ofrenda" que le otorga Deseo antes de morir; en Cómo se conocieron, Lizzie toma láudano y recuerda un viaje dos meses atrás en tren con su marido y un joven poeta, Algernon (¿mi ignorancia me impide reconocer a un poeta importante?), en el que llega Deseo, que les guía hasta un bosque donde "todos conocen a su verdadero amor"; y por último, La última historia de Sandman, de estética parecida a las portadas, en la que aparece el propio Gaiman, el cual rememora sus propias vivencias en torno a sus personajes: 
"la escritura de Sandman fue en sí misma toda una maraña de coincidencias. Preguntadme de día si creo en Morfeo (...) y os diré lo difícil que es creer en gente que sabes que ha salido de tu mente. Pero preguntádmelo a última hora de la noche (...). No sé qué os responderé. Pero creía en Sandman cuando era niño. Y juré no olvidarlo nunca".

Lucifer. Temporada 1

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(FOX. 13 episodios: 25/01/16 - 25/04/16)
Anunciada por Antena 3 recientemente, casi de casualidad, entré a ver el tráiler de una serie muy vistosa en lo visual de por sí. (Los Ángeles, fiestas elitistas, gente guapa...) Así me enteré de que la idea de Lucifer está basado en los cómics de Sandman, en los que la Estrella del Alba se toma unas vacaciones en el Infierno para irse a tocar el piano a un local exclusivo de Los Ángeles. De modo que había que darle una oportunidad, claro. No parecía tampoco mala señal que estuviera creada por Tom Kapinos (Californication).

Desde el principio se nota que las pretensiones no son muy excesivas. De hecho, la veo ideal para este periodo vacacional en el que el panorama televisivo está de capa caída. Entretenimiento y, sobre todo, lucimiento de Lucifer Morningstar (estupendo Tom Ellis, el pilar en el que descansa todo, como podía pasar con Ichabod Crane en Sleep Hollow o el actor de Castle), que acapara casi todos los focos de atención y brilla con luz propia con esa mezcla entre picardía, inocencia, ganas de probar cosas nuevas y extrañamiento por algunos acontecimientos inesperados para él.

El contraste entre la entidad semidivina de este personaje y el resto de humanos produce situaciones muy cómicas. Y más cuando Lucifer no esconde quién es, al contrario, lo va cacareando, aunque casi nadie le preste atención o le crea en demasía. Si a eso se le añade que el diablo tiene la cualidad de sonsacar los deseos ocultos de todo el mundo (menos de una persona), obtenemos un personaje que da mucho juego. Por una parte, mira por encima del hombro a todos, pero por otra detesta el papel otorgado por la humanidad hacia sí mismo, al hacerle culpable de todos sus pecados, cuando él tan solo era el castigador.

Su hermano, el ángel Amenadiel (a D. B. Woodside le falta algo de carisma) le reclama (un tanto cansinamente) que vuelva a donde debe estar, y ese componente extraterrenal, toda esa rebeldía del ángel rebelde, esa confrontación con su Padre, añade más alicientes; aunque para aliciente, su compañera de viaje, el demonio custodio que es Mazikeen (Lesley-Ann Brandt: ya decía yo que me sonaba, salía en Spartacus), a quien no le hacen tanta gracia los humanos, y menos ver que su jefe está cambiando tanto. Esta camarera ninja es otra fuente de contrastes acusados que se explotan bastante bien.

Lo peor de la serie es el formato procedimental que adopta. Enseguida Lucifer se ve envuelto en un crimen, que le lleva a conocer a la atractivísima detective Chloe Decker (Lauren German tampoco se caracteriza por su avasallador reclamo de pantalla, por más que sus rasgos faciales la hagan proclive a eso), a quien no le puede sonsacar su deseo más oculto y, además, es la única mujer inmune a sus encantos sexuales. Lo que en principio es una especie de reto, unido a una fuente de aventuras que le entretienen, acabará derivando en una relación más profunda (dentro de lo que cabe...).

Digo que es lo peor porque las investigaciones no son muy allá que digamos, por no hablar de los procedimientos llevados a cabo. Muy superficiales, muy básicas, muy tontorronas, con muy poco rigor. Vale que Luci no haga más que entorpecer, torpedear o boicotear (sin querer) escenas del crimen o interrogatorios, pero las dinámicas policiales parecen poco creíbles, por no decir que bananeras. No ayuda mucho el detective "douche", Dan Spinoza (Kevin Alejandro ya aparecía en True Blood, y sustituyó al efímero Nicholas Gonzalez, sustituido tras el piloto), el ex marido de Chloe, y padre con ella de la pequeña y adorable Trixie (Scarlett Estevez rompe la máxima de niño detestable, aunque tampoco hay que pasarse con ella).

Más juego da la psicóloga Linda Martin (Rachael Harris), que empieza a "tratar" a Lucifer, al principio a cambio de sexo. Este componente terapéutico será otro de los aspectos que lleven a nuestro protagonista a dudar y plantearse su identidad, como si librarse de sus alas no hubiera sido suficiente. Cuanto más se alejan de investigar algún caso e inciden en este tipo de componentes, o los más demiúrgicos, la serie gana (iba a decir vuela, pero tenemos las alas cortadas...).

En fin, más allá de las endebles situaciones policiales (muy previsibles, por otra parte), es interesante el juego entre Lucifer y Chloe, los sentimientos cada vez más humanos que le provoca, por no hablar de una interrupción alarmante de su inmortalidad. En su presencia (pero esto es casi un spoiler que debería haber avisado), pueden herirlo y, claro está, matarlo. El tío tiene carisma y su cinismo exacerbado consigue hacerte reír. 

Simplemente por el planteamiento y por el trabajo de Tom Ellis merece la pena, siempre teniendo en cuenta que es un producto tirando a frívolo si te sobra tiempo seriéfilo y siempre teniendo en cuenta que es para entretener sin más, sin muchas pretensiones más; encima tiene un poderoso cliffhanger en forma de fatal ser fugado del infierno en lo que es un muy buen capítulo final. 

Stranger Things. Temporada 1

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(Netflix. 8 episodios: 15/07/16)
Como poco, Stranger Things (ST) se ha ganado el derecho y el merecimiento de ser la serie del verano. A las ya alabadísimas referencias ochenteras, con las que ha conquistado de un plumazo a una generación entera de entre los treinta y los cuarenta (aprox...), le unimos unas cualidades que han motivado el boca a boca por el cual se está propagando su recomendación como la pólvora. 

El mérito de ST es hacer fácil lo difícil. El último y más próximo acercamiento a los años 80 había sido la fallida Super 8, del inefable J.J. Abrams, peli que empezaba muy bien pero (para variar) no sabía darle un cierre acorde a las expectativas creadas. ST ha demostrado, sin pretenderlo, que el formato de las series de televisión es el medio perfecto para desarrollar con plenitud y profundidad aquellas maravillosas películas de acción que inculcaban valores sin necesidad de moralinas en nuestros años mozos.

Porque esto no consiste en recurrir a una tipografía clásica para los títulos de crédito o una infografía similar a Tron o V, sumar aventuras tipo Los Goonies, meter un grupito de chavales en bici y una niña pequeña rubia y mona a lo Drew Barrimore como en ET, o que nuestros chavales crezcan en madurez siguiendo unos raíles como en Cuenta conmigo, ni exponernos a unos peligros porque sí a lo Alien o a lo Poltergeist. Tampoco es plantar pósters de Rambo, o mostrarnos imágenes en las teles cuadradas y culonas de antes a HeMan, ni siquiera embaucarnos con la nostalgia de los walkie-talkies

Porque hace falta algo más que conseguir una atmósfera creíble de aquellos años, tanto en decorados como en espíritu, y ST alcanza ese escalón. A partir de ahí puede introducir unos personajes y que estos vayan creciendo y explicándose diferenciadamente. Al mismo tiempo, la trama te va atrapando y los misterios planteados (que no vienen en cascada corriendo el riesgo de luego no ser resueltos) se van desarrollando. 

Pero, ¿de qué va ST más allá de todo esto? 

Ojo, que vienen spoilers

Empezamos con una especie de fuga en un centro de alto secreto del Gobierno que dirige el siniestro el doctor Martin Brenner (casi irreconocible Matthew Modine tan canoso), donde se experimentan todo tipo de armas contra el peligro ruso y comunista. Mientras, un grupo de chavales, Will Byers (Noah Schnapp), Mike Wheeler (Finn Wolfhard), Lucas Sinclair (Caleb McLaughlin) y Dustin Henderson (Gaten Matarazzo), están terminando su partida de rol (ojo que la metáfora del juego es totalmente válida para el argumento) y llega la hora de irse a casa.

El pequeño Will se tropezará por el camino con la cosa fugada y, aunque llega a su casa, desaparecerá de manera misteriosa. En el pueblo de Hawkins, ese típico pueblo norteamericano donde nunca ocurre nada (hasta que ocurre), la madre de Will, Joyce Byers (Winona Ryder, una de las musas de los 90, está de vuelta) da la voz de alarma, junto con su otro hijo, el adolescente y retraído Jonathan (Charlie Heaton).

Si bien en la comisaría se lo toman con bastante calma, al menos el adormecido jefe, Jim Hopper (David Harbour), que le resta importancia en un principio, entre que nunca ocurre nada y que la histeria de Joyce no ayuda mucho, la investigación se pone en marcha. Eso sí, poco a poco se irán preocupando, puesto que Will no aparece y lo que sí aparece es el cadáver del dueño de un bar, Benny (Chris Sullivan, el enfermero de The Knick), a quien los siniestros del gobierno han hecho parecer suicidio (implacable la agente Connie Frazier, Catherine Dyer). Y todo porque el bueno de Benny había dado de comer a una niña de pelo al uno, asustada (y también fugada de ese centro del gobierno). Ni más ni menos que Eleven (Millie Bobby Brown, "la estrella invitada a este show"), que pronto se unirá al grupo de los chavales.

Nos falta completar la trama adolescente con la hermana de Will, Nancy Wheeler (Natalia Dyer), una estudiante de dieces que anda tonteando con el malo del lugar, Steve Harrington (Joe Kerry). La mejor amiga de Nancy, Barbara Holland (Shannon Purser, irreconocible sin esas gafapastas made in 80's, el personaje más trágico de todos), asiste entre resignada y preocupada a este romance, complicado con la puesta en escena de Jonathan. La pobre amiga será la segunda víctima del Monstruo de las Galletas, que por lo visto acude presto a la llamada de la sangre, cual Tiburón terrestre. Solo me queda por mencionar a los Wheeler-padres, Karen (Cara Buono, pone que sale en Mad Men pero no la ubico, aunque su cara me suena) y Ted (Joe Charest). Ella le pone interés y ganas, pero él es un abúlico sin sangre en las venas (sus gafapastas no ayudan a que adquiera carisma).

Los distintos focos convergerán en un momento determinado en la misma dirección, aunque hasta ese momento todas las tramas resultan equitativas en cuanto interés: los pequeños en su fantasiosa cruzada para encontrar a su amigo Will, ayudados por la bicho raro (Lucas dixit) de los superpoderes (Dustin powers); el triángulo bizarro entre Jonathan voyeur, malote Steve y come un poco de tarta y engorda un poco Nancy, la cual se preocupa por su amiga desaparecida y es el nexo de unión con el monstruo. 

Existe un gran contraste entre la preocupación de Joyce y la que muestran los padres de Barb, más bien poca (aunque es verdad que apenas aparecen en pantalla). Winona Ryder, que en el primer episodio me había parecido sobreactuada, poco a poco va aquilatando sus preocupaciones con esa tendencia a parecer una loca. Todo le da igual, excepto encontrar a su hijo, lo cual la convierte en una madre coraje. Aunque por breves momentos su ex marido, Lonnie (Ross Partridge), un jeta vividor, le hace perder la esperanza, su tenacidad es uno de los pilares para que la búsqueda de su pequeño, a quien llegan a dar por muerto en un buen giro del final del tercer episodio, no finalice.

Más me ha gustado el trabajo de David Harbour como el jefe Jim, que recientemente perdió a su hija por leucemia. Un tanto abandonado en un pueblo perdido, su abulia se torna en un creciente interés por un caso que va presentando puntos oscuros, cosas extrañas. Su desinteresada preocupación se convierte en una cuestión personal y se imbricará su labor con la de Joyce primero, y luego con la de los niños. Un detalle: empieza mezclando alcohol y pastillas y estas las dejará a medida que necesita estar con los ojos más abiertos.

Aunque eso sí, los reyes incuestionables son los niños. Trabajo excepcional de Millie para desarrollar una Eleven (como no lo he visto en VO, ¿cómo es la abreviatura de su nombre en inglés? En español, 'Ce') que requiere de muchos registros: amenazadora, frágil, vulnerable, ingenua, enfadada, triste... Te rompe el corazón en las escenas con flashbacks (no hay demasiados, su uso es bastante equilibrado y, creo yo, acertado) con el despreciable doctor Brenner, que explota los sentimientos de la pequeña para manipularla y aprovechar sus poderes telequinésicos para sus fines no explicados. La inocencia y la ternura son dos rasgos fundamentales cuando se besan ella y Mike. En relación a ella, hay que destacar los efectos especiales, sobre todo la escena de la furgoneta.

Y si Eleven se lleva la palma, el resto no desmerecen. Te gana sobre todo desdentado Dustin, aunque esta pandilla de amigos se complementa a la perfección. Las tareas de líder van para Mike, el crítico es Lucas, que se las tiene tiesas con Eleven al principio. Y Will es el perdido, aunque ese final desasosegador seguramente le conceda más protagonismo en esa segunda temporada que antes de empezar ya genera polémica. Todo queda bastante bien cerrado, si bien faltan preguntas por resolver: ¿Eleven está viva como apunta la escena con Jim y el gofre? Brenner seguro que también ha sobrevivido al ataque del monstruo, a tenor de la visita de Jim al coche del Gobierno, y yo sí que creo que hay bastantes puntos que hacen viable esa segunda temporada que tiene que mirarse en el espejo de la primera. El huevo de la bestia que ve en el otro lado Jim, de reminiscencias a Alien, puede depararnos una desagradable para Will. Lo indudable es que la dosis de ciencia ficción con las dimensiones paralelas se ajusta como un guante a la propuesta de ST.

¿Qué más queda por decir que ponerte a verla YA si aún no lo has hecho para que discutamos si es la serie del verano, o la serie del año? Bueno, que tiene una BSO muy apropiada (disponible en Spotify):

Mozart in the jungle. Temporada 2

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(Amazon. 10 episodios: 30/12/15)

Cómo me cuesta elaborar una reseña de esta serie, que roza peligrosamente esa consideración de que da igual verla como no verla. Como ya pasara con la primera temporada,  volvemos a encontrarnos con el Maestro Rodrigo y su orquesta sinfónica de Nueva York. Esta vez, la amenaza principal es una huelga que planea sobre los músicos. Eso y las ansias de Rodrigo de trascender en lo musical son las dos líneas argumentales básicas.

Se puede resumir dicho argumento en un par de líneas, vaya, así que ahora toca analizarlo. Lo primero, es la queja de la cabecera cambiante, hortera y esquemática, con notas musicales de colores sobre un aséptico fondo blanco. No se han exprimido la sesera para dar, fallidamente, con un cierto tono reconocible para la introducción.

Luego llega lo mejor de la serie: Gael García Bernal, totalmente creíble como conductor de la orquesta, con las preceptivas dudas de tener más mano dura con unos músicos un tanto distraídos en otros aspectos que no son los musicales. Por otra parte, está abierto a explorar nuevas experiencias. Un cierto componente de chaladura sobrevuela en todo momento, algo quizá transmitido por su esposa, la intensa y tarda Anna Maria, que aparece en un par de capítulos. No me termina de convencer esa extraña amusia que él asocia a la maldición de su antiguo maestro Rivera, pero Gael sale indemne de cualquier  flaqueza en el guión.

El maestro tiene a  Hailey enamorada, y puede que el sentimiento sea recíproco, pero es la típica relación que no termina de cuajar. Ella, que ha logrado una cierta estabilidad en la sinfónica más allá de su dependencia como asistente del Maestro (ahora es la oboe suplente), se independiza y blinda en cierto modo de los humores cambiantes de Rodrigo, cuya principal misión será encontrar una sustituta adecuada. 

Hailey es el personaje que más evoluciona de la serie. De esa timidez y cierto punto vulnerable, pasa a ir adquiriendo más confianza. Deja a Alex, claramente más inmaduro que ella, y emprende varias relaciones, demostrando que su enamoramiento no le va a hacer perder oportunidades de alegrarse el cuerpo. Primero Andrew Walsh (Dermot Mulroney, quizá el invitado más destacado de la temporada), cello de renombre; luego Erik (Aaron Moten), joven trepa de la junta. No se deja engañar por el acercamiento en México DF, cuando conoce a la abuela de Rodrigo (muy divertida la escena en la que los echa de la habitación).

Cinthya podría ser el siguiente personaje con más protagonismo. Se lía con Nina (Gretchen Mol), la representante del sindicato que llega para protagonizar una línea más dura en las negociaciones, y tomará la voz cantante en varios momentos al respecto. Como el resto de personajes, poco más que alguna escenita (la del restaurante mexicano cuando Bob pilla a la bella morena con la rubia del sindicato) o algún momento divertido (el "robo" del violín de Warren, las puyitas de Dee Dee).

Las "intrigas palaciegas" en torno a la huelga deparan más momentos que los recaudatorios. Gloria tiene un romance fallido y muy prontamente interrumpido con Pavel (se desaprovechan posibles tramas), Thomas también aparece demasiado cambiante (como le pasa a Hailey, por otra parte) y asume el papel de malo de la película Edward Biben. aunque por momentos la bruja de Betty sigue puteando a Hailey.

Algún que otro momento divertido (como la pelea entre los músicos con el traje ese para los efectos especiales), sí, pero mucha irregularidad (por momentos la gira hace que te saque por completo de la historia, como si fuera una especie de material extra o de tomas falsas), personajes nada creíbles como Lizzie, cuya historia con el simpático hipster Bradford es lo único que le salva, una temporada bastante más etérea si cabe que la primera, pero gracias a que son 10 capítulos y muy breves, es producto de fácil consumo. Eso sí, cada vez menos protagonismo para la música clásica.

Rojo y negro. Stendhal. Penguin clásicos

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(704 páginas. 10,40€. Año de edición: 2015)
El tocho del verano ha sido esta obra francesa titulada Rojo y negro (aún tengo que saber el porqué del nombre más allá de la fuerza que transmite el título), novela característica del Realismo del siglo XIX. Es indudable que esta corriente literaria hoy en día parece algo acartonada y que ese narrador omnisciente es ortopédico e intrusivo, un mirón por momentos molesto e indiscreto al que preferiríamos no escuchar.

Echa para atrás ese comienzo fecunda y largamente descriptivo sobre la zona en la que acaecen los hechos, pero ese rigor documentado es marca de la casa. Esos aspectos que cuestan más a un lector actual no son óbice para que luego podamos disfrutar de un despliegue abrumador de un escritor magistral a la hora de mostrarnos unos retratos profundos, de enorme riqueza psicológica. Julien Sorel se lleva la palma, pero la minuciosidad del autor te lleva a comprender a cualquier personaje.

Estructurada en dos partes y 45 capítulos, la primera transcurre entre Verrières (inventada por el autor, a lo Clarín con Vetusta) y Besançon, y la segunda en París, y es un documento  óptimo para conocer las costumbres sociales de la época, como bien se encarga de señalar el propio autor (bajo el seudónimo de Gruffot Papera en el apéndice de esta estupenda edición de Penguin, que también incluye una exhaustiva introducción de Michel Crouzet).

Esa Francia de 1830 post Napoleón y post revolución, muy clasista y muy influida por la religión (aunque eso lo vemos porque Julien entra como seminarista o algo parecido), se rige por valores emparentados con las apariencias. El mérito de Stendhal es capturar, por así decirlo, un fragmento de la realidad y traspasarlo al papel. Todas las clases sociales son retratadas, y la psicología de los personajes abruma por momentos de tanta complejidad y profundización.

En lo que sería la iniciación del hijo del egoísta y mezquino aserrador, Julien, a sus 19 años, entra como preceptor de los tres hijos del alcalde de la ciudad, el señor de Rênal, gracias a la fama de su manejo del latín y su buena memoria (es capaz de aprenderse la Biblia), virtudes estas amparadas por el clérigo ochentón de la zona, el padre Chélan, pero sobre todo para favorecer su imagen y su posición de cara a su oponente, el director del asilo llamado Valenod. El problema es que la joven esposa del alcalde, la señora de Rênal, de treinta años, se acabará enamorando de él y cometiendo un adulterio que tampoco se explicita demasiado.

La maestría de Stendhal viene en la manera de exponer esta relación que surge por la conjunción de la inocencia y falta de maldad de la señora de Rênal, una mujer hermosa de ojos claros, mucha dulzura y poca experiencia con hombres, y el sentimiento de clase y el orgullo del joven Julien, que además de su prodigiosa memoria, cuenta con un rostro muy bello y una ambición desmedida. Al principio se mueve por el dinero y luego ya aspira a mejorar su posición en la sociedad, todo ello bajo el signo de su admiración secreta por Napoleón Bonaparte. 

Es curioso cómo se inicia este adulterio, por el roce casual con la mano de la señora de Rênal, y el reto que le supone a Julien que una mujer rica no le quite la mano cuando intente de nuevo tomársela. Como quiera que Elisa, la criada de la casa, aspiraba a casarse con Julien, esta y el propio Valenod mandan anónimos al señor de Rênal, al margen de las imprudencias que cometen los amantes, que suceden entre Verrières y la casa de campo de Vergy, donde una familiar de la señora de Renal, la señora Derville, es testigo de las imprudencias de la esposa del alcalde. Faltaría por mencionar a Fouqué, el amigo que no sé muy bien de dónde se saca Julien, y que quiere convencerle para meterse en negocios con él.

Se acaba la parte más "rural", más de provincias, para dirimir intrigas más urbanas o palaciegas, y es que al final Julien tendrá que dejar la casa y partirá para Besançon, al seminario, en lo que es la parte más aburrida del libro, al dirimir las disputas entre jacobinos (que no me ha quedado del todo claro si son monárquicos, si son republicanos, si son liberales o si son conservadores) y la otra facción de clérigos. El padre Pirard lo dirige y aunque al principio se muestra distante y frío con él pese a la recomendación de su amigo Chelán, cuando lo destituyen por intrigas de párrocos, se decide a llevárselo con él a París, donde lo meterá en la casa (palacio, vaya) del marqués de La Mole, un par francés.

Aquí tenemos un retrato profuso de los usos y costumbres cortesanos de la época. Buenos modales, refinamiento, superficialidad e hipocresía podrían ser las señas de identidad. Julien entra como secretario del Marqués y aunque pronto demuestra habilidad como su lacayo, y como quiera que es del agrado de este hombre, poco a poco lo van introduciendo en los salones o en costumbres más propias de esta clase social, como la equitación. Los primeros intentos son un fracaso y produce más hilaridad que curiosidad, pero de nuevo el carácter decidido y orgulloso de Sorel le abrirán las puertas.

Aunque más bien la que le abre las puertas es la hija del marqués, Mathilde, una joven clasista que se aburre de los aduladores de su entorno, en el que destaca el marqués de Croisenois; ni su hermano, el conde Norbert, ni su padre se enterarán a tiempo del idilio amoroso entre alguien tan inferior como Julien, y esa muchacha que es tan cambiante como alta su consideración social. De nuevo la habilidad de Stendhal es hacer creíble una relación amorosa así, que se fundamenta en las aspiraciones de Julien y las fantasías heroicas de otras épocas. El embrollo es casi imposible de reproducirlo.

El caso es que tras dimes y diretes varios, te quieros y ya no te quieros porque eres un vil sirviente de mi padre, entre el proceder silencioso y calculador de Julien y los consejos de un aristócrata condenado a muerte, el conde de Altamira, que le aconseja dar celos haciendo la corte a otra (la señora de Fervaques) e ignorándola, a pesar de que Julien parece enamorado de Mathilde como lo estuvo (relativamente) de la señora de Rênal, terminan casándose en secreto porque ella se queda preñada (es curioso cómo lo sexual queda desterrado de toda alusión, por cierto). 

Aquí llega la parte más novelesca, aunque por otra parte esté basada en hechos reales: el marqués de La Mole, cuando su hija se lo confiesa (por carta: si ocurriera hoy en día se hubiera valido del whatsapp), pide informes a la señora de Rênal, que acusa a Julien, por intercesión de su confesor (que quería prosperar, aquí no hay mucho cura que se libre de ambiciones políticas o económicas), de aprovecharse de su belleza y de su éxito para con las mujeres. Julien se vuelve loco y parte para Verrières, donde dispara en dos ocasiones con la que fue su primer amor.

Aunque la Rênal se salva por la mala puntería de Julien, este es condenado a la guillotina (creo, porque se menciona la cabeza del protagonista). En la cárcel Julien transita entre el hastío que siente por Mathilde (a quien baja en el escalafón de sus amores cuando ve que ya no prosperará y cuando ve que ella se arrastra de todas las maneras por ese amor que le lleva a aguantar todo tipo de desplantes, olvidando su orgullo de casta), el amor recobrado por la señora de Rênal, y las dudas acerca de su comportamiento (aunque, paradójicamente, no hay demasiadas con respecto a su proceder con Dios como buen cristiano).

Cuesta entender la totalidad de la obra porque las costumbres sociales no tienen nada que ver, pero es maravilloso el lenguaje del autor y la introspección de los personajes. Es por eso por lo que no importa que el narrador omnisciente, aunque tosco para nuestros ojos de siglo XXI, tenga tanto protagonismo o haga transiciones tan poco sutiles. Más actual es ese retrato de lo que podría considerarse un antihéroe, un tipo que es calculador, vanidoso y mezquino, que no le importa manipular o pisotear para conseguir sus ambiciones.

Cabe destacar gran parte de las citas que encabezan casi todos los episodios (los últimos son los únicos que no tienen), así como argumentaciones alambicadas o sustanciosas:
As the blackest sky / Foretells the heaviest tempest (Como el cielo más sombrío / anuncia la más furiosa tempestad, Byron). 
La gozosa sonrisa se heló en sus labios; se acordó del lugar que ocupaba en la escala social, sobre todo a los ojos de una noble y rica heredera. Un momento después, en su rostro sólo había orgullo y odio contra sí mismo. Sentía un profundo despecho por haber retrasado su partida más de una hora para recibir tan humillante acogida. 
Mathilde tenía demasiado buen gusto para colocar en la conversación una frase pensada previamente; pero tenía también demasiada vanidad para no estar encantada de sí misma.La cortesía no es más que la falta de cólera producida por los malos modales.

Peaky Blinders. Temporada 3

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(BBC. 6 episodios: 05/05/16 - 09/06/16)
Qué estilazo tiene esta arrolladora serie con marchamo de clásico que casi siempre se empieza por la ya mítica Red Right Hand de Nick Cave (esa campanada podría funcionar a modo de seña identificativa). Y no por esa estética rompedora, esa factura llena de clase, planos cortos, cámara ralentizada, fotografía impecable, ni por la abrumadora playlist que acompaña a cada episodio (recopilada al completo en la entrada de El Cadillac Negro). Es ese ejercicio de estilo tan propio, sí, pero también es una conjunción entre personajes con mucha personalidad y guiones que, si bien bordean el efectismo más directo, suelen estar muy bien imbricados. El haber estado casi dos años a la espera puede tener algo que ver, además de que el número de capítulos por temporada favorece una estructura más que sólida.

He de reconocer que me he perdido con varios aspectos de la trama principal, la que lleva a Thomas Shelby a bordear el desastre por meterse en líos con rusos y una sección secreta creo que del Gobierno, en la que el malo de la temporada, el padre John Hughes (muy bueno el trabajo de Paddy Considine, al cual hemos detestado y deseado la muerte más dolorosa -qué daño nos ha hecho Game of Thrones, nosotros que éramos inocentes y puros...), era la cabeza más visible.

Contiene spoilers

Empezamos despejando la principal duda que dejó el final de la segunda temporada: y la elegida del corazón de Tommy Shelby es... ¡Grace Burgess, of course! La rubia, esa aparición angelical de la primera temporada, ese personaje ambivalente (y de nariz operada, snif) que aparecía demasiado poco en la segunda, no solo no desmerecía la inteligencia del capo del clan de los Peaky Blinders, sino que le entendía y, si bien deseaba un cambio de conducta por su bien y por el de su hijo Charles, le daba una cierta independencia en lo que a sus actividades ilícitas se refiere. Grace era el más claro ejemplo de lo que esta banda de hermanos ha aspirado: entrar en la alta sociedad inglesa, ser respetados más allá de lo que se refería a su actividad criminal. De ahí que Grace Shelby quisiera  fundar un orfanato.

Por eso la decisión más arriesgada o cuestionable llega al final del segundo episodio, con una de esas escenas marcas de la casa: el asesinato de Grace por parte del clan italiano, insultado previamente por los altaneros y prepotentes hermanos Shelby. Por más que deseé que el tiro hubiera alcanzando el hombro y no un órgano vital, hay que despedirse (snif) de Annabel Wallis. Su proyección internacional puede que tenga que ver con esta despedida, pues la veremos próximamente en The mummy. Hay quien decía que Grace no tenía mucho más que aportar, pero el caso es que Tommy vuelve a estar arropado por ese aura cuasi místico de soledad, algo mitigado por su vástago.

El protagonismo de Cillian Murphy es incuestionable, casi incontestable. Él es el 80% de Peaky Blinders. Y la verdad es que su trabajo es increíble. Exuda carisma y clase, incluso en los momentos (que han sido varios esta temporada) donde parece acorralado. Ha situado su banda en lo más alto de Birmingham, él vive en un palacio a las afueras, ha revestido de lujo su situación, y trata de desligar una parte de la organización del componente criminal, para lo cual requiere del hijo de Polly, Michael, que tiene un papel muy destacado al final. Pese a todo, vive en la incertidumbre de deber favores en las altas esferas, y duda finalmente si es posible que su apellido deje de ser algo así como el paria de las clases altas.

La banda gira en torno a la supremacía de Thomas, de quien siempre se espera que consiga el trato más ventajoso, la respuesta más acertada, el plan más ingenioso. No se lo ponen fácil los aristócratas rusos, unos hedonistas egoístas y raritos que no sé cómo se ponen en tratos con él. La duquesa Izabella Petrovna (Dina Korzun en plan autoritario), el excéntrico y débil Leon Petrovna (Jan Bijvoet y su barba quijotesca están muy bien recreados) y la guapísima y loquísima Tatiana (Gaite Jansen es tal vez, junto con Considine, la cara nueva con más enjundia, y sin dudar la más bella) venden parte de su colección de joyas a cambio de no sé muy bien qué.

De puertas para dentro, la influencia de la católica Linda (muy buen trabajo de Kate Phillips) sobre su marido, el atormentado Arthur, conformará un nuevo nudo de tensión. El perro de presa de los Shelby cada vez tiene más dudas y quiere alejarse de la oscuridad del infierno que le deparan sus acciones. Va a tener un hijo y poner mar de por medio parece una opción más que sensata, dándose a la aventura americana tras el último golpe. Gran trabajo, que ronda siempre el exceso y la sobreactuación, de Paul Anderson.

Menos relevancia tiene John, aunque es cierto que ha esquivado la inutilidad del cada vez menos pequeño Finn. Envidia, chulería, afán por emanciparse de la pesada y afamada sombra de Thomas, a la vez que una notoria incapacidad para ser un buen marido para la cada vez más drogadita Esme. Las mujeres, con la tía Polly (que tiene un atormentado romance con el pintor Rubén de un estrato social alto, el inane Doran Martell de GoT) a la cabeza, por cierto, tienen su foco de atención, con Lizzie y con Ada, que regresa en plan pragmático a la familia, y que debería ampliar su cuota de protagonismo, puesto que Sophie Rundle pide a gritos más cuota de pantalla.

Otro secundario suele aprovechar sus escasos momentos en pantalla: el excesivo Alfie Solomon (¿cómo consigue Tom Hardy ese tono de voz, esa peculiar expresividad?), a quien podríamos destacar simplemente por la alocución que mantiene con Tommy, que está a punto de matarlo, y el otro solo se preocupa de corregir el error de quien acaba de traicionar, escudándose en que entre la mafia los engaños y las traiciones son orden del día, como asesinar, mutilar o torturar a quienes se te enfrentan.

Podría hablarse de cierta precipitación a la hora de resolver en el último episodio todas las tramas, así como de sorpresa mayúscula la decisión final de Tommy de traicionar (aparentemente) a la familia para conseguir un trato de favor por parte de esa organización británica tan poderosa, es de suponer que ligada a un desaparecido Churchill en esta ocasión, tanto en presencia en pantalla como nombrado. ¿Solo cuenta para él su hijo Charles, como ha dejado entrever en varias ocasiones? Esperemos que no haya que esperar dos años para la respuesta, y ya que ha habido buenas noticias en forma de una extensión para una cuarta y quinta temporada, consigan minimizar la espera.

Y esperemos, por qué no, que la visibilidad de esta serie tenga mayor alcance, algo que podría abrir las puertas al menos de las nominaciones a Peaky Blinders para los grandes premios, aunque es cuestión baladí si mantienen el nivel como hasta ahora.


Tablado de marionetas. Ramón del Valle-Inclán. Círculo de lectores

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(345 páginas. 8,50€. Año de edición: 1991)
Subtitulado "Para educación de príncipes", Valle-Inclán incluye en este tablado tres piezas: Farsa italiana de la enamorada del rey, Farsa infantil de la cabeza del dragón y Farsa y licencia de la reina castiza. Tres obritas de teatro que exponen en gran medida ese genio creador de principios de siglo XX, sin parangón en la mezcla entre belleza por la belleza y degradación asociada a la realidad española, casi siempre en permanente estado de crisis. No cuesta ver cómo se está gestando el paso desde el teatro poético al esperpento.

Antes de hablar de ellas, un apunte: el libro fue adquirido en la Cuesta de Moyano y la edición del Círculo de lectores tiene el aliciente de un estudio introductorio muy interesante de Jesús Rubio Jiménez. No sé si la edición es fácil de conseguir, pero merece la pena. En la introducción, por ejemplo, se habla de 
"el carácter subversivo que las preside, su tendencia a convertir la percepción habitual, revelando que la vida es juego de apariencias y que en cualquier momento lo que parecía más consistente puede desvanecerse. Esta reversibilidad se concreta en la utilización sistemática de algunos procedimientos: presencia de personajes pertenecientes al mundo de la farándula, abundante uso de disfraces, el teatro dentro del teatro, la ruptura constante de la ilusión barajando tiempos y lugares o simplemente contrastándolos, la presentación de la literatura como mixtificación de la percepción del mundo".
Otro aspecto en el que se incide en la introducción "son los ecos cervantinos en la creación de personajes (Micomicón, la Maritornes, Espadián, Fierabrás..." y situaciones (mezcla realidad-apariencia, la escena de la venta)".

Yendo por orden, nos encontramos primero con la Farsa italiana de la enamorada del rey, ambientada en "una corte del siglo XVIII,  con luces y comparsas de opereta", y con una primera y tercera jornada que discurren en una venta situada en La Mancha, mientras que la segunda transcurre en un palacio neoclásico (los contrastes son uno de los ejes de la escritura de Valle). Tenemos una Mari-Justina a lo don Quijote, enamorada de una imagen idealizada del rey, un rey desvencijado y cochambroso, y tenemos a un Maese Notario (titiritero) que ayudará a la joven para que el rey sepa de estos amores. Está escrita en verso, por si fuera poco.

Luego viene Farsa infantil de la cabeza del dragón, de seis escenas, cuyo mérito reside en esa doble lectura que consigue que leamos esta obrita en primeros cursos de la ESO y sin embargo, permite interpretaciones mucho más críticas y profundas. Ese Valle comprometido y crítico pone en boca del Bufón la siguiente intervención:
"Si corriste mundo, habrás visto cómo España, donde nadie come, es la cosa más difícil el ser gracioso. Sólo en el Congreso hacen allí gracia las payasadas. Sin duda porque los padres de la Patria comen en todas partes, hasta en España".
La vigencia es, como puede observarse, absoluta, y no sólo porque muestra la inutilidad de las instituciones españolas más importantes, encabezadas, cómo no, por esa monarquía anacrónica ya a principios del XX. Lo que parecía una pieza fantástica y distanciada de la realidad, con duendes, princesas (bueno, infantinas) y dragones, para nada resulta evasiva como lo pueda ser el  Modernismo del que proviene el propio autor.

Por último, Farsa y licencia de la Reina castiza es una sátira demoledora del reinado de Isabel II, famosa por una conducta erótica que no pasó desapercibida en su época (ayudada en parte por sus propias indiscreciones, ya que incluso las ponía por escrito). El Gran Preboste sería Narváez y el Ministro de Guerra Urbiztondo Tragatundas. Vuelta al verso y a las tres jornadas, y quizá la obra con más visos de esperpento de las tres.

No sé si porque me cuesta más el verso que la prosa, o si por ser la obra más conocida o reconocible para mí, pero me quedo con la Farsa infantil, dentro de lo que es disfrutar de una prosa exquisita y unas intenciones que todavía engrandecen más a Valle. Sin duda, hoy en día tendría mucho material para poner en pie su creación más emblemática, aunque esta vez los espejos del callejón del Gato no tendrían que ser cóncavos o convexos, tan sólo tendrían que apuntar a ese Congreso donde no consiguen ponerse de acuerdo para gobernar... 
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